Tres poemas de Delmira Agustini
Poesía uruguaya
Miércoles 11 de marzo de 2020
Autora de algunas de las piezas cumbres de la poesía erótica en castellano, la uruguaya vivió una vida brevísima (1886 -1914, asesinada por su ex marido) y dejó una obra extraordinaria, admirada por Alfonsina Storni y Rubén Dario.
Nacida en Montevideo en 1886, Delmira Agustini falleció con tan sólo 27 años, asesinada por su ex esposo, Enrique Job Reyes, a pocas cuadras de su casa natal. "Silenciada en plena primavera, sólo nos queda aferrarnos a los libros de Delmira, y mirar admirados esa vitalidad profunda, esa carne inquietada por la sed del espíritu, este caer y levantarse continuo, esta feroz feminidad avasallante, que la hizo producir una poesia nueva, desconocida, candente, porque es la expresión viva de un temperamento excepcional", diría Alfonsina Storni en una conferencia en 1920. Agustini publicó, en vida, tres libros: El libro blanco, Cantos de la mañana y Los cálices vacíos. El rosario de Eros se publicó de manera póstuma.
La cita de Storni, así como los poemas que siguen, provienen de la edición del Centro Editor de América Letina de El vampiro y otros poemas (1987), en cuyo prólogo Elvio Gandolfo, también a cargo de la selección de poemas de Delmira, cuenta: "Según testimonios de la familia escribía por arrebatos, interrumpiendo de pronto una melodía que tocaba al piano para volcar palabras sobre la propia partitura. Deseaba una soledad absoluta para escribir. Los cuadernos de manuscritos que dejó no la muestran adicta al mero arrebato, sin embargo, sino partidaria del trabajo constante sobre los originales".
El intruso
Amor, la noche estaba trágica y sollozante
cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura;
luego, la puerta abierta sobre la sombra helante,
tu forma fue una mancha de luz y de blancura.
Todo aquí lo alumbraron tus ojos de diamante,
bebieron en mi copa tus labios de frescura,
y descansó en mi almohada tu cabeza fragante;
me encantó tu descaro y adoré tu locura.
Y hoy río si tú ríes, y canto si tú cantas,
y si tú duermes duermo como un perro a tus plantas!
Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor de primavera;
y tiemblo si tu mano toca la cerradura,
y bendigo la noche sollozante y oscura
que floreció en mi vida tu boca tempranera!
Lo inefable
Yo muero extrañamente... No me mata la Vida,
No me mata la Muerte, no me mata el Amor;
Muero de un pensamiento mudo como una herida...
¿No habéis sentido nunca el extraño dolor
De un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida
Devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida
Que os abrasaba enteros y no daba un fulgor?...
Cumbre de los Martirios!... Llevar eternamente,
Desgarradora y árida, la trágica simiente
Clavada en las entrañas como un diente feroz!...
Pero arrancarla un día en una flor que abriera
Milagrosa, inviolable!... Ah, más grande no fuera
Tener entre las manos la cabeza de Dios!
Tú dormías
Engastada en mis manos fulguraba
como extraña presea, tu cabeza;
yo la ideaba estuches, y preciaba
luz a luz, sombra a sombra su belleza.
En tus ojos tal vez se concentraba
la vida, como un filtro de tristeza
en dos vasos profundos... Yo soñaba
que era una flor de mármol tu cabeza...
Cuando en tu frente nacarada a luna,
como un monstruo en la paz de una laguna
surgió un enorme ensueño taciturno...
¡Ah! tu cabeza me asustó... Fluía
de ella una ignota vida... Parecía
no sé qué mundo anónimo y nocturno...