La mansedumbre de los inocentes
Anne Talvaz
Lunes 22 de agosto de 2016
Última entrega de la serie curada por Elena Anníbali, desde Córdoba: traducciones de Anne Talvaz, nacida en Bruselas, a cargo de Mirta Rosenberg y Jaime Arrambide, tomadas de Diario de poesía. El último poema es un knock out: háganse un favor y lleguen al final del post.
Por Elena Anníbali. Traducciones de Mirta Rosenberg y Jaime Arrambide.
Anne Talvaz es una poeta y traductora nacida en 1963, en Bruselas. Madre inglesa y padre francés, casada con un mexicano, vivió en China y Brasil, y actualmente reside en París. Cuando leí fragmentos de su casi inconseguible obra, supe que iba a adorar esta autora que con recursos sencillos elabora una poesía de alto impacto evocador. Y estimo, desde este, mi muy cuestionable lugar de lectora que eso se debe, en parte, a su buceo en las lenguas por las que está cruzada y felizmente invadida.
Ha traducido al francés poemas de John Ashbery, Simon Armitage, Emily Brontë, Sylvia Plath, Lorine Niedecker, Frank O’Hara, Antonio José Ponte, Juan Gelman, Rosario Castellanos y Beatriz Vignoli, entre otros. Entre sus libros Imagina (2002), Entre dos mares (2003), Lo que somos (2008), Plumas de mar, conchas y lithophytes (2006), Anunció un nuevo comienzo. Tres años en China (2010), Confesiones de una Mona Lisa, el seguimiento (2010).
Las traducciones que siguen son de Mirta Rosenberg y Jaime Arrambide y estos poemas fueron tomados de Diario de poesía, N° 65, año 2003.
End of the world, 3
La arena negra. El agua que corre
en arroyitos, los caracoles
un poco más grandes que los nuestros, más rugosos,
que a duras penas despegamos de su cieno.
El murmullo de los árboles, su espesor.
En todas partes el suelo tiene el mismo aspecto,
la misma riqueza, la misma frescura,
el mismo silencio, el mismo aburrimiento.
Nada que te dé la menor pista;
pero si la tierra se niega así al recuerdo humano,
¿por qué conduce aquí el camino?
China Beach, Vancouver Island, 1995
End of the world, 5
Habíamos preferido no acercarnos
al prado donde se esparcen las cenizas.
Al parecer era un lugar
que debía tratarse con respeto.
Sería estúpido decir que previmos lo siguiente:
nunca se puede prever nada, incluso si
tarde o temprano las cosas terminan por saberse;
simplemente, era preferible no abordarlo.
El futuro avanza sobre sus cenizas paso a paso.
Tarde o temprano se sabe siempre por qué.
End of the world, 10
Hablás demasiado porque sabés que mañana
esto se acaba. La lluvia ya no perla las hojas del castaño,
una palada de carbón arrojada al fuego,
ddd
y que lo apaga. Y esta espera
que no termina más. Algo ya no será más
ddd
tal vez será en otra parte,
ddd
pero seguro será de otra manera. Es él,
o vos -¿quién sabe? El miedo en el vientre, o la ansiedad:
porque es él, porque sos vos. Porque es mañana.
ddd
d
d
Pietá
¿Lo sostuvo contra su cuerpo
en la multitud que marchaba hacia la muerte maloliente?
¿Huyó de su chiquito en llanto
para reencontrarse con los vivos?
Sus manos, lo único que aún le pertenece,
y la luna que vierte sobre todo su ceniza inmaterial
le sirven de razón de ser
fuera de ella, y
la batahola de las cornejas
que se estrellan en el cielo…
Suenan las campanas.
El miedo que se suelda a la piel, la supuración
de las llagas,
mi corazón de cieno que todos pisotean.
Y allá, un hilo de humo.
Se disuelve en el cielo.
Suenan las campanas.
Cosas que no hay que decir
Éramos cuatro mosqueteras
(en la actualidad el uso permite decir «la mosquetera»)
que un día nos pusimos a charlar.
Una de nosotras estaba a punto de jubilarse
y la agobiaba la idea de las tareas domésticas, sobre todo las compras.
Otra fue al frente, como siempre,
para explicarle que con los supermercados que envían a domicilio
basta hacer las compras una vez al mes, llenar el carrito
y con eso una ya puede quedarse más o menos tranquila.
Y las mosqueteras siguieron conversando en ese tono, hasta que una de ellas
se tapó la boca con la mano y exclamó:
«¡Hay que ver! Entre mujeres, ¿y de qué hablamos?
De las tareas domésticas».
Se produjo un largo silencio de vergüenza.
Ya que es verdad que las tareas domésticas la cocina la limpieza y los críos
todo eso te reblandece la voluntad y el cerebro,
impide que te tomen en serio,
te cierra para siempre el camino de la psicología la filosofía
la filología la etología la etnología la etimología la ermenéutica
(¿se escribe sin H?) y la puajsía.
El resto me importa un carajo pero la puajsía...
Doy prueba de gran magnanimidad al emplear esa palabra:
puajsía, inventada por un tal Albert Cohen
que vino a arruinar mis dieciséis años vibrantes y ferozmente ambiciosos
decretando que las mujeres y especialmente las mujeres con mi aspecto físico
eran incapaces de escribir.
Pero no importa, el señor Cohen está muerto
y en esa época yo cultivaba la mansedumbre de los inocentes.
Me gusta cocinar. Adoro cocinar.
Un huevo cascado dentro de una sartén y que toma forma ante los ojos
en el aceite hirviendo, la química de los platos
que al principio parecen residuos en una olla
y que se transmutan poco a poco en obras maestras
de la invención humana (prefiero las recetas tradicionales
a las elucubraciones progresistas de los grandes chefs).
Y lavar la ropa, el placer de estirar la mano sin pensarlo para
elegir una prenda
precisamente porque antes pensamos en ella, el placer
de acurrucarse bajo el acolchado...
El acolchado. Un tema sensible. Por definición,
cuando alguien habla como yo ahora, es una «mal cogida».
Del amor como tranquilizante. No está mal como idea.
El abuso de tranquilizantes implica un aumento constante de la dosis
para lograr el mismo efecto. Eso no se les ocurrió.
Cuánto esfuerzo para lograr que una mal cogida se calle la boca }
(además son todas feas y el Viagra cuesta carísimo).
Los hijos. Otro tema sensible.Hablar de los hijos
es prueba de falta de vigor intelectual, de inventiva,
de debilidad y de vulgaridad. Por acá, sin embargo, de hijos poco y nada
(de paso, quisiera hacerle llegar mi saludo a MD y su bebé),
¿dónde está entonces la vulgaridad? Aparte, el tema no le interesa a nadie.
Es algo que sabe todo el mundo... como si nadie hubiera tenido nunca un hijo,
y además, las historias de niños sólo sirven para los editores
de literatura para niños... ¿No será más bien
que el tema forma parte de los así llamados orígenes o consecuencias de la vida
que los pequeños boy scouts siempre listos para el asunto
no estarían del todo listos para encarar?
Ahora los dejo en paz. Después de todo,
tengo otra cosa que hacer en la vida y ya dije lo que tenía para decir.
Lo dije mal, lógicamente,
tengo la cabeza puesta en la cocina, el lavado
y los que me esperan en casa -los hombres,
el que hace progresar la química del plástico
(a la manera de un gran chef) y que por lo demás
observa, calmo y realista, la química del mundo-,
el hombre en ciernes que en su rincón de la mesa
crea cien universos por día, la boca grave y la mirada sombría,
esperando que la sociedad lo tome en serio.
Su padre y yo ya lo hicimos.
El resto del mundo lo hará forzosamente,
porque serás un hombre, hijo mío.