Tres poemas de Ida Vitale
La poeta uruguaya acaba de ganar Premio FIL de Literatura 2018
Lunes 03 de setiembre de 2018
Nacida en Montevideo en 1923, acaba de obtener el Premio Feria Internacional del Libro de Guadalajara de Literatura en Lenguas Romances. Ya había recibido los premios Octavio Paz, Alfonso Reyes y Reina Sofía, entre otros reconocimientos.
"Nunca he podido ser rigurosa. Sería una complicación más tener que estar sometida a una ley propia. Las propias puedes eliminarlas, ya hay demasiadas leyes de fuera", decía en una entrevista de 2017 a ABC Ida Vitale, autora de libros como Procura lo imposible, Reducción del infinito y El ABC de Byobu.
Nacida en Montevideo en 1923, considerada integrante de la llamada Generación del 45, Vitale acaba de obtener el Premio Feria Internacional del Libro de Guadalajara de Literatura en Lenguas Romances. Ya había recibido los premios Octavio Paz, Alfonso Reyes y Reina Sofía, entre otros reconocimientos.
Fortuna
Por años, disfrutar del error
y de su enmienda,
haber podido hablar, caminar libre,
no existir mutilada,
no entrar o sí en iglesias,
leer, oír la música querida,
ser en la noche un ser como en el día.
No ser casada en un negocio,
medida en cabras,
sufrir gobierno de parientes
o legal lapidación.
No desfilar ya nunca
y no admitir palabras
que pongan en la sangre
limaduras de hierro.
Descubrir por ti misma
otro ser no previsto
en el puente de la mirada.
Ser humano y mujer, ni más ni menos.
Penitencia
¿Mirar atrás será pasar
a ser de sal precaria estatua,
un perecer petrificado
preso en sí mismo, parte
del roto encanto de un paisaje
cuya música no logro más oír?
¿Debo matar lo que miré,
el mito que minuciosa
pliego y despliego,
grava para mi paso solo?
¿Ciega borrar lugares,
playas, vientos, el tiempo?
Sobre todas las cosas,
anular horas que se han vuelto inútiles
como lluvia que cae
sobre el mar implacable,
como mis propios pasos
si no son penitencia.
Este mundo
Sólo acepto este mundo iluminado
cierto, inconstante, mío.
Sólo exalto su eterno laberinto
y su segura luz, aunque se esconda.
Despierta o entre sueños,
su grave tierra piso
y es su paciencia en mí
la que florece.
Tiene un círculo sordo,
limbo acaso,
donde a ciegas aguardo
la lluvia, el fuego
desencadenados.
A veces su luz cambia,
es el infierno; a veces, rara vez,
el paraíso.
Alguien podrá quizás
entreabrir puertas,
ver más allá
promesas, sucesiones.
Yo sólo en él habito,
de él espero,
y hay suficiente asombro.
En él estoy,
me quede,
renaciera.