El producto fue agregado correctamente
Blog > Ficcion > El rayo que no cesa
Ficcion

El rayo que no cesa

Stanislaw Lem

"Lem, a partir de su presente y pasado, contaba con una capacidad fuera de lo común para poder leer a través de la enmarañada red de posibilidades detrás la cuales se esconde el mañana". Christian Kupchik lee Astronautas (Impedimenta) y perfila al escritor polaco, de paso.

Por Christian Kupchik.

En 1924 el cineasta ruso Yákob Protazanov entrega un testimonio mudo excepcional que será clave en el desarrollo de la ciencia ficción: Aelita, reina de Marte. Basada en la novela homónima de Alexéi Tolstoi (sobrino del autor de Guerra y Paz, el gran León) publicada dos años antes, la historia nos presenta a la sociedad marciana como metáfora del capitalismo. Es gobernada por un grupo de ancianos donde la llamada reina Aelita no cuenta con poder alguno. Los trabajadores viven encerrados en almacenes subterráneos y fríos, mientras que la información, los recursos y el acceso a la tecnología están controlados fuertemente por quienes ostentan el gobierno. Gracias a un poderoso telescopio, Aelita descubre al ingeniero Loss (ciervo, en ruso) y se enamora de él. Loss y su amigo Gusev viajan a Marte para ayudar a la reina y llevar adelante una revolución que, al ritmo de La Marsellesa, libere a los marcianos de su yugo. Loss no tenía mucha salida: su mujer Natasha era cortejada por un funcionario soviético corrupto. A pesar de ser descubierto, los celos, otro lastre de la sociedad pre-revolucionaria, le juegan una mala pasada al ingeniero y asesina a su esposa.

Tanto la novela como el film muestran las contradicciones a las que se enfrentó la nueva sociedad revolucionaria rusa, y entrega un mensaje de alerta contra los vicios arrastrados del ancien régime (algo así como “la pesada herencia”, pero invertido), a la vez que se invoca ver la revolución como un primer estadio de un proceso superador. En el planeta rojo los revolucionarios apelan al esfuerzo y la participación de todos, para acabar con la explotación y vencer en la lucha de clases. Por supuesto, algo de todo esto molestó a Stalin, quien congeló el film en Marte, aunque no pudo evitar que terminara por convertirse en un “objeto de culto”. La muestra de ello es que otras piezas fundamentales del género, como Flash Gordon o Metrópolis le rinden homenaje. No obstante, hasta el fin de la guerra fría la película de Protazanov circuló casi clandestinamente.

Tres años antes de que la reina Aelita fuera una realidad, en 1921, coincidieron dos hechos particulares. El primero fue la llegada a la región siberiana de Tunguska de una expedición científica dirigida por el responsable de la colección de meteoritos del Museo de San Petersburgo, Leonid Kulik. Se proponía investigar un supuesto bólido cósmico de origen desconocido que penetró nuestro planeta, sobrevoló el cielo siberiano y explotó en el aire cerca del río Podkamennaya, incendiando y derribando ochenta millones de árboles en un área de más de dos mil kilómetros cuadrados. La descomunal explosión -ciento ochenta y cinco veces superior a la que aniquilaría la ciudad de Hiroshima casi 40 años después- hizo volar gente por los aires incluso fuera de los límites rusos y durante varias jornadas las noches de la región fueron tan brillantes que, según se dice, era posible leer sin necesidad de iluminación artificial. “Más fuerte que el sol”, declaraban los testigos. Para colmo, la misteriosa bomba que devastó Tunguska desapareció sin dejar más rastro que un paraje asolado.

El otro suceso notable del mismo año fue el nacimiento de Stanislaw Lem en la ciudad polaca de Lvov. Llegó al mundo en el seno de una familia de la clase media acomodada de ascendencia judía. Siguiendo los pasos de su padre, se matriculó en la Facultad de Medicina de su ciudad hasta que, en 1939, los alemanes la ocuparon. Durante los siguientes cinco años, Lem, miembro de la resistencia, vivirá con papeles falsos y se dedicará a trabajar como mecánico y soldador para sabotear autos alemanes. En 1942 su familia se libró milagrosamente de las cámaras de gas de Belzec. Al finalizar la guerra, Lem regresó a la medicina, pero la abandonó al poco tiempo debido a diversas discrepancias ideológicas y a que no quería que lo alistaran como médico militar. En 1946 fue “repatriado” a la fuerza a Cracovia, donde fijaría su residencia. No tardará demasiado en iniciar una brillante aunque difícil carrera literaria que, a pesar de sus méritos, sólo sería reconocida bastante tiempo después, particularmente a partir del éxito de Solaris (1961), una obra maestra llevada al cine por Andrei Tarkovski (1972). Treinta años más tarde, Steven Soderbergh realizará una remake. Pero mucho antes de todo eso, Lem ya tenía noticias de Aelita y Tunguska.

 

II

“Un mar de azuladas formas se extendía hasta el horizonte. Brillantes formaciones extrañas a la vista, como las letras de un alfabeto desconocido, aparecían separadas por franjas de penumbra: edificaciones de múltiples segmentos en forma de estrella, torres parecidas a estalagmitas, edificios de planta circular con fachadas cóncavas e inclinadas, baluartes escalonados”.

Aunque se considera El hospital de la transfiguración, escrita en 1948, como su primera novela, al no haber sido publicada en Polonia sino hasta 1955 debido a problemas con la censura comunista, hizo que Astronautas (Astronauci, 1951) fuera aceptada como la obra inaugural, que hoy nos llega por primera vez en castellano gracias a una bella edición de Impedimenta.

Es probable que Lem no estuviera al tanto de todas las teorías que, desde la NASA hasta otros organismos más esotéricos, se han elaborado sobre los hechos de Tunguska. Tampoco se sabe si vio Aelita, aunque es casi seguro que conociera sus intrigas marcianas. Lo que sí resulta claro es que Lem, a partir de su presente y pasado, contaba con una capacidad fuera de lo común para poder leer a través de la enmarañada red de posibilidades detrás la cuales se esconde el mañana.

Tras haber pasado por múltiples contiendas y luchas sangrientas, en el siglo XXI la humanidad ha dejado atrás toda forma de capitalismo y ha logrado un equilibrio sostenible en el planeta. Colosales trabajos de ingeniería, como la irrigación del Sáhara o el control del clima con soles artificiales, dan cuenta del progreso de la especie. Durante uno de estos proyectos, en la siberiana Tunguska se halla un objeto que es identificado como un archivo extraterrestre. Tras lograr descifrar alguno de los datos que recoge, se descubren ciertos detalles alarmantes del viaje de una nave que debió de estrellarse en la zona. El Gobierno de la Tierra decide enviar la recién construida nave Cosmocrátor al planeta Venus, donde sus tripulantes localizarán los restos de una civilización infinitamente más avanzada que la nuestra.

Lem tiene la habilidad y sensibilidad necesarias para transportarnos a Venus con la misma destreza con que el mundo presenció perplejo la retransmisión de la llegada del hombre a la Luna. Es admirable que una obra de estas características escrita en los años ‘50 resista tan bien el paso del tiempo y el consiguiente progreso tecnológico. Este documento retrofuturista no sólo cuenta con plena vigencia, sino que además aporta desde la ficción y también desde la filosofía. Lem relata una historia fascinante, que además reflexiona sobre la relación entre los individuos y la tecnología, la búsqueda aparentemente infinita de conocimiento y control, y los motivos que se ocultan detrás de estos intereses. Dieciocho años antes de que el ser humano pisara la Luna, el escritor polaco hacía volar la imaginación de Stalin con una novela sobre las complicadas relaciones entre el progreso y la moral, la paz y la guerra, el miedo al diferente y lo desconocido. Por fuera de sus excelentes ficciones, Stanislaw Lem nos legó también una importante obra filosófica y metaliteraria, condensada en lo que llamó Summa Technologiae (1964), también conocida como Biblioteca del Siglo XXI y conformada por los volúmenes Vacío perfecto (1971), Magnitud imaginaria (1973), Golem XIV (1981) y Provocación (1981; salvo este último, que espera su turno, los otros tres ya fueron traducidos al castellano también por Impedimenta).

Todo lector de Astronautas es asimismo un privilegiado pasajero del Cosmocrátor. Cuando conocimos a los venusinos ya no quedaba ni uno. No pudimos saber qué aspecto tenían, ni siquiera imaginarlo. Una guerra civil nuclear arrasó con la población, una solución final absoluta que dejó el planeta en ruinas. No sabemos cómo llenaban sus vidas, sólo supimos que tenían un plan: querían aniquilarnos. La expedición encontró el plan. Estaba en una sala y venía acompañado con un mapa, grande y animado. “El ser humano lleva el orden a los confines del Universo porque crea valores. Unos seres que se consagran a la destrucción, por muy poderosos que sean, llevan en sí su propia destrucción”, dice el profesor Chandrasécar, uno de los héroes del viaje. De Venus salía “un rayo que llegaba hasta la Tierra e inunda de fuerte luz el mar de nubes”. Ese rayo aún nos atraviesa.

 

 

Artículos relacionados

Lunes 28 de diciembre de 2015
Oscura plegaria
Ariana Harwicz sorprende con cada novela que publica. En Precoz trabaja una zona del lenguaje que puede relacionarse con Zelarayán, Néstor Sánchez, Aurora Venturini, entre otros.
Miércoles 10 de mayo de 2017
La salud de Cheever

"Escribir es fugarse, pero en un sentido estrictamente carcelario: crear con el lenguaje la salida del lenguaje. Esto parece decirnos la extraordinaria novela Falconer (1977): tal es el nombre de la cárcel que inventó John Cheever para escapar de sus fantasmas". Una lectura de Matías Moscardi.

Sobre Falconer, la novela que lo catapultó a los lectores

Lunes 29 de enero de 2024
Amanecer, anochecer: así escribe Edwidge Danticat

"La psiquis de su hija es tan débil que se agita por cualquier cosa. ¿No se da cuenta de que la vida que tiene es un accidente del azar?": releemos un fragmento de Todo lo que hay dentro, de la escritora haitiano-estadounidense Edwidge Danticat (Editorial Fiordo).


Lunes 21 de marzo de 2016
Tribulaciones, lamentos y ocaso de un tonto rey imaginario o no

La novela El paraíso opuesto, de Antal Szerb (La Bestia Equilátera, traducción de Laura Wittner), es una historia alegórica que advierte: «El deber no es un lecho de rosas».

Entre la alegoría y la sátira política
Lunes 28 de marzo de 2016
Lengua de vidrio

Una lectura de la antología de relatos de la gran escritora neoyorkina, Colgando de un hilo, edición de Lumen con ilustraciones de Simone Massoni.

Antología de cuentos de Dorothy Parker
Martes 22 de marzo de 2016
El silenciero

Jorge Consiglio (Hospital posadas, Pequeñas intenciones, entre otros) extrae sus citas favoritas de El silenciero, de Antonio Di Benedetto, también autor de autor de Zama y Los suicidas, entre otros títulosl.

Citas de Di Benedetto
×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar