Ficción

Seis discursos sobre el eros

Anselm Feuerbach

El Banquete de Platón

El filósofo, sociólogo y ensayista Alejandro Boverio subraya "uno de los libros capitales de la historia de la filosofía. Fundacional y, al mismo tiempo, único. Notable incluso dentro de la obra de Platón".

Por Alejandro Boverio.

Me encuentro en la preparación de un curso llamado Eros, sexo y politicidad, y es en este contexto que vuelvo sobre El Banquete de Platón. Pero si lo elijo no es solo porque lo estuve revisando últimamente, sino también porque es uno de los libros capitales de la historia de la filosofía. Fundacional y, al mismo tiempo, único. Notable incluso dentro de la obra de Platón, en parte por su particular forma expositiva, en donde ésta no es principalmente dialógica (como lo es generalmente en Platón) sino que asume el modo de un discurso indirecto a partir del cual se exponen diversas perspectivas sobre Eros. Para ser precisos, son seis los discursos sobre Eros: el de Fedro, el de Pausanias, el de Erixímaco, el de Aristófanes, el de Agatón y el de Sócrates (quien repone, a su vez, el de una misteriosa sacerdotisa, Diotima). Finalmente el libro se cierra con un séptimo discurso, el de Alcibíades, que se constituye en un elogio de Sócrates (y que interesa, a su vez, por las escenas íntimas que narra con el gran filósofo ateniense).

Son incontables las marcas que tiene mi ejemplar de El Banquete, una vieja edición de Gredos que he leído y releído a lo largo de los años y que fue sumando, con sus relecturas, nuevas marcas cada vez. Inicialmente, casi con seguridad en la primera o segunda lectura, un lápiz tímido de estudiante dibujó unas líneas en el margen y, eventualmente, algunas pequeñas cruces. Lecturas sucesivas generaron marcas de diferentes colores de tintas, capas de las que ya no es posible, ni siquiera para mí, hacer una genealogía. Me sorprende la violencia que tienen algunos de los subrayados. Pues bien, esta vez me encuentro nuevamente frente a la ocasión de subrayarlo: se me piden cinco subrayados. Como siempre es difícil cumplir puntillosamente con las consignas editoriales, creo que no es imprudente transcribir estos seis. Seis fragmentos, pertenecientes a cada uno de los seis discursos sobre el eros que hay en el libro. No me excederé con un séptimo fragmento, el del discurso de Alcibíades, para no caer definitivamente en la imprudencia. Pero el lector tiene razones, que ya he enunciado, para leerlo completo. Sí, tanto al discurso de Alcibíades como al Banquete en su totalidad. Para esto último espero que ayuden los subrayados.

 

Fedro

Así pues, si hubiera alguna posibilidad de que exista una ciudad o un ejército de amantes y amados, no hay mejor modo de que administren su propia patria que absteniéndose de todo lo feo y emulándose unos a otros. Y si hombres como ésos combatieran uno al lado del otro, vencerían, aun siendo pocos, por así decirlo, a todo el mundo. Un hombre enamorado, en efecto, soportaría sin duda menos ser visto por su amado abandonando la formación o arrojando lejos las armas, que si lo fuera por todos los demás, y antes de eso preferiría mil veces morir. Y dejar atrás al amado o no ayudarle cuando esté en peligro... ninguno hay tan cobarde a quien el propio Eros no le inspire para el valor, de modo que sea igual al más valiente por naturaleza. Y es absolutamente cierto que lo que Homero dijo, que un dios “inspira valor” en algunos héroes, lo proporciona Eros a los enamorados como algo nacido de sí mismo. Por otra parte, a morir por otro están decididos únicamente los amantes (…)


Pausanias

Nuestra norma es, efectivamente, que de la misma manera que, en el caso de los amantes, era posible ser esclavo del amado voluntariamente en cualquier clase de esclavitud, sin que constituyera adulación ni cosa criticable, así también queda otra única esclavitud voluntaria, no vituperable; la que se refiere a la virtud.

 


Erixímaco
Que Eros es doble, me parece, en efecto, que [Pausanias] lo ha distinguido muy bien. Pero que no sólo existe en las almas de los hombres como impulso hacia los bellos, sino también en los demás objetos como inclinación hacia o tras muchas cosas, tanto en los cuerpos de todos los seres vivos como en lo que nace sobre la tierra, y, por decirlo así, en todo lo que tiene existencia, me parece que lo tengo bien visto por la medicina, nuestro arte, en el sentido de que es un dios grande y admirable y a todo extiende su influencia, tanto en las cosas humanas como en las divinas.


Aristófanes
Así, pues, una vez que fue seccionada en dos la forma original, añorando cada uno su propia mitad se juntaba con ella y rodeándose con las manos y entrelazándose unos con otros, deseosos de unirse en una sola naturaleza, morían de hambre y de absoluta inacción, por no querer hacer nada separados unos de otros.

 

Agatón
Él es quien nos vacía de extrañamiento y nos llena de intimidad, el que hace que se celebren en mutua compañía todas las reuniones como la presente, y en las fiestas, en los coros y en los sacrificios resulta nuestro guía; nos otorga mansedumbre y nos quita aspereza; dispuesto a dar cordialidad, nunca a dar hostilidad; es propicio y amable; contemplado por los sabios, admirado por los dioses; codiciado por los que no lo poseen, digna adquisición de los que lo poseen mucho; padre de la molicie, de la delicadeza, de la voluptuosidad, de las gracias, del deseo y de la nostalgia; cuidadoso de los buenos, despreocupado de los malos; en la fatiga, en el miedo, en la nostalgia, en la palabra es el mejor piloto, defensor, camarada y salvador; gloria de todos, dioses y hombres; el más hermoso y mejor guía, al que debe seguir en su cortejo todo hombre, cantando bellamente en su honor y participando en la oda que Eros entona y con la que encanta la mente de todos los dioses y de todos los hombres.


Sócrates/Diotima

-Y se cuenta, ciertamente, una leyenda –siguió ella-, según la cual los que busquen la mitad de sí mismo son los que están enamorados, pero, según mi propia teoría, el amor no lo es ni de una mitad ni de un todo, a no ser que sea, amigo mío, realmente bueno, ya que los hombres están dispuestos a amputarse sus propios pies y manos, si les parece que esas partes de sí mismos son malas. Pues no es, creo yo, a lo suyo propio a lo que cada cual se aferra, excepto si se identifica lo bueno con lo particular y propio de uno mismo y lo malo, en cambio , con lo ajeno. Así que, en verdad, lo que los hombres aman no es otra cosa que el bien.
(…)
-Entonces -dijo-, el amor es, en resumen, el deseo de poseer siempre el bien.

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