El maestro
Innokenti Ánnenski
Poesía rusa
Miércoles 03 de febrero de 2016
"Innokenti Ánnenski percibía la poesía del mundo como un conjunto de rayos arrojados por la Hélade", así describió Osip Mandelstam al poeta cuya obra hasta el día de hoy es un misterio. Ánnenski parecía un hombre de antaño, era reservado y vestía trajes antiguos, aun así sus pensamientos ya estaban adelantados a su época, quizás porque miraba hacia atrás para ir hacia delante. Hoy es uno de los poetas más enigmáticos y atractivos de la poesía rusa. Publicó en vida un único poemario, Canciones apacibles, bajo el seudónimo “Nadie”, sabía catorce idiomas y fue elogiado por su magnífica traducción de Eurípides. Los poetas acmeístas Anna Ajmátova y Nikolai Gumiliov lo tomaron como maestro y fue admirado por Boris Pasternak.
Nació en 1855 en la ciudad Omsk, en Siberia. A los cinco años padeció una enfermedad que le afectó el corazón de por vida. A los 24 años se casó con una mujer de 38 que ya tenía dos hijos adolescentes. Su amor secreto fue la esposa de su hijastro. Realizó sus estudios en la facultad histórica-filológica de Petersburgo donde luego dio clases de lenguas antiguas y literatura rusa. Absorbió la esencia de la cultura antigua y las ideas y los motivos del modernismo europeo, de los decadentes y del simbolismo de Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Mallarmé, y supo combinarlo con sus raíces, el legado lirico y filosófico de Tiútchev.
Murió en 1909 de una manera repentina, por una falla cardíaca, mientras subía las escaleras de la terminal de trenes de Petersburgo.
Pienso que mi corazón es de piedra,
que está vacío y muerto,
no sentirá nada aunque las lenguas
de fuego se paseen en él.
Es cierto: no me duele,
o quizá apenas.
Pero basta, es suficiente,
apaga el fuego mientras puedas...
El corazón, oscuro como la tumba,
sabía que aplacaría el incendio...
Y bien… Ahora que apagué el fuego,
me muero en el humo.
La melancolía de las gotas lentas
Oh, gotas en el silencio de la noche,
sonajero del espíritu dormido,
crecen temblando y caen
con insistencia y precisión.
En la noche insomne y quieta
espero ansioso su golpeteo:
la llama de una vela solitaria
brilla y parpadea con tristeza.
Y parece que, a escondidas,
asisto a un extraño matrimonio,
la relación desesperada de dos vidas
que se deshacen en la oscuridad.
Sobre el lienzo
Pañuelos arrugados junto a los ojos y los labios,
la viuda y los huérfanos se ocultan en la oscuridad.
La anciana madre sola al lado del resplandeciente fuego,
tal vez regresó helada del cementerio.
Las finas bolsas bajo sus ojos
traslucen tintes azules y purpúreos,
dos manos con los dedos anquilosados
entregadas a la caricia ardiente de la chimenea.
Hace dos días, entre sufrimientos impronunciables,
el corazón de su hijo dejó de latir, pero la madre no llora,
no hay conciencia en sus manos contraídas,
es necesario vivir a pesar de todo.