El tazón cantador de la literatura
© Adriana Bianchedi
Eduardo Halfon elige
Lunes 26 de setiembre de 2016
"El epígrafe de un libro tiene más que ver con música que con literatura. Es la nota musical de ese libro" dice el guatemalteco Eduardo Halfon, y comparte las citas con las que afinó sus propios títulos.
Por Eduardo Halfon.
Un epígrafe no define un libro. No lo explica ni resuelve. Tampoco lo resume. La relación es mucho más etérea. El epígrafe de un libro tiene más que ver con música que con literatura. Es la nota musical de ese libro. Su tono. Algunos monjes budistas, previo a sentarse a meditar, golpean una especie de campana invertida y colocada en el suelo llamada tazón cantador, para así marcar el inicio de la sesión mediante un tono que permanecerá en el aire y en las mentes de los monjes durante todo el tiempo que estén meditando.
«He pasado la máquina de escribir al otro cuarto, donde puedo verme en el espejo mientras escribo.»
Henry Miller (epígrafe de El boxeador polaco)
Hay algo de selfie en el acto de escribir. No tomo una foto de Obama o Messi, sino que estiro la mano y tomo una foto de cómo me veo yo ante Obama o Messi. No escribo la historia de mi abuelo y un boxeador en Auschwitz, sino de cómo me veo yo ante la historia de mi abuelo y un boxeador en Auschwitz. O más bien de cómo me veo yo mientras escribo que me veo ante la historia de mi abuelo y un boxeador en Auschwitz.
«Una jaula salió en busca de un pájaro.»
Franz Kafka (epígrafe de Monasterio)
Debo admitir que no entiendo del todo esta frase de Kafka. Creo entenderla. Creo de pronto haber atrapado el sentido de ese pájaro y esa jaula que sale a buscarlo, pero igual de rápido me quedo con las manos vacías.
«Play myself, and let the wardrobe do the character.»
Harry Dean Stanton (epígrafe de Signor Hoffman)
Yo no fumo. Es ese otro Eduardo Halfon, el narrador y protagonista de mis páginas, el que fuma como un descarado. Pero a veces, para poder terminar uno de sus relatos, o para responder alguna entrevista, enciendo un cigarrillo.
«Ese gran espacio de catedral que fue la infancia.»
Virginia Woolf (epígrafe de Mañana nunca lo hablamos)
Mi papá murió ahogado en el mar. Entró nadando y la marea lo abrazó fuerte y no lo dejó salir y mi papá murió ahogado en el mar. Recuerdo cuando me lo contó. Mis pies de niño metidos en la tibias olas del pacífico. Mi mano anclada a la enorme mano de mi papá. Que había muerto de niño, me dijo hacia abajo. Que había muerto a mi misma edad, me dijo hacia abajo. Que un soldado naval norteamericano, me dijo, había entrado al mar y sacado su pequeño cuerpo ya inerte y entonces, sobre la arena negra del Pacífico, le había devuelto la vida. Mi papá no dijo más. Cerca de nosotros, un viejo indígena pescaba con un hilo invisible, metido hasta la cintura en ese mar eterno, celeste, cruel. Lo recuerdo allí, perfectamente equilibrado, su torso moreno, lanzando y jalando un hilo invisible. Hoy, mi papá afirma que ese día no había ningún pescador indígena. Pero yo lo recuerdo, o quiero recordarlo, o fabrico ese recuerdo infantil para también equilibrar algo más, acaso la historia misma, acaso la efímera y profunda desolación de un niño bastardo.
«They teach you that there’s a boundary line to music, but man, ain’t no boundary line to art.»
Charlie Parker
(Epígrafe de La pirueta)