Poesía

Tres poemas de Amanda Berenguer

A 100 años del nacimiento de la poeta uruguaya

Por primera vez la obra de Amanda Berenguer (1921-2010) se edita en Argentina, abriendo la colección de poesía de La Ballesta Magnífica.

Amanda Berenguer nació en Montevideo el 24 de junio de 1921, en el día de San Juan. Junto con su esposo José Pedro Díaz fueron parte de la generación del 45 e hicieron de su casa en la calle Mangaripé, el epicentro de un gran movimiento cultural del que participaron entre muchos otros Mario Arregui, Ida Vitale, Ángel Rama y también visitas ilustres como Juan Ramón Jiménez, Jorge Luis Borges o José Bergamín con quien los unió una profunda amistad.

Recién casados, Amanda y José Pedro, compraron una imprenta Minerva y fundaron el sello La Galatea en donde se publicó la primera obra de Amanda; Elegía por la muerte de Paul Válery en 1945. Luego coordinarían junto a los hermanos Rama el mítico sello Arca en donde se publicaría la mayor parte de su obra.

Tomando como lema el ostinato rigore de Leonardo Da Vinci, Amanda exploró los límites del lenguaje poético. Experimentó con las formas clásicas, con la poesía visual y con las modulaciones de su voz en su trabajo Dicciones (1973). También escribió sobre su propia poética y se han reunido muchas de sus entrevistas en El monstruo incesante.

"Llegamos a la poesía de Amanda hace casi veinte años, fuimos consiguiendo sus libros en pacientes búsquedas a una y otra orilla del Río de la Plata", dicen sus editores argentinos, Marisa Negri, Daniela Rodi y Gabriel Martino, quienes lanzan el sello La ballesta magnífica.

A continuación, tres poemas de Identidad de ciertas frutas: "En este libro, Amanda abandona la “estación la angustia”, para viajar hacia la frescura de las frutas y la alegría de vivir y sentir. Los poemas aquí son como “mariposas de papel que se llevan la tristeza”. La “identidad de ciertas frutas” pone sobre la mesa las raíces simbólicas de la realidad de Amanda Berenguer, que comparte con la de muchos otros poetas, que revelan lo que está más allá y más acá de las cosas".

 

VI

                                                                    ( las bananas )

La mano azul con guante dorado

                       del racimo de bananas

                       está apoyada sobre las otras frutas:

emite resbaladizos hilos de seda

                               apretados

                               densos

          mensajes de la botánica.

Las bananas ahora

                      transparentes como fantasmas

trasmiten la ternura y una celeste materia.

Nos hemos quedado

Junto a las oscuras cáscaras estrelladas

consumiendo el noticiero

                                       que viene de otro reino.

 

 

 

XI

                         ( la sandía )

Yo buscaba sin saber bien

qué era  repartir aquella extensa fruta.

              Repartir la sandía – me dije –

y sacrificamos en tajadas

                        su fresca encarnadura.

Quedó abierta sobre la mesa mostrando el corazón.

¿De la tarde? ¿De la casa? ¿Del silencio?

Repartir la sandía – me dije-

es repartir una siesta de verano

                  una estación con vidrieras rojas

                                        y desierta

                   una cueva verde habitada por la sed.

 

 

 

XIX

                      ( el coco )

Un solo coco se ha instalado

                      en el comedor.

Me acerco a un circo de mi niñez.

Un cachorro leonado? Tiene

pelo áspero y duro

        como el tronco de la canela.

Un mono amaestrado

se arroja en mitad de la arena

desde un altísimo trapecio.

En la palmera que da los cocos

                        hay una calesita.

Doy vueltas sobre un caballo blanco.

Ese caballo blanco era de leche

Y estaba dentro del coco.

 

 

 

 

 

 

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