La invención del equilibrio: tres poemas de Alicia Genovese
Miércoles 07 de agosto de 2024
La poeta y ensayista argentina acaba de publicar un nuevo libro por Fondo de Cultura Económica.
Nacida en Buenos Aires, Argentina, en 1953, Alicia Genovese es poeta y ensayista. Se desempeña actualmente como profesora titular en la carrera de artes de escritura en la Universidad Nacional de las Artes. Obtuvo un doctorado en literatura latinoamericana en University of Florida. Recibió la beca a la creación en poesía otorgada por el Fondo Nacional de las Artes en 1999 y la John S. Guggenheim en 2002. En 2015, le otorgaron el Premio Sor Juana Inés de la Cruz por su obra La contingencia.
Publicó críticas y notas periodísticas en diversos suplementos culturales y revistas especializadas. Entre sus libros, se cuentan: El cielo posible (1977); El mundo encima (1982); El borde es un río (1997); La doble voz. Poetas argentinas contemporáneas (1998); Química diurna (2004); La hybris (2007); Aguas (2013); La línea del desierto (2018); Ahí lejos todavía (2018); Sobre la emoción en el poema (2019), y Oro en la lejanía (2021).
El Fondo de Cultura Económica ha publicado Leer poesía. Lo leve, lo grave, lo opaco (2011), por el que recibió el Premio Municipal en la categoría Ensayo. Ahora publica La invención del equilibrio, del que tomamos los tres poemas que siguen.
El equilibrio de la memoria
(los perfumes-fuerza)
Un olor intenso a jazmines
innumerables, plenos, en su repentino florecer,
y girar esta mañana en una órbita
que traspasa aquel otro jardín
siempre revivido
con una silueta rondando.
Un cuidado de madre
que suscitaba a los jazmines
a su fuerza
como incitaba a persistir
con un chasquido de palmas
en la escurridiza felicidad.
La lluvia sobre el asfalto se detiene
y en sus vahos húmedos
un aire de familia que reubica
la calle suburbana llena de baches,
el ansia de mis libros sobre el antebrazo
para leer entre la penumbra
olorosa de las plantas.
Unos instantes que sueltan
el habla perfumada de la memoria.
Jazmines desde un antes,
una suavidad reconocible
que gravita desde lo ido. Vapor
que tocó los árboles, el cemento cuarteado,
los oasis caseros y se esparce.
Un empuje
con dos manos sobre la espalda
que atraviesa túneles, desentendimientos,
en soplos incansables.
Llega y me apura a reinventar
un deseo a oscuras
un tejido inalcanzado,
un día cualquiera, este,
perceptivo de aromas
en noviembre.
Deriva
(la escena de una línea)
Buscar con una línea
el tiempo y el espacio,
un universo donde el blanco
se conmueva
con la más simple aparición,
donde ninguna cosa del mundo
sea igual a su inmovilidad.
Una línea que suba, baje
se redondee, se quiebre;
otro trazo y una caja entra
dentro de otra caja
entre la fuerza del cuerpo
que se aligera
en procura de un equilibrio.
Una palabra en una línea
hace zumbar otras,
mueve un bosque anestesiado,
burla
la apatía del plan inconseguible.
Los grandes proyectos se desarman
en su ineficacia
sin tinta extendida
ni mano alzada que se incline.
Solo un trazo como brotado de una nube
y vuela un pájaro,
elevada del horizonte crece una hoja.
Las proporciones se relativizan,
la desproporción
del ansia anidada se abalanza
en el asombro de alguien
que pregunta hacia dónde
a tientas
en la escena de la línea.
El equilibrio en los otros
(tiempo de abrazar)
Esa demora donde el tiempo
deshace sus señales,
ese alargar el encuentro
cuando dispone su ceremonia
y se niega a cerrarla. Otro café,
otro traguito, otro suceso mínimo
para contar.
Esa tardanza abstraída,
tácita en el ocio que se mezcla
con los pigmentos amarillos y violetas
de las luces bajas, nocturnas.
Otra cerveza, otra vuelta,
otra historia se rearma
y se hace tarde
pero no cesa la brasa. El lar
que anida en los otros. La risa
que se adentra repicante
y ese miraje tristón,
repuesto para no malograr
la cercanía, las presencias
que de a poco diluyen
la tracción de algún daño.
Sed, no es más que sed
esta laxitud
donde un agua subterránea
nos humedece las bocas,
las palabras.
El lazo amoroso enredado
que se despliega.
Sed no es más que sed
el celo en los próximos,
el alma susurrada
al acompasarnos,
al ir de bares
y entre palabras encimadas
destapar la hostilidad de un devenir
por un instante, menos furioso.
Tendidos los gestos
como flores repentinas
en una mata de iris azules.
Y ya no enmudecer
arrojados en soledad
sobre una roca desnuda.
No es más que sed
seguir la caminata
entre las briznas de una calle
con luminarias
atenuadas por el follaje,
el asfalto acallado de autos.
No es más que sed
que se calma
asida al abrazo.
Agua sostenida
que se entrega.
En el otro, un equilibrio.
Abrazar es un equilibrio