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Antonio Di Benedetto: 100 años en el centro del margen

Por el centenario, habrá jornadas en el Centro Cultural Borges

"Nunca dejé de leer hasta hoy todo lo que encontré de Antonio Di Benedetto": celebraciones para un escritor indeleble, hoy llegan las jornadas en su homenaje en el Centro Cultural Borges. Natalia Gelós, Rafael Spregelburd y Jorge Monteleone serán de la partida y aquí nos cuentan cuál es su obra favorita del autor de Zama. 

Por Valeria Tentoni. Foto gentileza AH (con Mercedes Fazán María, Susana Chalise Y Fernando Lorenzo).

 

 

 

"Un día de 1985 vi a Antonio Di Benedetto en la calle Callao, solo, la barba hirsuta, arrastrando los pies al caminar. Parecía tan abatido que no me animé a hablarle. Acaso el retorno, desde sus años de exilio, a la tierra que lo encarceló y lo humilló durante la dictadura sangrienta de 1976 terminó por destruirlo. Murió al año siguiente, el 10 de octubre de 1986. Ahora, en el centenario de su nacimiento, regresa en la lectura. Todavía hay que vindicarlo", dice el escritor, crítico y periodista cultural Jorge Monteleone. Junto a Flavia Pitella, Rafael Spregelburd, Gabriela Saidón, Carla Maliandi y Silvia Hopenhayn, entre otros, participará de las jornadas por el centenario del autor de Zama hoy y mañana en el Centro Cultural Borges, organizadas por Natalia Viñes, desde Adriana Hidalgo Editora. Este 21 y 22 de octubre habrá lecturas, mesas de debate y proyecciones gratuitas.

Con esa excusa, aprovechamos a preguntarles a los participantes cuál fue la lectura  de Di Benedetto más marcante en sus vidas. Monteleone cuenta que su primer encuentro fue con su versión periodista: "Mi primera noticia de Antonio Di Benedetto fue temprana, a mis diecisiete años, durante el secundario, cuando leía mes tras mes, como una escuela en paralelo y adelantada, la revista Crisis. En aquel diciembre de 1974 el número 20 traía un reportaje a un tal Di Benedetto que declaraba “Los cuentos de mi madre me enseñaron a narrar”. Incluía un cuento, "Un fondo de agua". Fue el primero que leí y no lo olvidé jamás. Luego lo reencontré con el nombre “Pez” cuando leí los cuentos de Absurdos en 1978. Acostumbrado al ritmo-Cortázar como a una melodía reconocida y a la adamantina prosa de Borges, esa lengua me resultó distinta, tenía una cadencia que sonaba a la vez criolla y extraña. Era una historia de terror y concentrada angustia. Recuerdo la frase final de la mujer ante su perro Fiel, que  está a punto de devorarla: “–¡No me hagás daño, Fielito! Se lo dice con espanto. Sumisa, como de rodillas”. El autor mencionaba tres libros suyos: Mundo animalEl silenciero y Los suicidas. Los busqué, uno por uno. Lo primero que encontré fue la segunda edición corregida de Mundo animal, la de 1971 en Fabril editora. Estaba en una pila intacta, muy barato, con una tapa con dibujos de mariposas tan inocentes como los de un libro para niños: pero adentro alentaban la rareza y el infierno. Ya en el primer cuento un hombre con tuberculosis escupía sangre pero decía que eran mariposas rojas, las “mariposas de Koch”. No sentí una sensación tan extraña desde que había leído La metamorfosis, de Kafka. Nunca dejé de leer hasta hoy todo lo que encontré de Antonio Di Benedetto. Al cabo de los años seguía siendo un escritor secreto cuyos libros encontraba en las mesas de saldo. Por eso tuve algo que ver con las reediciones de la editorial Adriana Hidalgo, cuando se iniciaba y eran sus editores Edgardo Russo y Fabián Lebenglik. Le dije a mi amigo Edgardo, cuando charlábamos sobre los libros para armar el catálogo, que tenía que publicar a Di Benedetto. Le di mis viejas y primeras ediciones, que usó al principio, y aún conservo con afecto aquellos primeros volúmenes de 1999 y de 2000 con los cuales el escritor retornaba a las librerías", cuenta Monteleone, también investigador del CONICET y docente en la Maestría de Escritura Creativa de la UNTREF.

Y sigue con el encuentro del Di Benedetto de la monumental Zama: "Cierta vez, para volver al principio, encontré en otra pila de saldos un libro de Di Benedetto con una tapa fea y avejentada, de los años cincuenta. Ediciones "doble p". Se llamaba Zama. No tenía idea de qué se trataba. La dedicatoria “a las víctimas de la espera” –recién había empezado la dictadura de 1976– y esa imagen del mono muerto en el muelle que no se llevaba el agua del río y esa nueva frase de sintaxis extraña “Y ahí estábamos, por irnos y no”, me resultaron hipnóticas. Algo me hablaba como una cifra secreta y desplazada de un miedo sordo y leí el libro con una avidez tal que muy a menudo excluía la comprensión. Lo tuve que leer de nuevo. Desde entonces lo leí muchas veces, para entenderlo mejor, en la nueva edición corregida por el autor. Es una de las grandes novelas de nuestra lengua y en ella hay un símbolo de cierto carácter latinoamericano. “La agonía oscura de Zama es solidaria de la del continente en el que esa agonía tiene lugar”, había escrito Saer: allí estaban la interminable espera a que alguien nos vindique, la alucinación y la violencia, la imposibilidad y la traición,  la voz que se adelgaza en un desierto desolado, la lucha contra quienes quieren expulsarnos y las formas de la resistencia. Una novela furiosamente antiutópica".

Esa también es la obra elegida por el dramaturgo, director y actor Rafael Spregelburd, autor de Diarios del capitán Hipólito Parrilla (Entropía), un texto que escribió durante los días de la filmación de Zama, llevada al cine por Lucrecia Martel. "El libro que más me impactó fue Zama, sin dudas. Lo leí cuando supe que Lucrecia Martel se disponía a adaptarlo para su película, así que fue para mí una muy tardía novedad. Me sorprendió mucho no haber sabido nunca antes de la existencia de este texto enrome y fundacional, no sólo de la literatura argentina sino también de la latinoamericana", cuenta.

"Sentí mucha vergüenza de haber descubierto tan tarde a este autor que inventaba tantas cosas a la vez: un lenguaje, un continente, un pasado, una quietud en vaivén. Leer Zama en voz alta es como vivir una aventura. Yo además tuve el privilegio de vivir esa aventura casi real durante la filmación de la película. Y además me permití el lujo y la intromisión de intentar mi propio Zama: en los Diarios del Capitán Hipólito Parrilla, tal vez mi único texto no teatral, jugué a reinventar la historia desde uno de sus personajes secundarios. La influencia de Di Benedetto es inocultable", dice Spregelburd.

Natalia Gelós será otra de las invitadas presentes el día sábado, en la mesa "Imágenes y sentidos en la obra de Antonio Di Benedetto". La autora de Criaturas dispersas también publicó hace años un libro dedicado al homenajeado: Antonio Di Benedetto, periodista. Pero si se le pregunta por el texto favorito del mendocino no responde precisamente con una de sus piezas periodísticas: "Más allá de las novelas, más que un libro hablaría de un cuento: 'Caballo en el salitral'. Una catarata de imágenes, el paisaje, el armado de cada frase, el clima... Hay algo en la distancia precisa con la que narra ese caballo, ese desierto, esa deriva, entre la lejanía y la contemplación, que cuaja en ese clima raro que me hace admirarlo. Y más allá de Zama y El silenciero, aunque es la menos aclamada, para mí Los suicidas es la que me une desde el cariño; ese periodista y esa fotógrafa, ambos perdidos y encontrados, arman un vínculo que me conmueve. Y tiene unas de las mejores líneas finales que he leído", dice.

La obra de Antonio Di Benedetto ha sido traducida, entre otros idiomas, al inglés, hebreo, francés, portugués, italiano, esloveno, holandés, búlgaro, checo, rumano, turco, danés, alemán, albanés y chino. Hoy y mañana, en el Centro Cultural Borges, sus lectores se reunirán a celebrarlo, y también sus editores en Adriana Hidalgo, quienes lanzan en simultáneo una nueva edición de sus escritos en el exilio entre 1978 y 1983.

 

 

 

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