El mundo más allá de lo visible
Por Alicia Genovese
Viernes 31 de marzo de 2017
La autora de El río anterior nos deja la segunda entrega de su curaduría. Después de Mary Oliver, la escritura ensoñada de Miguel Ángel Bustos, poeta desaparecido en 1976: "Su poesía, como un dios visionario".
Notas y selección de Alicia Genovese.
Miguel Ángel Bustos (1932-1976?), poeta desaparecido en 1976, secuestrado, llevado de su domicilio por un grupo de tareas identificados como policías. Recién en 2014 sus restos fueron hallados en una fosa común y se pudo determinar que fue fusilado un mes después de haber sido desaparecido.
Contrariamente a lo que puede ser esperable por estos datos biográficos, a Bustos no le interesa el realismo, sino alcanzar otra realidad que muchas veces no es palpable ni visible. En su poesía, esa realidad logra hacerse visible a través de su escritura ensoñada. Lo hace a través de imágenes salvajes, malditas, que a menudo reaccionan con furia contra la moral y las buenas costumbres, imágenes que otras veces anidan en una inocultable ternura. Su poesía, como un dios visionario.
¿Quién me quita la vida como una camisa sudada y sangrienta?
Maldecidme, clavadme a la cruz, a la cruz del amor que brota en mis ingles como una maleza del Infierno.
Aquí mis fieras, quiero poseer un tigre; dar luz al dios visionario.
De Visión de los hijos del mal (1967)
La playa
Anoche en tu vestido dormías
y yo escuchaba
los niños y las arenas levantarse.
Un sol rodaba quemando
incendiando
la estrella de tu vientre.
Noche y día
en tu espalda suavemente
ondula
un ruido de pasos desnudos en la playa.
Eres un ojo inmenso en la pulpa de tus ropas
tú lo sabes
en la pulpa salada de tu carne.
Escucho nuestra voz.
Profundo es tu vestido vacío.
(16 de enero)
De Palabras de agua I (1961)
Madre. Este es el segundo
en que te llamo y en vos llamo a todas las dulces bocas
ojos de leche de las mujeres que se me mueren.
Quiero saber
siempre habrá una luna de polvo y hueso para mí. Si
no he de tener un sol este será mi último vuelo en mi
última venida a los cielos.
Tu hijo es hombre
tiene perros clavados en las ingles con grandes
frentes negras. Sin embargo pobre te pide a tropezo-
nes ya no da más ya no da un solo día más madre un
solo día más quiero probar un cuerpo que no muera
que no olvide. O caeré como un ángel de hierro con
cien muertos en las alas. Un solo muerto en el cuerpo.
Qué podrás decirme
cuando sea uno bajo la gran luna de polvo y hueso.
De Fragmentos fantásticos (1965)
Los patios del tigre
El tigre, aquel espejo del
odio y el espanto.
von Jöcker, siglo XVIII
Fueron siempre los pájaros los que anduvieron en los patios de mi infancia.
A la claridad del canario se sumó el gritito entrecortado del calafate, el vuelo diminuto de los bengalíes. Algún mono hubo, pero fue efímero.
Agregaba mi abuelo a la magia reinante sus oros de Gran Maestro. Sus libros que, de a poco, fueron siendo mis pájaros.
Un tío viajó y en una gran jaula trajo un tigre. Lo aseguraron a una cadena y esperaron que lo viera.
Su garganta me llamó; aparecí.
El espanto y la maravilla me helaron.
Desde ese día los patios dejaron de ser tales. Fueron selvas de mármol y mosaicos gastados en donde el terror habitaba.
Era feliz. Tocaba el misterio a diario y no desaparecía. Me acostumbré ávidamente a lo extraño. Cuando alguien ordenó su encierro en el Zoológico, lloré.
Entonces comenzaron mis fugaces visitas; temblaba cerca de su jaula. Su rugido era música tristísima para mí. Le imploraba a su memoria de fiera el recuerdo.
El día en que me fui a despedir de él para siempre me olió, detuvo su andar en círculos. Una sombra humana le cruzó la mirada. Intenté tocarlo. El griterío prudente me clavó en el piso.
Pensé un adiós, suavemente me marché. Más tarde supe de su muerte. Su carne fantástica se juntó en el polvo a otras carnes.
He crecido. Guardo de mi infancia sus huesos en mi alma, los libros en mi sangre.
Pero cuando llegue el fin y me miren los ojos que aún no he visto, pienso que será el tigre incierto de la locura el que me lleve tanteando a la nada, aquel tigre de titubeo y delirio del suicidio que en su boca me ahogará clamando.
O tal vez mi viejo tigre, rayado por la piedad, quiera devorarme como a un niño.
De "Fragmentos fantásticos", en Visión de los hijos del mal