La lluvia según Francis Ponge
De parte de las cosas
Miércoles 10 de noviembre de 2021
"Cada una de sus formas tiene un aspecto particular; le corresponde un ruido particular. Todo vive con intensidad como un mecanismo complicado, tan preciso como azaroso, como un reloj cuyo resorte fuera la gravedad de una masa dada de vapor en precipitación". Tomado del libro de El Cuenco de Plata.
Por Francis Ponge.
La lluvia, en el patio donde la miro caer, baja con aspectos muy diversos. En el centro es una delgada cortina (o red) discontinua, una caída implacable pero relativamente lenta de gotas probablemente bastante livianas, una precipitación sempiterna sin fuerza, una fracción intensa de puro meteoro. A poca distancia de las paredes de la izquierda y la derecha, caen con más ruido gotas más pesadas, individuadas. Aquí parecen del grosor de un grano de trigo, allá de una arveja, más allá casi de una canica. Sobre las molduras, sobre los antepechos de la ventana, la lluvia corre horizontalmente, mientras que en la cara inferior de los mismos obstáculos, se suspende en caramelos convexos. Siguiendo toda la superficie de un techito de cinc que la mirada sobrevuela, chorrea en una capa muy delgada, tornasolada debido a corrientes muy variadas por las imperceptibles ondulaciones y bultos de la chapa. De la canaleta contigua de donde fluye con la contención de un arroyo hueco sin una gran pendiente, cae de pronto en un hilo perfectamente vertical, trenzado bastante toscamente, hasta el suelo donde se rompe y rebota en cordoncitos brillantes.
Cada una de sus formas tiene un aspecto particular; le corresponde un ruido particular. Todo vive con intensidad como un mecanismo complicado, tan preciso como azaroso, como un reloj cuyo resorte fuera la gravedad de una masa dada de vapor en precipitación.
El repiqueteo en el suelo de los chorros verticales, el gluglú de las canaletas, los minúsculos golpes de gong se multiplican y resuenan a la vez en un concierto sin monotonía, con cierta delicadeza.
Cuando el resorte se ha destensado, algunas ruedas siguen funcionando por algún tiempo, cada vez más lentas, y luego toda la maquinaria se detiene. Si el sol entonces reaparece, todo se borra enseguida, el brillante aparato se evapora: llovió.