Donde lo real deviene literatura

Por Ivana Romero.

Antes de caer al piso, la china los mira. Justo en el instante en que su bastón resbala sobre una pelotita de tenis, la china los señala a cada uno con el dedo. O al menos eso creen los chicos de “Flashdance”. El cuento debe su título a la comparación que hace el narrador entre el gesto amenazante de la mujer y aquel otro —grácil y provocativo— de la chica de la película, Jennifer Beals, cuando tiene que comprarse un jurado a puro baile. Para estos chicos, la situación es una excusa más. Les sirve para inventar mundos desde el minúsculo balcón donde miran la terraza en la que resbala la china y queda inerte. Así ocurre con todos los personajes de Ruidos molestos: aparecen capturados en un instante. Hay algunos datos que admiten la construcción de un origen, de un relato previo, pero son pocos. Lo que importa en cada uno de estos diez cuentos es ese momento donde las cosas están a punto de hacer “crack”.

Ruidos molestos es el nuevo libro de Cristian Godoy, autor además de Galletitas importadas (2011) y Santa Rita (2014), donde apareció su abuela, que ha ido creciendo en relatos dispersos y también en su muro de Facebook. El dato no es nada caprichoso. Godoy, nacido en 1983, se ha construido una fama merecida dentro del mundo literario local por sus posteos en esa red social, donde escribe pequeños (bellísimos) relatos sobre esa señora de barrio que mira con amoroso asombro a su nieto escritor y que por estos días decidió no pagar una factura de gas exorbitante (“Aunque no esté de acuerdo con ella, no le quiero discutir a una jubilada a la que le quieren cobrar más de una luca de gas. Le digo que anoche no estaba en mi casa porque me invitaron a un programa de radio. Y por qué te invitaron, si se puede saber. Me hicieron una entrevista. Se indigna porque no le avisé”, escribe). 

Allí también aparecen otras situaciones con las que Godoy moldea una forma personal y desprejuiciada de narrar su entorno: el tedio en la oficina donde trabaja varias horas cada día, los chicos que le gustan, su novio, el retorno de Bandana o la escasez de señoras golpeando las cacerolas contra el tarifazo en Recoleta. 

Todo ese universo resuena en estos cuentos, pero de un modo más distanciado. Aquí, Godoy deja que sean los personajes quienes toman la palabra. Lo que hace diferentes e interesantes a estas historias es la mirada que descubre esas torsiones donde lo real deviene literatura. En “Una fecha fácil”, el portero de un edificio se hace pasar por ex combatiente de Malvinas e inventa historias de falso heroísmo. En “Belleza arruinada”, una adolescente de suburbios embarazada discute con el novio, fuma, se golpea la panza. Por debajo de “Besos al aire” se respira el aire denso de una pareja que ya no se ama mientras ella se escapa un rato con un chico que trabaja en su oficina. Él toca la batería aunque le falte un brazo.

El libro, editado por Conejos, toma su nombre del relato final, donde una pareja de ancianos observa con estupor y excesiva cautela el modo en que es maltratada una nena que vive en el departamento contiguo. Esos ruidos molestos (y sordos) parecen crecer como una maraña peligrosa. 

No hay ninguna intencionalidad política en estos cuentos. Y, sin embargo, si el escritor se detiene en una historia de abuso, en otras de chicos que se aman pero no se animan a salir del clóset o en otra donde una adolescente reniega del hijo que va a parir, es porque hay algo de esos universos que quiere señalar. No en tono de denuncia, pero sí para dar cuenta de que lo real está hecho con dosis iguales de pavor y epifanía.

Podría pensarse que el registro mínimo de cada relato, con pocos adjetivos y mucha acción, es realista. Sin embargo, hay algo más: lo interesante de la escritura de Godoy es justamente su capacidad de capturar lo imperceptible (con mucha empatía, con gran sentido del humor incluso). Así, al señalar esas situaciones grises que se disgregan en medio de las ciudades, sus textos rasgan al medio la abulia cotidiana. 

Los relatos de Ruidos molestos trascienden el realismo. Estos personajes nos miran a los ojos antes de caer y por eso se tornan complejos, ruidosos, desafiantes. O quizás nos adviertan que somos nosotros los que estamos a punto de dar un paso en falso.