Tres poemas de Charles Bukowski
San Poeta Maldito
Viernes 13 de abril de 2018
"Cuando nazcan estúpidos mejores y más grandes, Bukowski todavía estará al frente del desfile", le escribió a un amigo en una carta de 1966 el autor de Factótum.
"Algo grita (...) Me gustaría decir que el ALMA grita", le escribe Charles Bukowski en una carta de 1966 a su amigo Douglas Blazek. "Cuando nazcan estúpidos mejores y más grandes, Bukowski todavía estará al frente del desfile", se lee en esa misma carta algunos párrafos después.
Los poemas que siguen fueron tomados de la edición bilingüe de Editora AC con selección y traducciones de Federico Ludueña, publicados en Buenos Aires en 1995.
causa y efecto
los mejores a menudo mueren por
su propia mano,
sólo para huir,
y aquellos que quedan atrás
nunca pueden entender
por qué alguien
querría
huir
de
ellos.
están por todos lados
los oledores de tragedias están
por todos lados.
se levantan a la mañana
y empiezan a encontrar las cosas
mal
y se sumergen
en la rabia.
una rabia que dura hasta
que se van a la cama
e incluso ahí
se retuercen en su insomnio,
incapaces de quitar
de sus mentes
los pequeños obstáculos
que han hallado.
se sienten en contra,
es un complot.
y por estar constantemente
furiosos sienten que
siempre tienen
razón.
los ves en el tráfico
tocando bocina como salvajes
ante la más leve infracción.
puteando.
desparramando sus
insultos.
los sentís
en las colas
de los bancos
de los supermercados,
en los cines,
presionan
en tu espalda
te pisan los talones.
están impacientes por
una furia.
están por todos lados
y
en todas las cosas,
esas almas
violentamente
infelices.
en realidad
están asustados,
como siempre quieren
tener razón
fustigan
sin cesar...
es un mal
una enfermedad de
esa raza.
el primero de ellos
que vi fue
mi padre.
y desde entonces
he visto
mil padres,
diez mil padres
malgastando sus vidas
en el odio,
arrojando sus vidas
al pozo ciego
y
gritando
enloquecidos.
dos moscas
las moscas son furiosos pedacitos de
vida;
¿por qué están tan furiosas?
parece que quisieran más,
parece casi como si estuvieran furiosas
por ser moscas;
no es mi culpa.
me siento en la habitación
con ellas
y me joden con su agonía;
es como si fueran pedazos de alma
abandonados en algún lugar.
intento leer un diario
pero no piensan dejarme en paz,
una parece subir en semicírculos
por la pared,
emitiendo un miserable sonido
sobre mi cabeza;
la otra, la más chica,
se queda cerca y me molesta en la mano,
sin decir nada,
elevándose, cayendo,
volviendo a trepar.
¿qué Dios puso estas
extraviadas cosas sobre mí?
otros hombres sufren dictaduras,
amores trágicos…
yo sufro insectos…
espanto a la más chica
y eso sólo le hace revivir
su impulso desafiante:
da vueltas más rápido,
más cerca, incluso hace
un sonido de mosca,
y la otra arriba
intenta un nuevo vuelo
excitada, también,
se apura,
cae de repente
en un golpe de ruido
y se juntan
dando vueltas en mi mano, rozando la base
del portalámparas
hasta que alguna cosa humana en mí
no aguanta más sacrilegio
y empiezo a golpear
con el diario enrollado
―¡fallé!―
golpeo,
golpeo,
se interrumpe la armonía,
algún mensaje se perdió entre ellas,
agarro a la más grande primero,
cae de espaldas
agitando las patitas
como una puta furiosa,
y le pego de nuevo
con mi palo de papel
y se convierte en una fea
mancha de mosca.
la chiquita vuela más alto
ahora, tranquila y rápida,
casi invisible;
ya no se acerca a mi mano
está mansa e inaccesible.
la dejo en paz, me deja
en paz;
el diario, por supuesto,
está arruinado.
algo pasó,
algo empañó mi día,
a veces no hace falta
un hombre o una mujer,
solamente algo vivo;
me siento y miro a
la mosca chiquita;
estamos juntos trenzados
en el aire
y en la vida,
y ya es tarde
para nosotros dos.