A un año de su partida, tres poemas póstumos de Irene Gruss
De piedad vine a sentir
Miércoles 18 de diciembre de 2019
"El problema que Irene Gruss resolvió en términos excelentes no fue cómo hacer importante lo trivial, sino cómo deshacerse de peso de lo importante sin que llegue a parecer trivial", escribió Jorge Aulicino en el prólogo del libro que Irene Gruss dejó terminado antes morir, y Ediciones en danza acaba de publicar. El próximo 25 de diciembre se cumplirá un año de su partida, y leyéndola la recordamos.
Nacida en 1950, falleció en la misma ciudad en 2018. Entre sus libros se cuentan La luz en la ventana, El mundo incompleto, La calma, Solo de contralto, En el brillo de uno en el vidrio de uno. Editorial Bajo la luna reunió buena parte de sus poemas en el tomo La mitad de la verdad. Coordinaba talleres literarios y formaba poetas con enorme entrega.
Gruss había integrado a su vez los talleres de escritura de Mario Jorge De Lellis, junto a escritores como Lucina Alvarez, Rubén Reches, Marcelo Cohen, Daniel Freidemberg, Jorge Aulicino y Alicia Genovese.
"El problema que Irene Gruss resolvió en términos excelentes no fue cómo hacer importante lo trivial, sino cómo deshacerse de peso de lo importante sin que llegue a parecer trivial. El trabajo no fue de despersonalización sino de transpersonalización. Y por eso importa", escribe Jorge Aulicino en el prólogo a De piedad vine a sentir, el libro que Irene dejó listo antes de partir, tempranamente, a sus 68 años. De allí tomamos los poemas que siguen:
Scherzo
No, ya casi no paso o miro ese ir y venir; cada tanto corroboro
el azul, pero lo que llamé inmensidad, amplitud,
un buen día volteó mi cuerpo hasta quedar
de rodillas.
Dolía y la corriente obligaba
no a rezar sino a hincarme
frente a ese ir y venir. Queridos míos,
no es bueno inclinarse ante el mar;
¿mi voluntad eligió vivir? Alcé como pude
el esqueleto y avancé hacia la arena ardiente.
El mar es sal.
*El texto en cursiva pertenece a Jane Campion.
La cosa
Tristemente oscura, bajé la persiana, miré adentro,
nada por aquí ni por allá, deforme, desalmada -dije antes
y ahora qué si no sé dónde ni cómo, resbala
la idea,
ese nudo, esa galleta, la incandescente
cosa.
Pero el arte
Lo bueno y lo malo que he perdido no ha sido arte
sino malentendidos: no saber oír,
trastabillarme;
raro cansancio hacía que diera cosas
por sentado: el abrazo;
hasta un puré era algo tan elaborado que evité pelar papas,
ya fuera por bueno,
o malo, sin arte alguna, me equivocaba.
Tarde descubrí que el errar,
el perderse,
podían ser lo mismo, un oficio
extravagante. Pero el arte,
ah el arte, no es oficio
sino servir un simple puré de papas, ni muy caliente
ni tibio.
A Mirta Rosenberg, a Elizabeth Bishop