Mi cabeza está en otra parte: Damaris Calderón
Literatura cubana
Miércoles 15 de junio de 2022
Editorial Alquimia publicó Mi cabeza está en otra parte, una antología de la poeta nacida en La Habana en 1967. Compartimos una de sus piezas.
Damaris Calderón nació en La Habana, Cuba, en 1967. Poeta, narradora y ensayista, Licenciada en Letras por la Universidad de La Habana, es Magíster por la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE), Santiago de Chile.
Mi cabeza está en otra parte reúne una selección de todos sus libros publicados en Chile, y el título de esa antología corresponde al título de uno de los poemas de su libro Sílabas (2000): "El compromiso con la escritura por parte de Damaris Calderón no es otra cosa que la persistencia de sondear en el abismo; una especie de activismo del que no se hace alarde, pero del que se extrae toda la luz que puede caber en el poema para entregarla al que quiera ver, al que quiera oír. No la obstinación por el texto, sino una energía que quiere atravesar el aire como el canto de los pájaros, ese canto capaz de despertar de su letargo el espíritu colectivo: la ética de un oficio", dicen los editores de Alquimia.
ASÍ
Estoy en la azotea mirando hacia las escaleras y los techos de abajo. Atalayando desde la azotea. El edificio es un laberinto, cortado en planos cubistas, desconchados, viejos, expuestos. El entorno y los hombres se parecen como dos gotas de agua sucia.
Estoy en la primera planta, asomándome a la ventana a ver si alcanzo a tragarme un pedazo de cielo, a ver si consigo verme (imaginarme) cómo fui arriba, minutos antes, con la cara pegada a la ventana, cortada en aristas cubistas.
Subo las escalares. Las bajo. Las subo otra vez. Observo desde mi flanco, protegida por las murallas precarias. Veo la vida ajena desde adentro, las cortinas que se suben, se abren, se cierran, la ropa que se saca a tender, que se seca en el cuartico pequeño porque no hay espacio afuera, oigo el jadeo de las cañerías como un corazón angustiado. Todo zumba, bulle, fermenta dentro de las paredes. Olor humano: olor a col, a carne podrida, descompuesta. Oigo unos gritos y un llanto bajito y una cuchara que se lleva a la boca como un medicamento.
Un gato, panza arriba, duerme sobre el techo de zinc. Y una vieja que no tiene ni perro que le ladre le arroja un cubo de agua caliente para que se desolle, para que no duerma en esa ofensiva paz redonda, aquí, donde todos llevamos tajos y cicatrices.
Salgo al pasillo. Hace sol. El tejado de zinc está parchado con unas vigas de madera por donde a veces corren los niños. Miro los edificios desde afuera: una cortina verde muestra un pedazo de hombre, en otro departamento hay un letrero con un anuncio de laboratorios y exámenes médicos. (¿Esta enfermedad no es mortal?). Algunas plantas, ropas de niños, ropa de hombres, ropas de muertos, puestas a secar como peces en salmuera.
Todavía estoy en la azotea pero más tarde estaré en el avión y miraré todo esto desde arriba y veré la insignificancia de estas vidas y esfuerzos, y lloraré por mi madre y por mí misma, y por todos los que no son arrancados de la tierra.
Ya estoy en el avión y veo cómo los edificios se convierten en frágiles estructuras, en cajitas de muertos, en celdillas, las casas, los autos son partículas ridículas; vistas desde arriba, las vacas son menos que insectos, los insectos, como los hombres, desaparecen, y toda vida humana termina en un punto muerto.
Estoy en el avión y nadie sabe que soy un terrorista, que llevo una bomba en el pecho, que la detonaré en unos minutos. El que pagó el pasaje a crédito, el que lo pagó al contado, el que se lo mandó la familia partiéndose el lomo part time, full time, el que viaja en primera clase, el que va en la última de turista, no saben que el avión también es una realidad transitoria, momentánea, y que en unos minutos, estaremos cayendo en pedazos sobre el Empire State.
Ya soy la vieja. Nunca tomaré un avión.
En un rectángulo de la escalera, recostada a la ventana, con la cara cortada a cuchilla, arrojo el cubo de agua hirviendo al gato que duerme sobre el tejado, para que se desolle.