Música nocturna recordada en la mañana
Un poema inédito de Luis Chaves
Miércoles 12 de diciembre de 2018
Una pieza inédita del poeta nacido en Costa Rica, tras la publicación por Seix Barral de su poesía (escrita entre 1997 y 2016) reunida en Falso documental, y las ediciones en Argentina a cargo de Editorial Neutrinos con Asfalto, un road poem e Iglú. "Es un poema de rescate, un ejercicio de minimalismo emocional", dice Santiago Llach para presentarlo.
Por Luis Chaves. Foto Esteban Chinchilla.
Nacido en San José en 1969, Chaves es considerado uno de los escritores contemporáneos más importantes de Costa Rica. Su obra incluye poesía, narrativa y crónica.
Publicó, entre otros, los libros de poesía Los animales que imaginamos (1997, Premio Hispanoamericano Sor Juana Inés de la Cruz), Chan Marshall (2005, Premio Fray Luis de León, España) y la antología La máquina de hacer niebla (2012, Premio Nacional de Poesía de Costa Rica); de narrativa y crónica, 300 páginas (2010), El Mundial 2010 - apuntes (2010) y la novela Salvapantallas (2015). Su libro Asfalto se publicó como poesía en 2006 y como nouvelle en 2012. En Argentina fue editado por Editoral Neutrinos.
Aquí, Chaves comparte con nosotros un largo poema inédito de diciembre. Santiago Llach lo presenta diciendo:
"Luis me pasó Música nocturna recordada en la mañana por Google Drive y desde entonces no puedo dejar de leerlo en repeat, como un hit que me explica lo que no se puede explicar. Disparos al corazón de las cosas: la madre, interlocutora y muerta, organiza este loop del afecto en verso libre que convoca la magia y la contrariedad de ser humano en breves iluminaciones simbólicas. Es un poema de rescate, un ejercicio de minimalismo emocional en busca de las palabras que quedaron atascadas en la ruta de la garganta. La dueña del sol y la inmanencia se desplaza metonímica por el carozo del poema, y su hijo le rinde un homenaje a la épica sin marketing de la crianza, dibujando con epifanías rotas el patio trasero del museo de los genes donde tuvo lugar la fundación mítica de su sensibilidad".
Música nocturna recordada en la mañana
Del lado teórico
cuando toca lo pragmático,
del lado práctico cuando
enfrento la teoría.
Suena el teléfono
y abro la refri
más o menos así.
En fin.
Desperté vocacionalmente
antes de que sonara el despertador.
En el sueño
también estabas muerta,
tuve que continuar.
Han pasado dos años,
será muy pronto para esto.
De lo poco que hablamos
queda lo que no se dijo.
La voz es lo primero que se borra.
Escribo al fondo de la casa,
en breve, afuera, se encenderán
las lámparas municipales.
Los pericos cruzan el cielo en diagonal
remolcando al mes de diciembre
y para entender algo quiero pensar
en la fantasía originaria,
en la alucinación optativa del pecho.
En cambio, se impone
el crujido específico de las gradas,
tu peso haciendo hablar a la madera
cada mañana rumbo a la cocina.
La masa de tu cabeza,
una silueta a contraluz,
atrás, ramas y hojas,
la luz intermitente
colándose también entre
el pelo rizado y negro.
Es el primer recuerdo que tengo.
¿Dónde estamos?
¿Qué me preguntás?
La brisa leve nos envuelve
en el olor de los cítricos.
Time present and time past
coinciden tal vez en time future.
Eso no te importa, quizás esto sí:
en casa enhebro yo.
“Pa, coseme estas medias”,
me dicen de salida
sin mirar y sin saber
que así te invocan.
En el pulso firme y la puntada lenta,
en la frontera del dedal, en la fuerza
exacta, ni un poco menos ni
un poco más, que tensa el hilo
para remendar lo que se rasgó.
¿Son las prendas rotas de tus nietas
dos cosas a la vez? ¿Son en simultáneo eso
y lo que evocan?
¿Que me deje ya de palabrejas?
Ese arpón minúsculo
une más que un apellido.
Una vez te vi fumar,
estirada sobre la manta de picnic,
dueña del sol y la inmanencia.
El humo por la nariz
como una diva del cine,
como una mujer que esconde
un misterio o un superpoder.
Un par de amigas o hermanas tuyas
en la imagen, distribuidas
sobre el cuadriculado del mantel,
ni un solo hombre cerca
porque el niño que te observa
no cuenta.
Siente celos del secreto que se le revela,
tiene un miedo nuevo,
se abre una grieta a sus pies:
ella es Mayra además de mamá.
Los botones, alfileres, hilos
en una caja de galletas danesas.
Dedales, broches,
acericos y abalorios,
cinta plástica de medir.
La larga tarde después de la escuela,
no llegabas nunca del trabajo
o así lo sentía:
todo hijo es un capataz.
Inventariaba el contenido sobre
el estampado del edredón,
una matriz de carretes, otra de botones, etc.
Un taxónomo de seis años
fija los insectos del monólogo interior.
Hablabas, ahora que lo pienso,
con la boca del horno,
en los grados centígrados crece
la promesa del pan.
Me invitabas a pesar la mantequilla,
a engrasar bandejas,
a comer como acto contrario a la conversación.
Las palabras hacia adentro,
en la ruta de la garganta.
Detrás de la puerta cerrada,
el cuarto a oscuras a media mañana.
Al otro lado de las cortinas, el día explota,
el martillo de la luz
contra un solo hemisferio,
la derrota convertida en anomalía vascular.
Vistos desde afuera
somos cualquier madre e hijo sentados en el bus,
la díada que es principio y negación.
Estampa antropológica de mujer
que repasa listas mentalmente
mientras hijo, párvulo,
se entrena en la lectura modular
Co o pe re con el a se o
Murió la abuela Carmen
y como si la tuviera enfrente
veo la bacinilla metálica debajo de su cama
y la mancha de sangre con
forma de mariposa
en la sábana final. Nos heredó
la cabellera densa, sana y
negra del mestizaje,
la suspicacia a las muestras físicas de afecto
y la casa del Estado benefactor
que es la página uno de nuestra mitología.
La silueta a contraluz,
las ramas, hojas, la luz intermitente,
un halo rodea tu cabeza.
Cada tanto la masa oscura
cambia de ángulo y es tu cara
de madre joven,
estás contenta sin sonreír.
¿Qué te pregunto sin lenguaje?
¿Dónde estamos? ¿Qué provincia? ¿Latitud?
¿Quién cuida la casa? ¿Ese aroma es de naranja,
mandarina? ¿Limón?
Al otro lado de cada desenlace
está el embrión de un nuevo final.
Lo dice la teoría y lo dice la praxis.
Está escrito en el reverso de la ropa
barata de la infancia, en la letra pequeña
de las recetas escritas a mano,
en el temblor de las esferas de mercurio
que como electrones buscan reunirse,
en el ritmo de la Singer
en la cuesta monoparental,
está al fondo de la crisis de los 80,
también en el idioma de la madera
y las sombras del marquiset,
lo dice el hielo envuelto en la servilleta,
la medida de una pizca de sal
entre tu pulgar e índice,
la cavidad de la piedra pómez,
la morfina, tu trazo manuscrito
y zurdo. Está escrito en esta
canción simple con hilo y aguja,
es fácil de borrar.
Sumo ahora y qué joven eras
cuando me gradué del colegio.
Esa noche bailamos por primera
y última vez. A media canción
dije “ya me tengo que ir”
y por unos segundos no supiste
dónde estaba tu mesa,
te vi de espaldas, desorientada,
“Otro día repetimos”, quise reparar.
Ya se sabe qué pasó.
¿Vas a volver?
Si pudieras, ¿vendrías como Mayra
o como mamá?
De las fotos recortá mi cabeza
y la de tu esposo,
quedate con las de tus nietas
y la del humo azul y leve
de cuando no rezabas.
Se hizo tarde y todas duermen
cabe más distancia entre cada ladrido
y viene, como un mazo, un pasaje del final:
emergiendo de las profundidades del desahucio
dijiste “ya no veo a mis nietas ni las toco”
y de inmediato volviste al lugar vedado.
Una silueta a contraluz,
atrás, ramas y hojas,
la luz intermitente.
Es el volumen de tu cabeza
y cuando cambia el ángulo y aparece tu cara
veo una mano pequeñísima
buscando tu boca, tu mejilla, tu nariz.
¿Dónde estamos? ¿Cuánto falta?
La tela suave de la brisa
nos envuelve
antes de lo que vendrá.