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La posibilidad de dejar una huella en el mundo
Por Hernán Ronsino
Miércoles 03 de marzo de 2021
"Los personajes de Krupa, como ese auto antiguo, van a contramano del tiempo, no encajan en el mundo que habitan". Una reseña de Dodge (Edulp, 2020), de Daniel Krupa.
Por Hernán Ronsino.
Justo en el año de la pandemia sale Dodge, la nueva novela de Daniel Krupa. Y eso pareciera una sincronización elaborada por los mismos personajes del libro, una joda o un modo de atentar contra las reglas del mundo. Porque eso hacen los personajes de Krupa: atentan contra las reglas del mundo con la ironía o la violencia explícita. Y porque Dodge además es una novela sobre el fin del mundo.
Desde hace varios años Krupa viene trabajando en este libro que tiene también como tema central la herencia paterna, la herencia simbolizada en un Dodge del año 81. Todo sucede en un mundo que está en crisis porque entró en crisis, nada menos, que el sol. Los desprendimientos del sol amenazan la vida en la tierra y eso despierta un pánico en cadena que lleva a matanzas en la ciudad de México, a choques inesperados, a congojas aplastantes, es decir, el caos. De eso habla Krupa en su novela. “Preparate para el futuro, hermano, es un crimen/ habrá fantasmas, habrá fuego en las rutas y el hombre blanco bailando”, es la cita de Leonard Cohen que abre la historia.
Graff, el protagonista, recibe como herencia de su padre el Dodge y, a su vez, comienza a trabajar con el profesor Hamilton para ayudarlo a investigar y entender lo que pasa con los desprendimientos del sol. Graff mantiene, en pleno siglo XXI, la herencia de su padre. Un auto de otro siglo, "el auto más lindo del mundo", como lo llama de manera insistente. Un auto por el que vio a su padre robar por única vez. Un auto con el que despliega una serie de manías, como ofrecerle un saludo cada vez que sube, cosa que necesita imperiosamente hacer incluso cuando suben otros. Graff está atravesado por la pregunta de si las cosas ocurren como producto de su imaginación o eso que se llama realidad sucede ahí afuera.
Arriba del Dodge, Graff siente que anda un poco a contramano del presente. El tiempo de las cosas es efímero. La ansiedad por el consumo hace que el auto de Graff funcione como una máquina del tiempo. Con su cromado, con el tapizado antiguo. Con su estampa de reliquia. Esa obsesión por el tiempo y por el fin irremediable de las cosas pone a esta novela en estrecha relación con su novela anterior.
En El sobretodo metafísico lo que persigue su protagonista (que se llama Klausen) es tener una experiencia genuina en el mundo y así poder maniobrar “el tiempo a su favor”. Entonces despliega una serie de aventuras descabelladas que siempre terminan chocando con la realidad. Si bien las tramas y los nombres de los personajes cambian de una novela a otra, pareciera ser que la búsqueda de Krupa continúa y se profundiza de un libro a otro en torno a los mismos temas.
En Dodge reaparecen la ciudad de La Plata como escenario, el vínculo con Gimnasia y Esgrima, las acciones delirantes de un personaje excéntrico o el control permanente a través de cámaras de vigilancia desplegadas por todos lados que se suman a la pregunta por la existencia.
Los personajes de Krupa, entonces, como ese auto antiguo, van a contramano del tiempo, no encajan en el mundo que habitan. Y, por eso mismo, buscan de un modo desesperado, a toda velocidad, como en la inolvidable escena final de Dodge, la posibilidad de dejar una huella en el mundo.