El producto fue agregado correctamente
Blog > Ficcion > Caras vemos, corazones no sabemos
Ficcion

Caras vemos, corazones no sabemos

Un cuento de Rubem Fonseca

Tomado de Historias cortas, publicado por Tusquets, uno de los relatos de este escritor brasilero nacido en Minas Gerais en 1925, premio Camoes, Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, Konex Mercosur a las Letras, entre otros. 

Por Rubem Fonseca. Traducción de Rodolfo Mata y Regina Crespo.

 

Me llamo João, vivo en el morro, en una barraca que era de mi abuelo; no me acuerdo de mi padre, ni de mi madre, ni de mi abuela, tengo cara de bobo, pero soy listo. Es una tontería pensar que uno puede decir algo de una persona con sólo ver su rostro. Hace tiempo había una teoría que pretendía explicar eso de manera científica, pero cayó en descrédito. En verdad, como dicen los filósofos: caras vemos, corazones no sabemos. Yo diría más: caras vemos, de nada sabemos. Pero la gente continúa creyendo en esa patraña. Y todo sinvergüenza quiere aprovecharse de mí. Antes yo me quejaba, hoy ya no reclamo, finjo que soy realmente un idiota y que me creo los embustes, y aprovecho para dar el golpe. Soy ignorante, eso sí. Sólo hice la primaria y con calificaciones pésimas, excepto en portugués. En portugués siempre sacaba diez. Creo que estaba enamorado de la profesora, doña Eurídice. Usaba lentes, pero era muy bonita. Todo mundo piensa que es mejor de lo que en realidad es. En fin, hoy voy a verme con un ladino —esa palabra sí existe, soy bueno con las palabras, como ya dije—; un pillo estafador me dijo que me vendía un coche usado en magnífico estado. El precio era el de un coche nuevo, pero seguro tenía más vueltas que una baiana en carnaval. Yo le dije, antes de pagar, quiero probarlo primero. Me dio la llave, subí al coche y desaparecí. El marrullero debe seguir al día de hoy esperando a que aparezca. Vendí el carro por un precio justo. Ésa fue la primera vez que usé en mi provecho mi cara de idiota. La segunda vez, un tipo gordo, de bigote y peluquín —es fácil darse cuenta de que la cabellera es postiza, los cabellos están muy arregladitos en la cabeza, como en la época del anuncio de radio «dura lex, sed lex, en la cabellera sólo Gumex», un menjurje que mi abuelo me dijo que se ponía en el cabello cuando era adolescente, ha de haber sido en tiempos de María Canica, aunque el cabello del gordo no tenía Gumex, sobre todo porque ya no venden esa porquería en las farmacias—. El gordo se me acercó y me dijo hijo, estoy enfermo de las piernas y las colas en los cajeros de los bancos están enormes, ¿podrías cambiar este cheque por mí? Claro que sí, le respondí. ¿Tienes tu documento de identidad? Sí. Pon entonces tu nombre en este espacio. Que Dios te bendiga, hijo, te espero en el bar de la esquina. El banco realmente estaba lleno. Yo hice la fila y recibí la lana del gordo. Vi que estaba tomando cerveza en la cantina. Salí subrepticiamente —esta palabra también me la enseñó doña Eurídice, mi profesora de portugués que usaba lentes y era linda, subrepticiamente significa de manera furtiva, o sea, sin que el gordo se diera cuenta—, el cheque tenía algo chueco y por eso el gordo no quiso poner su nombre en él, pero yo tampoco puse el mío, inventé un nombre, a sabiendas de que el cajero miraría mi cara y no verificaría nada de nada, este bobo no podía estar cometiendo ninguna fechoría. Era una lanota, caramba, nunca había visto tanto dinero. Me fui a casa, pero por el camino le di una buena limosna al ciego y otra buena limosna al tullido, al ciego le dije, poniendo los billetes en su mano, don Estevão, es mucho dinero, cuidado; al tullidito no necesité decirle nada, se quedó boquiabierto viendo el dineral que le puse en la mano. A decir verdad, la lana que le birlé al gordo no era tanta, después de darle una parte a mis amigos muertos de hambre sólo me sobró para comprarme unos tenis que, por cierto, necesitaba. También me preocupo por los animales, es decir, por animales pequeños, no estoy pensando en elefantes, ni en leones, hipopótamos o rinocerontes, ésos ni siquiera existen donde vivo, me gustan mucho los caballos, me parecen bonitos como príncipes, pero un caballo no cabe en mi barraca, los animales que digo son los gatos, perros, pajaritos y sapos, yo sé cuando un sapo tiene problemas; donde vivo, aquí en el morro, hay unos agujeros, especie de fosos, que cuando llueve mucho uno o dos sapos se quedan encerrados y si no los sacas se mueren, esos fosos se llenan de porquerías y los sapos acaban muriéndose. Los supersticiosos dicen que los sapos son venenosos, deben ser venenosos para quien los maltrata. Cuando llega la época en que se reproducen, los sapos croan para atraer a las hembras. Me gusta su cántico de amor. El amor siempre es algo bonito, yo todavía no lo he probado, pero sé que es bonito. También ya he salvado a muchos pajaritos, aquí en el morro los niños usan resorteras para matar pajaritos, cuando veo a alguno de ellos haciendo eso lo tundo a golpes. Cuidar a un pajarito lastimado es bien difícil. El animal más fácil es el perro. Bueno, necesitaba conseguir más dinero. Aquí en el morro tengo un amigo, Zé Gororoba.* Dicen que era miedoso, borracho y carterista. Fui carterista, pero ya no, me dijo, esta mierda de reumatismo acabó conmigo, el que me dio es canijo, me jodió tendones, articulaciones, músculos, y hasta me dio calentura. Si no fuera por lo que me dan de jubilación por invalidez me moría de hambre, aunque mi casa es mía. Zulmira me mandó a volar, dijo que no era hombre, que no se me ponía duro, y es verdad, todo se me pone duro, las articulaciones, los dedos, todo menos el pito. ¿Me enseñas a ser carterista?, le pregunté. Es difícil, pero tú tienes una ventaja, con esa cara de bobo, el pato no va a desconfiar de ti. ¿Pato? Sí, pato es el tipo al que vas a engañar, se le dice pato, ¿entiendes? Bueno, lo primero es escoger el lugar, el metro, el camión, tiene que estar lleno, debe ser la hora de más movimiento, los camiones son mejores, llenos de gente parada, y dan unas sacudidas que ayudan. Debes cargar alguna cosa, una chamarra en los brazos para cubrirte las manos. Es común que los carteristas actúen en pareja, aunque yo siempre trabajé solo y de cualquier forma no tengo a nadie a quien recomendarte. Te acercas al pato, estudias su figura, el camión está repleto, acuérdate de un detalle importante, los hombres cargan la cartera en la bolsa del lado derecho del pantalón. Esperas a que el camión dé una sacudida, le das un leve empujón al pato y en ese momento le sacas la cartera. Otra cosa, debes deshacerte de la cartera lo más rápido posible, después de sacar la lana que tenga. Las fiestas también son buenos lugares, y los locales frecuentados por turistas. Pero necesitas practicar. Vas a sacarme la cartera de la bolsa sin que sienta tu mano. Ánda, hazlo. Saqué la cartera de la bolsa de Zé Gororoba, muy levemente, ni siquiera debió haber sentido mi mano. Carajo, João, casi me rasgas la ropa. Vamos otra vez. Estuve entrenando más de dos meses, todo el día, todos los días, hasta que Zé Gororoba dijo: João, ya estás listo, puedes lanzarte. Tomé el camión a las seis de la tarde. Hacía un calor del demonio. Cerca de mí iba una mujer cuarentona, con cara de infeliz, y la muy bestia había dejado su bolsa abierta. Sería pan comido sacarle la lana, pero no iba a hacerle una cosa de ésas a aquella mujer, seguro trabajaba toda la tarde y ahora regresaba a casa a prepararle la cena al cabrón de su marido y a sus hijos. Señora, trae la bolsa abierta, le dije. Muchas gracias, me respondió, estoy loca, justo hoy que recibí mi pago mensual dejo la bolsa abierta. Más adelante había un tipo con unos bigotitos bien recortados, odio a los tipos con bigotitos. Me le acerqué con la chamarra en los brazos y a la primera sacudida, esos camiones son una mierda, gracias a Dios, cuando el chofer, que es otra mierda, da una frenada, el camión se sacude como si fuera a volcarse, tomé la cartera del bigotitos, me alejé con las manos escondidas en la chamarra, saqué todo el dinero y tiré la cartera debajo de un asiento donde estaban sentadas dos mujeres gordas. Últimamente sólo veo mujeres gordas, en todas partes, mujeres gordas en las calles, mujeres gordas en los centros comerciales, mujeres gordas en los bares, mujeres gordas en los morros, mujeres gordas pobres, mujeres gordas clasemedieras, mujeres gordas negras, mujeres gordas mulatas, mujeres gordas blancas, alguien debe explicarme lo que está pasando. Aquel día sólo di ese golpe con el hombre de los bigotitos. Me fui rumbo a casa, busqué a Zé Gororoba y le di la mitad del dinero. Zé, aquí está la mitad, le dije. ¿Qué es esto? ¿La mitad? Estás loco, João, debes darme como máximo un tercio, ¿de acuerdo? ¿Un tercio? Qué carajos es eso de un tercio, no sé nada de aritmética, no sé multiplicar después del siete, ¿siete por siete?, no tengo ni puta idea, mi fuerte es el portugués. ¿Cuánto fue en total?, Zé Gororoba preguntó. Entonces un tercio es 25. Por un tiempo estuve dando un golpe al día. Sólo a hombres. Las mujeres que andan en los camiones son unas pobres diablos. Dije que me gustan los animales, pero también me gustan las mujeres, no las gordas, pero soy tímido y creo que no les gusta mi cara de idiota, a las mujeres les gustan los hombres con cara de inteligentes. Fui ganando más dinero y así aumenté también el tamaño de la clientela a la que podía ayudar. Además del cieguito Estevão y del tullidito conocido como Pirolito, creo que olvidé decir antes cómo se llamaba, no me gusta ese nombre, pero ahora es tarde para cambiar, tiene unos ochenta años, además de esos dos empecé a echarle una manita a doña Benedita, que tenía una cosa en las piernas que no la dejaba caminar, y al Bolão, no sé cómo se llama él, que era diabético y ya había perdido un brazo, esa enfermedad ataca mucho a los obesos, y el Bolão tenía que tomar insulina, entonces empecé a darle dinero para que comprara la medicina y un aparatito para ponérsela. Todavía me sobró una lanita para mí y fui al dentista para que me tapara las caries. Después de un tiempo desarrollé tal habilidad que empecé a dar de tres a cuatro carterazos por día. Sólo en hombres, con mujeres no. Zé Gororoba me dijo modérate un poco, João, el secreto del éxito, como dijo un famoso filósofo cuyo nombre no recuerdo, el secreto del éxito es la moderación. Con esa palabra, que doña Eurídice, mi linda profesora, dijo años atrás que no existía, con esa palabra Zé Gororoba quería decirme que no exagerara. Entonces seguí el consejo de Zé Gororoba y decidí moderarme. Además, Zé Gororoba me dijo que no quería que le diera ni un quinto más. Basta, João, ahora nanay. Entonces empecé a dar golpes sólo los martes, jueves y sábados, Zé Gororoba me preguntó por qué no los lunes, miércoles y viernes. Le respondí que, como dijo un filósofo, es mejor errar que dejar de escoger, claro que inventé al filósofo, como Zé Gororoba había inventado el suyo. Soy muy suertudo. Sólo me tocan carteras con mucha lana, ¡vaya que hay tipos distraídos en este mundo! Me mudé a una barraca con techo de cemento y el sábado voy a hacer una fiesta, ya invité a la muchacha que quiero que sea mi novia, se llama Kelly. Este sábado voy a tomarme unas vacaciones. Estoy pensando en pedirle a Kelly que sea mi novia. Tengo trabajo seguro, garantizado, mi vida cambió. Es decir, todo ha cambiado, pero yo sigo teniendo la misma cara de bobo.

 

 

 

 

Artículos relacionados

Lunes 28 de diciembre de 2015
Oscura plegaria
Ariana Harwicz sorprende con cada novela que publica. En Precoz trabaja una zona del lenguaje que puede relacionarse con Zelarayán, Néstor Sánchez, Aurora Venturini, entre otros.
Miércoles 10 de mayo de 2017
La salud de Cheever

"Escribir es fugarse, pero en un sentido estrictamente carcelario: crear con el lenguaje la salida del lenguaje. Esto parece decirnos la extraordinaria novela Falconer (1977): tal es el nombre de la cárcel que inventó John Cheever para escapar de sus fantasmas". Una lectura de Matías Moscardi.

Sobre Falconer, la novela que lo catapultó a los lectores

Lunes 29 de enero de 2024
Amanecer, anochecer: así escribe Edwidge Danticat

"La psiquis de su hija es tan débil que se agita por cualquier cosa. ¿No se da cuenta de que la vida que tiene es un accidente del azar?": releemos un fragmento de Todo lo que hay dentro, de la escritora haitiano-estadounidense Edwidge Danticat (Editorial Fiordo).


Lunes 21 de marzo de 2016
Tribulaciones, lamentos y ocaso de un tonto rey imaginario o no

La novela El paraíso opuesto, de Antal Szerb (La Bestia Equilátera, traducción de Laura Wittner), es una historia alegórica que advierte: «El deber no es un lecho de rosas».

Entre la alegoría y la sátira política
Lunes 28 de marzo de 2016
Lengua de vidrio

Una lectura de la antología de relatos de la gran escritora neoyorkina, Colgando de un hilo, edición de Lumen con ilustraciones de Simone Massoni.

Antología de cuentos de Dorothy Parker
Martes 22 de marzo de 2016
El silenciero

Jorge Consiglio (Hospital posadas, Pequeñas intenciones, entre otros) extrae sus citas favoritas de El silenciero, de Antonio Di Benedetto, también autor de autor de Zama y Los suicidas, entre otros títulosl.

Citas de Di Benedetto
×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar