Me quieren como a un campo
Serguei Esénin con su esposa, Isadora Duncan
Poesía de Sergei Esénin
Miércoles 03 de febrero de 2016
Sergei Esénin nació en la aldea de Konstantinovo en 1895, en una familia de campesinos. La cultura religiosa moldeó su infancia. En la casa de su abuela, situada frente a la iglesia, se reunían monjes y pintores, ciegos y peregrinos que cantaban poemas espirituales. En el carácter rebelde de Esénin y en su aspiración espiritual se gestó su lírica. Boris Pasternak destacó que lo más preciado de su obra son las imágenes de su naturaleza natal, los bosques de Rusia que le entregaron toda su frescura a la infancia del poeta.
A los 17 años abandona su aldea y viaja a Moscú para dedicarse de lleno a la vida literaria y pronto es aceptado en los círculos literarios y adorado masivamente. Esénin recibe con entusiasmo la Revolución de Octubre, confía en que traerá mejoras para la vida del campesinado, pero pronto se decepcionará y comienza el período más conflictivo en la vida del poeta, quien se ve envuelto en constantes escándalos, peleas y borracheras.
En 1919 se conforma el movimiento imaginista: Esénin es el miembro más importante de este grupo, algunos de los adeptos admiten que dicho movimiento se creó para enfrentarse con el poeta futurista Vladimir Maiakovski. En 1921 conoce a la bailarina norteamericana Isadora Duncan, al poco tiempo se casan y viajan por Europa y Estados Unidos, y se divorcian. En 1925 se casa con la nieta de Lev Tolstoy, quien lo interna en una clínica psiquiátrica.
El 28 de diciembre de 1925 lo encontraron colgado de una tubería, en su habitación del Hotel Angleterre, en Leningrado. Su muerte prematura y trágica fue catalogada como un suicidio por algunos y como un asesinato por otros. Hasta el día de hoy la verdad sobre el último poeta de la aldea permanece oculta.
La confesión de un granuja
No todos saben cantar,
no todos saben ser manzana
y caer a los pies de otro.
Esta es la suprema confesión
de un granuja.
Ando intencionalmente despeinado,
con la cabeza como una lámpara a petróleo
sobre los hombros,
me gusta iluminar en la oscuridad
el otoño deshojado de sus almas.
Me gusta que las piedras de los insultos
vuelen hacia mí como granizo que vomita la tormenta,
es ahí cuando mis manos aprietan con más fuerza
el cabello de mi burbuja vacilante.
Entonces recuerdo con nitidez
el estanque cubierto de hierba, la voz ronca del aliso,
que en algún lugar viven mi padre y mi madre,
y que mis poemas les importan un carajo.
Pero me quieren como a un campo,
como a la carne de su carne
y como a la lluviecita que en primavera
tienta a los brotes.
Ellos les clavarían sus horquetas
por cada insulto que me lanzan.
¡Pobres, pobres campesinos!
Seguramente ya están feos
y aún le temen a Dios y a los espíritus del pantano.
¡Si sólo pudieran comprender
que su hijo es el mejor poeta de Rusia!
¿Acaso no se cubrían de escarcha sus corazones
cuando él se mojaba los pies en los charcos del otoño?
Ahora usa sombrero de copa
y zapatos de charol.
Pero en él arde el mismo espíritu juguetón
de aldeano travieso,
a cada vaca pintada en los letreros de las carnicerías
saluda con una reverencia,
cuando se cruza con los coches de la plaza
y el olor del estiércol le recuerda a su tierra,
está dispuesto a llevar la cola de cada caballo
como si fuese la cola de un vestido de novia.
Amo mi tierra.
La amo demasiado.
Aún cubierta de tristeza como el moho en los sauces.
Me gustan los hocicos mugrientos de los cerdos
y el canto de los sapos en el silencio nocturno.
Estoy enfermo de ternura
por los recuerdos de infancia,
sueño con la niebla y con la humedad de las tardes de abril.
Cuando nuestro arce se ponía en cuclillas
para calentarse con la hoguera del alba,
trepaba de rama en rama
para robar los huevos de los nidos de las cornejas.
¿Seguirá siendo el mismo de antes, con esa copa verde
y la corteza dura?
¿Y tú, mi querido perro fiel, abigarrado?
La vejez te volvió ciego y gruñón,
te arrastras por el patio con tu cola caída.
Tu olfato no distingue ya el establo de la casa.
Tan importantes fueron para mí nuestras travesuras,
cuando le robaba pan a mi madre
y lo comíamos entre los dos,
un mordisco cada uno, sin engañarnos.
Soy el mismo de siempre,
mi corazón es el mismo.
Los ojos brotan en el rostro
como las flores azules en el centeno.
Y yo extiendo las esteras doradas de mis versos
para decirles a ustedes
mis más tiernas palabras.
¡Buenas noches!
¡Buenas noches a todos!
La guadaña de la aurora enmudeció
después de rozar la hierba del crepúsculo.
Hoy tengo ganas de ver luna
desde la ventana…
¡Luz azul, y el azul es tan profundo
que ni siquiera me daría pena morir!
Qué importa que parezca un cínico
con un farol colgando del trasero.
Qué falta me hace tu trote suave,
viejo, bueno y fatigado Pegaso,
como un severo maestro
vengo a decantar y a glorificar a las ratas.
Como agosto, mi cabeza vierte
el vino tumultuoso de mis cabellos.
Yo quiero ser ese velero amarillo
que nos lleva al país hacia el que vamos.
***