Pan
Un poema de Gabriela Mistral
Lunes 28 de agosto de 2017
“La poesía es en mí, sencillamente, un regazo, un sedimento de la infancia sumergida. Aunque resulte amarga y dura, la poesía que hago me lava de los polvos del mundo", creía la Premio Nobel chilena. Aquí, uno de sus poemas dedicados a las materias del mundo.
"Le dijeron de todo: mediocre, impostora, retardataria, decimonónica. Desde las infancias debió soportar la suficiencia y la mala fe. Borges le dijo no, Huidobro le dijo no, de Rokha casi no, ¿quién no le dijo no entre los letrados de la pedagogería del Mapocho y los vanguardistas vanguarderos del 38 que la negaron y la renegaron? Pero yo le digo sí, siempre le dije sí", escribía Gonzalo Rojas.
Su verdadero nombre era Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga y había nacido en Vicuña, el 7 de abril de 1889. Antes de morir en Nueva York en 1957, se convirtió -entre otras cosas- en la primera iberoamericana en ganar el Premio Nobel de Literatura, en 1945. "Yo escribo sobre mis rodillas y la mesa escritorio nunca me sirvió de nada, ni en Chile, ni en París, ni en Lisboa", decía. En la foto, la tabla que usaba en cambio.
Aquí, uno de sus poemas materiales tomado de la edición conmemorativa que la Real Academia Española hizo de sus versos y de su prosa.
Pan
Dejaron un pan en la mesa,
mitad quemado, mitad blanco,
pellizcado encima y abierto
en unos migajones de ampo.
Me parece nuevo o como no visto,
y otra cosa que él no me ha alimentado,
pero volteando su miga, sonámbula,
tacto y olor se me olvidaron.
Huele a mi madre cuando dio su leche,
huele a tres valles por donde he pasado:
a Aconcagua, a Pátzcuaro, a Elqui,
y a mis entrañas cuando yo canto.
Otros olores no hay en la estancia
y por eso él así me ha llamado;
y no hay nadie tampoco en la casa
sino este pan abierto en un plato,
que con su cuerpo me reconoce
y con el mío yo reconozco.
Se ha comido en todos los climas
el mismo pan en cien hermanos:
pan de Coquimbo, pan de Oaxaca,
pan de Santa Ana y de Santiago.
En mis infancias yo le sabía
forma de sol, de pez o de halo,
y sabía mi mano su miga
y el calor de pichón emplumado...
Después le olvidé, hasta este día
en que los dos nos encontramos,
yo con mi cuerpo de Sara vieja
y él con el suyo de cinco años.
Amigos muertos con que comíalo
en otros valles, sientan el vaho
de un pan en septiembre molido
y en agosto en Castilla segado.
Es otro y es el que comimos
en tierras donde se acostaron.
Abro la miga y les doy su calor;
lo volteo y les pongo su hálito.
La mano tengo de él rebosada
y la mirada puesta en mi mano;
entrego un llanto arrepentido
por el olvido de tantos años,
y la cara se me envejece
o me renace en este hallazgo.
Como se halla vacía la casa,
estemos juntos los reencontrados,
sobre esta mesa sin carne y fruta,
los dos en este silencio humano,
hasta que seamos otra vez uno
y nuestro día haya acabado...