Chris Marker y la fragilidad de los instantes suspendidos
Sans soleil
Miércoles 17 de febrero de 2021
Tomadas de una de las últimas novedades de Zindo & Gafuri, con traducción de Patricio Grinberg, estas piezas del escritor, fotógrafo y director de cine francés. Así comienza Sans soleil.
Chris Marker (Christian François Bouche-Villeneuve) nació el 29 de julio de 1921 y murió 29 de julio de 2012. Escritor, fotógrafo, director, artista multimedia y viajero francés. Dentro de su prolífica obra se destacan Lettre de Siberie (1957) La Jetée (1962), Le Joli Mai (1963), A Grin Without a Cat (1977), Sans soleil (1982) y sus ensayos fílmicos sobre Akira Kurosawa, A.K. (1985) y Andrei Tarkovsky, Une journée d’Andrei Arsenevitch (1999).
OBERTURA
La primera imagen de la que él me habló es la de tres chicos en un camino, en Islandia, en 1965.
Me decía que para él esa era la imagen de la felicidad, y también que había intentado asociarla varias veces a otras imágenes, pero que nunca había funcionado.
Me escribió: “...un día tendré que ponerla sola al principio de una película, con una larga introducción en negro. Si no se ve la felicidad en la imagen, al menos se verá la oscuridad”.
ACTO I
Me escribió: “Vuelvo de Hokkaido, la isla del norte. Los japoneses ricos y apurados toman el avión, los otros el ferry. La espera, la inmovilidad, el sueño interrumpido. Todo eso, curiosamente, me hace pensar en una guerra pasada o futura: trenes nocturnos, patrullas, refugios atómicos... Pequeños fragmentos de la guerra incrustados en la vida cotidiana”.
Él amaba la fragilidad de esos instantes suspendidos, esos recuerdos que no habían servido para nada más que para dejar recuerdos.
Escribió: “Después de algunas vueltas por el mundo, ahora sólo me interesa la banalidad. La he perseguido durante este viaje con la obstinación de un cazador de recompensas.
Al amanecer estaremos en Tokio”
Me escribía desde África. Contraponía el tiempo africano al tiempo europeo, pero también al tiempo asiático. Decía que en el siglo diecinueve la humanidad había arreglado sus cuentas con el espacio, y que la apuesta del siglo veinte era la cohabitación de los tiempos.
“A propósito, ¿sabés que en Île-de-France hay emúes?”.
Me escribió que en las Islas Bijagos, son las chicas las que eligen a su novio.
Me escribió que en los suburbios de Tokio hay un templo consagrado a los gatos.
"Me gustaría poder describirte la simplicidad, la falta de afectación de esa pareja que había venido al cementerio de los gatos a dejar una caja de madera cubierta de caracteres. Así, su gata Tora estaría protegida. No, no estaba muerta, solamente había huido, pero el día de su muerte nadie sabrá cómo rezar por ella, cómo interceder para que la Muerte la llame por su verdadero nombre. Era necesario que los dos estuvieran ahí, bajo la lluvia, para cumplir el rito que iba a reparar, en el punto donde se había roto, el tejido del tiempo".