Tres poemas de Biancamaria Frabotta
En traducción de Jorge Aulicino
Miércoles 22 de abril de 2020
Compartimos piezas extraordinarias de Por manos mortales (Gog y Magog, edición bilingüe) de la poeta italiana nacida en Roma en 1946.
Traducción de Jorge Aulicino. Foto de Andrea Annessi Mecci.
Compartimos piezas extraordinarias de Por manos mortales (Gog y Magog, edición bilingüe) de la poeta, periodista, docente italiana nacida en Roma en 1946, quien visitó nuestro país en 2016, en ocasión del Festival Interancional de Poesía de Rosario.
De La primera generación de espinos blancos
Más allá del umbral del letargo, una hoja
pende aún al costado de un leño, tiembla
se somete al viento con la astucia de los débiles.
Ha conocido la piedra, el bienestar de la hierba
la primera generación de espinos blancos.
Erizados en el hilo espinoso que los sostiene
proclaman la resistencia al invierno
mientras un renacido hormigueo numeroso
silenciosamente los trabaja en la tibieza.
La planta es una obra siempre abierta
para quien regresa cuando no la recuerda.
Debes saber que frenará todo deseo
de apurarla esa obtusa paciencia
de durar, por ahora, sin dar sombra.
Ciudad, infelicidad de confundir las marcas
de los años precedentes. Y, sin embargo, desde la herida
vigorosa se alza, en el verano, la nueva planta.
Ostento la índole quisquillosa de los obstinados,
un corazón ligeramente bradicárdico
de deporte bajo techo, y un espacio reducido
en memoria, por los costos de las victorias.
Para estos mortales negocios
no me falta ni celo ni carácter,
sé prevenir la suerte de los frágiles,
descubrir quién les ha roído
las fibras tiernas, las más expuestas
a los dientecitos de la baja estatura
que los han finamente trabajado
hasta hacer del desayuno almuerzo.
Haber querido y querer son una sola cosa
en el tronchado junco con que agito el aire
retoño de bayas, vivo ramo de hojas
en el que hay todavía olor a sangre.
Defraudando la vana gloria de doblarlas
en arquitos de triunfo, parten hacia lo alto,
sin freno, las ramitas libres de los espinos blancos.
Lo dijo un jardinero que pasó casualmente.
Rama atada no crece, brega por amor
no muda su forma accidental.
A su tiempo bastarán las hojas de la tijera
para moderar el orgullo que no cambia de modo
en primavera, desde los muñones
podados con arte, como segura lozanía
¡como populosa familia de nuevos brotes!
Lentos son en estos huertos los progresos
y a veces incorregibles
como allá el lejano hilo de las montañas
o el crecimiento anómalo de los zapallos
que se propagan en desorden de serpientes.
También ustedes, perdidos en el curso sordo de las cosas
deberán darse vuelta en el sueño.
No se duerme del lado del corazón.
De Poemas para Giovanna
Blanco estrellado de la luz azul
que no te veo ver, me queda
en los ojos la voz cuando dices:
piénsame, voz remota de paraíso.
Cuánto hemos reído
serena idolatría del día
y por ese mérito en el infierno
finalmente cuenta solo aquello que nunca se cuenta.
Errores como caminos, amores como grietas
poesías para quemarse los dedos
todo lo que dura una vida.
Pero me dices: piénsame.
Y ya del después hablabas
¿o para curar, pensabas?
Se detiene en el espejo gentil
solo el rostro. Al norte de la herida.
No quiero darte otra cosa
sino esta tregua
de cremas, de jabones
de olvido.
A tus espaldas, el instante
atolondrado del animal
delante de mí, la puerta
cerrada, delante de ti.