El horizonte según Yves Bonnefoy
En traducción de Arturo Carrera
Jueves 30 de mayo de 2019
"Desde luego, es muy peligroso emplear las palabras, pero ¿sabríamos que hay cosas si no hubiese palabras?" Tomado del libro que Zindo & Gafuri publicó en 2016, Notaciones sobre el horizonte, del ensayista, crítico literario y poeta nacido en Tours.
Nacido en Tours, Francia, Yves Bonnefoy fue ensayista, traductor (de Shakespeare, entre otros), crítico, profesor y poeta. Recibió el Premio Franz Kafka en 2007 y el Premio FIL de literatura en lenguas romances en 2013. Falleció en 2016.
"Desde luego, es muy peligroso emplear las palabras, pero ¿sabríamos que hay cosas si no hubiese palabras?" Para Bonnefoy, en su obra La alianza de la poesía y de la música, la poesía era "un modo de intensificar la relación con la realidad, superficial o profunda, mediante un empleo reinventado de la palabra. Pero no, y me apresuro a afirmarlo, que ella sea o se considere la producción de un objeto verbal: palabras ceñidas unas a otras de una manera que las consagre a ser percibidas desde el exterior de la estructura que las enlaza". Y remata: "La poesía no es decir sino ser".
Aquí, el arranque del tomo que Zindo & Gafuri publicó en 2016, Notaciones sobre el horizonte, con traducción de Arturo Carrera. Un extracto:
Hablemos del horizonte, amigos míos, ¿de qué otra cosa podemos hablar si no?
Siempre hablamos de él, o más bien en él. Cuando hacemos planes, cuando amamos.
Cuando amamos, porque amar un ser, un camino, una obra, es ver que esa línea allá, tan lejana hacia adelante, esa línea toda luz, está lo mismo aquí incluso para atravesarlos y volverlos a atravesar, como el mar en la playa viene y vuelve a venir sobre la arena, levantándose luego, dejando aplacar el alga inquieta, la vida oscura.
Línea de allá y línea de acá, cada una para arrojar la espuma del inconscientye bajo nuestros pasos: frase que relumbra por deslizarse en la cresta de esa ola que se infla como una noche, y se derrumba luego y luego se alza de nuevo.
Tomo este camino, estrecho, que se hunda entre dos pequeñas lomas, los árboles lo envuelven también, se apretujan a mi alrededor, arriba mío, me siento feliz de saberlo familiar, con esas mil vidas de su profundidad que se habituaron a mí. Pero más bajo que los piares, los bufidos, los vuelos, este sonido ligero pero ininterrumpido que escucho, es el "allá" de las colinas del horizonte que, aunque invisible, me acompaña. Y retiene este instante presente, este instante de aquí, en sus manos que entreveo, azules y ocre rojizo, en una desgarradura que los pinos y los robles pequeños.
Con el cielo por encima de aquí, para recordarme que el cielo es igualmente de allá, que puede ver por debajo de la línea donde, para nosotros aquí, lo que es ha dejado de ser visible.
Y el color, entre nosotros, como ese secreto que así es el suyo.
Y el grito de ese pájaro que vuelve, que es un llamado. Sin duda viene de ese otro mundo, trae de nuevo el oro, alguna brizna a lo más profundo de su nido que no vemos.
Y la luz del horizonte esta agua que tarda en evaporarse, sabe Dios por qué, en los charcos bajo nuestros pies.
¿Dios? Es decir el chaparrón que ha elegido caer aquí. Él, que pudo caer un poco más lejos sobre aquel bosquecito: en eso el azar, en eso divino.
Quien pensó el horizonte no tiene dios: esas lejanías le bastan, se escurren de lo bajo del cielo como un agua sobre los signos que traza aquel niñito en la arena.
[...]