Tres poemas de Adélia Prado
Poesía brasilera
Jueves 11 de julio de 2019
"Lo que siento lo escribo. Acepto el destino". Con tradución de José Ioskyn, Griselda García Editora acaba de lanzar la poesía reunida de la poeta nacida en Minas Gerais en 1935.
"Adélia Prado representa tal vez la voz poética más reconocida de Brasil en la actualidad. Su obra fue recibida con entusiasmo desde su primera publicación, cuando en 1976, a los cuarenta años, publicó su libro Bagaje. A partir de ese inicio tardío su influencia se ha ido afirmando hasta convertirla en una figura pública. Sin embargo su poesía no es simple, el lenguaje no es llano, sus ideas no son fácilmente asimilables" escribe -en el prólogo a la obra reunida que acaba de publicar Griselda García Editora- José Ioskyn, su traductor.
De ese tomo, compartimos tres poemas de la autora nacida en Minas Gerais en 1935:
Con licencia poética
Cuando nací un ángel esbelto,
de esos que tocan la trompeta, anunció:
va a ser abanderada.
Cargo muy pesado para una mujer,
esta especie todavía avergonzada.
Acepto los subterfugios que me caben,
sin necesidad de mentir.
No soy tan fea que no me pueda casar,
encuentro a Río de Janeiro una belleza y
a veces sí, a veces no, creo en el parto sin dolor.
Pero lo que siento lo escribo. Acepto el destino.
Inauguro linajes, fundo reinos
– dolor no es amargura.
Mi tristeza no tiene pedigrí,
sin embargo mis ganas de alegría,
sus raíces llegan hasta mi abuelo mil.
Ser fallido en la vida es maldición para el hombre.
La mujer es desdoblable. Yo soy.
Chorinho dulce
Ya tuve y perdí
una casa,
un jardín,
un umbral,
una puerta,
un marco de ventana con un perfil.
Sabía una modinha y no la sé más.
Cuando la vida da descanso, vuelvo a querer
el umbral,
el portal,
el jardín
más la casa,
el marco de la ventana y aquella cara abandonada
Todo imposible, todo de otro dueño,
todo de tiempo y viento.
Entonces me da por llorar, horas y horas,
el corazón ablandado como un higo en almíbar.
Casamiento
Hay mujeres que dicen:
Mi marido, si quiere pescar, que pesque,
pero que limpie el pescado.
Yo no. A cualquier hora de la noche me levanto,
ayudo a descamar, abrir, cortar y salar.
Es tan bueno, nosotros solos en la cocina,
de vez en cuando los codos se tropiezan
él cuenta cosas como “éste fue difícil”,
“plateó en el aire dando coletazos”
y hace el gesto con la mano.
El silencio de cuando nos vimos por primera vez
atraviesa la cocina como un río profundo.
Por fin, el pescado en la bandeja,
vamos a dormir. Cosas plateadas estallan:
somos novio y novia.