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Poesía

El rayo, el mar que traga caballos

Un poema de David Wapner

Incluido en Carga, adelante, vamos (Neutrinos), este largo poema del autor (también de libros para chicos) nacido en Buenos Aires en 1957 y establecido desde hace años en Israel.

Nacido en Buenos Aires en 1957, David Wapner cursó en forma parcial diversas carreras (medicina, musicoterapia, profesorado en historia) y desde 1998 vive en Israel. Su primer libro de poemas, Bulu-Bulu, se publicó en 1987, y el primer libro de cuentos para chicos, El otro Gardel, en 1989.

Es autor de libros como Tragacomedias, El águila, La noche, Canción Decidida, Los piojemas del piojo Peddy, Una novela de mil páginas¡Epa! Actualmente además es director de la colección de poesía para niños y jóvenes Los libros del Lagarto Obrero.  

El poema que sigue fue tomado de su último libro, Carga, adelante, vamos (Neutrinos).   

 

 

El rayo, el mar que traga caballos

 

 

I

 

Llaman por decimotercera vez,

con la banda saturada por ondas en forma de pincho,

¿y qué vamos a decir, y se irá a responder?

dan ganas de cubrirse los ojos como cuando las garras

eran de uso diario, en los barrios de la parte en crisis

y en las familias con menos agua corriente:

para que un sonido crispe en este año en que han hecho eclosión

todos los conceptos que buscan defender lo puñal a las zonas blandas,

que gozan del “pellizco radical” (¡aaahhh, “pellizco radical”!),

y se enferman como alubias en lata, y piden “silencio”,

debe tener que ver con la muerte, aunque hable de lejos,

“silencio”, el mar que traga y no habla,

¡cuántos querrían matarlo para luego pedirle perdón!

Pero el día transcurre entre piedras

y hay quien podría contar las junturas entre baldosas,

pero no lo hace o no lo cuenta porque, es cierto,

la inteligencia se seca, y qué habrá cuando ya no haya espacio,

sino agujero: pobre de mí, dice, pobre de mí,

y no puede detener la rueda, ni aun metiendo la mano por la oreja,

ni revolviendo la masa de emergencia: ya está.

 

 

 

II

 

Con la fusta en la mano, quién diría, un hombre avanza a los gritos,

“voy a ser campeón, a todos los varo, me los meto en el globo,

los digiero con factura, y me los hago encima, porque no los aguanto”.

Y va por dentro,

proteína en lugar de alma,

haciendo que vence en todos los flancos,

y se ataca cuando le cae un rayo

y le tira la zarpa, y le da con la masa,

y lo derriba al suelo, y hace que lo aplasta

“tomá, tomá, tomá”,

el rayo, dónde está el rayo,

quedó un hoyo negro en el lugar de la paliza,

¿quién fue su autor, eh, quién se atreve a afirmar,

tal cosa el fuego y otra el arma?

Pero en la carrera todos comen como chanchos,

beben para hacer bajar el bolo

y pedirle a la tierra que les haga un lugar:

la tierra no responde a nadie,

hace su voluntad,

fija el destino de la mesa.

En la imaginación de la jauría

los nervios son fideos que atacan la garganta

la raspan hasta sacarle sangre,

antes de descender al esfínter

que finge digerir

cuando en realidad es que se muere,

“yo soy la bolsa o la vida,

dos cosas juntas no puedo”.

Y en la amnesia que poscede,

los caballos se disparan entre sí,

no reconocen a un hermano,

pero sí que la bala entra,

y a nadie importa si sale,

el de enfrente ya es potro tumbado,

el que tira sigue de pie,

la amnesia es profunda,

confunde can con crin.

En la redacción daban cuenta de aquellos sucesos

pero a cada noticia la mataba una fiera:

nadie dio caza al animal que se las traga

porque esa bestia está hecha de aire,

a lo mejor se la respira un compañero,

luego tose y se la pasa al vecino,

hasta que a todos se le inflaman los bofes,

y van a parar al hospital:

nadie en el fondo se salva,

aunque quede vivo nunca vuelve.

 

 

 

III

 

Y el mar quería ganar todos los campeonatos:

esgrimía para ello su superioridad física,

profunda anomalía como el propio universo,

que actúa como boca y entra por el ojo

pero a esta altura de las cosas,

a nadie se irá a encandilar con la imagen

de que el mar se ahoga en el mar,

y así como muere, nace de sí:

metáfora pesada

como cadena hecha de montañas:

de sólo pensar en ella

se hunde el sistema solar.

Sólo mencionar la inflamación de los caminos

el viento se siente estrujado y quiere escapar

¿de dónde saca fuerza la carpeta del asfalto

para aún responder a la gravedad?

No existe en todo el sistema túnel o desvío

en donde una mano no haya metido un dedo

en lo que había entubado

o fue embutido más profundo

o salió expulsado con estruendo.

A todo esto, las ballenas se hacían preguntas,

(¿por qué estamos varadas, quién nos recibirá arriba?)

pero sólo respondían ballenas

y aun así,

las preguntas no perdían su encanto:

(¿qué tenemos por delante del vacío del jefe,

cuántas horas hasta que llegue el arponero?).

El error reside en que no hay barcos en el área,

y cuando estos lleguen, serán de los buenos,

para analizarles los oídos, encontrar parásitos,

y clamar, la ballena ha perecido.

En medio de todo

un hacha para partir el dique

darse cuenta, estamos hablando de cosas antiguas

“represa en el Yenisei”, “Asuán-Abu Simbel”,

y en el fondo, mezclada con el musgo que reemplaza a las plantas,

la desfondada,

sentada en una silla caía por izquierda y por derecha

y su eje, su columna, quedaba erguida para sostener la bandera.

Flanea, le decían, y saludaba con el movimiento blando

de quien se siente un trapo, y no se da cuenta de la afrenta,

e incluso atiza agua, porque hace dos días llovió, y no ha secado,

y la mojadura es sucia, no de barro, de peste caída del cielo.

“Baranda era, de la pata mía”, etcétera, etcétera,

el hombre ya duerme, desde hace años, guardado en una urna,

desmontado para siempre del mástil.

Cuando la bomba estalle, los vítores al héroe se harán pedazos,

y mal ha nacido la alegoría, porque ella también se hizo polvo

con la explosión; lo que sigue es sordera, el menor de los males,

el peor, no se sabe, depende del gradiente y del umbral.

 

 

 

IV

 

El gran submarino que apareció muerto en una playa de la Patagonia

contenía los restos de una última comida que no alcanzó a digerir:

así es la vida de los submarinos que se apropian de los datos de otras ficciones,

y sin saber cómo asimilarlas, las ponen a circular junto a los tripulantes,

quienes a su vez desconocen sus reglas, el peso de cada frase,

la cadencia que tira para el fondo: qué muerto este y su carcasa,

¿cómo no pudo expulsar el mal que le hinchaba el vientre?

 

 

 

V

 

Un bien que se tragan sin usar las muelas,

por lo cual se discute si hubo gusto o no,

porque los jugos del bien quedaron intactos,

al menos en una primera etapa, y después,

cuando ya está todo hecho, las sensaciones pasan por otro lado,

no por la boca, que puede estar abierta o cerrada, qué importa.

 

 

 

VI

 

Este mundo tenía simpatizantes,

en cambio el otro era el odiado,

la consecuencia es que

ya no existe ni uno ni otro,

en caca se vive hoy.

Este es el cuento escrito por Salgado Núñez,

lejos queda la percusión de sus manos

al intentar componer música en medio del ruido de su mente,

“cada poema es un castigo para mí, por no poder componer,

más allá de golpes, que siempre olvido su secuencia”,

Y dijo “pisa en falso quien como yo canta

y se muerde los dedos a cada inflexión,

y acompaña con la lengua, porque debe suspender,

antes de sangrar, por el corte recibido”.

Pensó “luchar contra la trenza,

que para la tripa es natural,

trae el fracaso del arte”.

Cómo fue el coraje de asomar la nariz al fuego

por qué no tomaron a aquel de los hombros

con tal de detener una marcha

que sólo iría a conseguir cenizas,

pero no las suficientes

para considerarse extinto?

Canta un perro político,

se acompaña con un balanceo que aprendió de su madre

y esta de la suya y, para qué contar, todos los perritos lo supieron siempre,

sólo que, ahora, la memoria, el barro, los mosquitos que son su peste,

el estanque vecino enfermo, hoy se lee al perro de esta forma,

al menos hasta que alguien lo revise, pero nunca el perro,

no se mueve el perro de sus dichos, ni da pasos nuevos,

así es el mandato de su especie: tremendo paso ya dio el lobo.

Con esta reivindicación a cuestas, la misma que lo ata al suelo,

tira este hermano y se ahorca, ¡es tan ingenuo!, lo repite tantas veces

que no es raro verlo afectado, ejecutando una tos que a veces no para:

hay que ponerlo vertical, alzarlo a upa, y así, a veces, llega el alivio.

Sólo regresarlo a tierra, y ya se olvidó de todo.

Y justo lo que el perro ya masticaba, alguien lo trajo desde el pasado,

“el estertor de una estética no mata a nadie”: ya sabía el animal,

que era inútil aplaudirse la cara para hacer arder un rojo.

 

 

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