Tres poemas de Alfonsina Storni
Poesía argentina
Miércoles 28 de abril de 2021
Compartimos tres piezas de una de las grandes renovadoras de la poesía hispanoamericana y una clave imagen de época.
¿Imaginan la reunión de Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni y Gabriela Mistral? Esta foto, tomada por un fotógrafo de El País en 1938, viene de ciertas conferencias dictadas en el Instituto Alfredo Vázquez Acevedo, en Uruguay. Entre el público, además, estaba Idea Vilariño.
Hoy compartimos tres poemas de Alfonsina Storni (Sala Capriasca, Suiza, 1892 - Mar del Plata, 1938), y les dejamos por acá piezas de Mistral e Ibarbourou, de paso.
Y la cabeza comenzó a arder
Sobre la pared
negra
se abría
un cuadrado
que daba
al más allá.
Y rodó la luna
hasta la ventana;
se paró
y me dijo:
‘De aquí no me muevo;
te miro.
No quiero crecer
ni adelgazarme.
Soy la flor
infinita
que se abre
en el agujero
de tu casa.
No quiero ya
rodar
detrás de
las tierras
que no conoces,
mariposa,
libadora
de sombras.
Ni alzar fantasmas
sobre las cúpulas
lejanas
que me beben.
Me fijo.
Te miro’.
Y yo no contestaba.
Una cabeza
dormía bajo
mis manos.
Blanca
como tú,
luna.
Los pozos de sus ojos
fluían un agua
parda
estriada
de víboras luminosas.
Y de pronto
la cabeza
comenzó arder
como las estrellas
en el crespúsculo.
Y mis manos
se tiñieron
de una substancia
fosforescente.
E incendió
con ella
las casas
de los hombres,
los bosques
de las bestias.
Fiesta
Junto a la playa, núbiles criaturas,
Dulces y bellas, danzan, las cinturas
Abandonadas en el brazo amigo.
Y las estrellas sirven de testigo.
Visten de azul, de blanco, plata, verde...
Y la mano pequeña, que se pierde
Entre la grande, espera. Y la fingida,
Vaga frase amorosa, ya es creída.
Hay quien dice feliz: -La vida es bella.
Hay quien tiende su mano hacia una estrella
Y la espera con dulce arrobamiento.
Yo me vuelvo de espaldas. Desde un quiosco
Contemplo el mar lejano, negro y fosco,
Irónica la boca. Ruge el viento.
entre altos paredones grises.
A cada momento
la boca oscura de las puertas,
los tubos de los zaguanes,
trampas conductoras
a las catacumbas humanas.
¿No hay un calosfrío
en los zaguanes?
¿Un poco de terror
en la blancura ascendente
de una escalera?
Paso con premura.
Todo ojo que me mira
me multiplica y dispersa.
Un bosque de piernas,
un torbellino de círculos
rodantes,
una nube de gritos y ruidos,
me separan la cabeza del tronco,
las manos de los brazos,
el corazón del pecho,
los pies del cuerpo,
la voluntad de su engarce.
Arriba;
el cielo azul
aquieta su agua transparente;
Ciudades de oro
lo navegan.