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A 50 años de la primera novela de Héctor Libertella

El camino de los hiperbóreos, premio Paidós de 1968

"El camino de los hiperbóreos es la punta del ovillo, una punta de la red hermética que empieza a construir Libertella. Aquí comienza el camino de la singularidad", dice en esta lectura Gastón Fernández sobre aquél tomo premiado donde se esbozan algunos pilares de su pensamiento y su concepción del texto. "Frente a una concepción sosa y adaptativa del lenguaje, Libertella adopta una poética de trinchera". 

Por Gastón Fernández.

 

Se cumplen 50 años de la publicación de la primera novela de Héctor Libertella, El camino de los hiperbóreos, ganadora del premio Paidós de 1968. Como siempre en estos casos, para señalar un comienzo hay que inscribirlo en una serie arbitraria, hay que hacer gala del oportunismo y la conveniencia. Porque, a decir verdad, la primera novela ya la había escrito en 1965, cuando ganó el premio Primera Plana con La hibridez, pero esa no fue publicada y permanece inédita. Aunque, en realidad, sus primeras novelas son las que escribe y edita a los doce años (Tarde para llorar y Agentes de la venganza), de las que sus compañeros de colegio fueron lectores, como cuenta en La arquitectura del fantasma.

Lo interesante, en cualquier caso, es que El camino de los hiperbóreos se trata de la primera novela publicada, y este aniversario resulta una excusa ideal para enfocarnos en su narrativa de juventud y pensar desde allí el recorrido del pensamiento Libertella.

La novela narra las andanzas de Héctor Cudemo, el alter ego de Libertella que aparecerá también en Memorias de un semidios. Se trata de un híbrido entre novela beatnik y novela de iniciación, que se entrega a la experimentación formal y contiene una sofocante densidad barroca que la vuelve un libro pesado, casi insoportable. Pese a ser un texto de juventud, esconde indicios de una sistematicidad si se lo piensa en relación a los libros posteriores, al menos en la aparición de ciertos sintagmas, ciertos conceptos que Libertella trabajará a lo largo de su obra: desde el árbol cósmico del final de la novela —que bien podría ser el antecedente de El árbol de Saussure—, a las menciones de Mar del Plata, el cabaret Brassens y el artista devenido carpintero Ezio Baleani, que luego estarán en Memorias de un semidios.

Más allá de estos elementos puntuales, se esbozan en la novela algunos pilares del sistema Libertella, de su pensamiento y su concepción del texto. En primer lugar aparece un vestigio del hermetismo que luego lo caracterizará, la proliferación de una prosa sobresaturada que enreda los significantes conformando un enigma, cifrando los significados y referentes, ofreciendo resistencia a la interpretación. Otro de los elementos que pueden verse es el ataque a la idea de la transparencia de la comunicación que se evidencia, por caso, en el estilo cortado de la narración —en la que cuesta seguir el argumento—, en la quema de la novela de Cudemo que ficcionaliza en el texto o incluso en la escena del desplante de Libertella a Paidós cuando se escapa de la conferencia de prensa de presentación de la novela.

Frente a una concepción sosa y adaptativa del lenguaje, Libertella adopta una poética de trinchera. Prefiere una prosa densa y oscura que enfatiza la artificialidad a la vez que juega con la autorreflexividad de la novela: el cura le pide a Cudemo que escriba una novela sobre lo que le ocurre, la novela cuenta que no puede escribir la novela que le pide el cura. Hacia el final, hablará de una novela ya escrita —quizás sea la que leemos— a la que intenta imitar. Es parte de la estética experimental, ligada a la vanguardia e innovación del Di Tella dominante en aquellos años, que se cuestiona la relación entre arte y vida, que rechaza los procedimientos tradicionales y se entrega a una indagación formal que atraviesa el guión de cine, la pintura y la publicidad.

Podríamos pensar que esta inconformidad con la narrativa clásica es la que termina dando lugar a las reescrituras que Libertella emprenderá luego de sus primeras tres novelas. Se trata en cualquier caso de búsquedas de reformular el sistema narrativo. Kohan señala en El efecto Libertella que esta articulación entre arte y vida es una forma de desarticular el sistema representativo y el tiempo progresivo, la obra de Libertella sería un esfuerzo literario para acabar con la sincronía: “Libertella ensaya el juego artificioso de extender y contraer esa condición de contemporáneo”, es “un experto en el destiempo”.

A pesar de los aires vanguardistas, atraviesa la novela un dejo romántico. No tanto en la figura de los narradores, que van adoptando distintos puntos de vista, sino en la relación con la ciudad, que está siempre ligada a la opresión y al trabajo alienante, a la rutina burguesa que impide apreciarla y disfrutarla. Por eso tiene lugar el viaje beatnik, la deriva, la experimentación, el  hacer dedo sin saber a dónde ir (imagen que en La arquitectura del fantasma asimilará a la literatura). También es romántica, si se quiere, la relación con el lenguaje que adopta el texto, su confianza en la eficacia del significante poético —indudablemente la marca de juventud más clara de la novela, lo más alejado del Libertella patógrafo—, una confianza en la posibilidad de trascender la mundanidad a través de un arte que puede expresarse con palabras elevadas y crípticas.

Porque El camino de los hiperbóreos se trata a fin de cuentas de un cuestionamiento a las formas del arte burgués, a la novela urbana y realista, a partir de dos grandes ejes. Por un lado se critica la idea de obra ligada a una concepción burguesa y mercantilista del arte, una forma decimonónica, vetusta, frente a la cual se prefiere la vanguardia y el happening. Y por otro lado aparece la cuestión social del arte, la problemática del compromiso que es tratada con ironía y cinismo. En este sentido el narrador va a sostener lo que llama la ley del péndulo, una suerte de oscilación entre la necesidad de comprometerse y crear el arte para el pueblo y el arranque autonomista de alcanzar la belleza y el goce artístico. Cuando Cudemo se hace artista trasciende esta dicotomía y se entrega al arte total del happening. Pareciera haber allí una afirmación de “el arte porque sí”, como dirá más tarde la revista Literal.

Toda esta cuestión del arte fugaz y autónomo está relacionada con una suerte de panteísmo, una relación esencial y absoluta con la naturaleza, una disolución en la totalidad, que trasciende todas las discusiones sociológicas. Un rechazo de la sociedad, del progreso, de la ciudad y sus formas en favor de la vida, la naturaleza y el arte puros, sin historias ni procedimientos, puro acontecer.

Pero esa reivindicación del arte del happening no se refleja en la propia novela: los dos happenings que realiza Cudemo terminan con resultados quijotescos. En uno de ellos, pone banderas presentando “el happening de las vacas” con la idea de promover “la pachorra y la quietud”, una forma de defender la consigna del libro que aparece en la portada: “Pensar viviendo, no vivir pensando”. Pero el happening termina con una paliza a Héctor que luego emprende el viaje. En el otro happening que realiza con sus compañeros hacia el final del texto, terminará preso. El texto tiene la inteligencia de extender su tono cínico e irónico a los propios valores que sostiene y elige. No se fía de sí mismo.

Como señala Prado en Libertella, un maestro de lectoescritura, el final de la novela da cuenta de una experiencia mística de conversión del artista, de su posibilidad de ser absolutamente libre. El camino de los hiperbóreos sería entonces el tránsito de ese camino de iniciación que culmina con el alcance del estatuto de artista total, a la vez que sería una alabanza a la expresividad, un primer intento de realizar esa fórmula que más tarde explicitaría Libertella: “Transmitir sin comunicar”.

Si bien es difícil soslayar que el texto es desparejo, que es un texto juvenil quizás con demasiadas pretensiones, pueden leerse disparadores que se transformarán en los cimientos del sistema Libertella. Puede verse un tono crítico y humorístico, un ciframiento del texto para oscurecerlo y cuestionar la fábula de la comunicación, la desarticulación del tiempo progresivo, una lectura a contrapelo de esos años, que poco después se intensificara en sus novelas, sobre todo en Personas en pose de combate y en su participación en la revista Literal. El camino de los hiperbóreos es la punta del ovillo, una punta de la red hermética que empieza a construir Libertella. Aquí comienza el camino de la singularidad, del hermetismo, de aquel que dice yo siendo yo, el camino del que se niega a adaptarse a la paz y la tolerancia, el camino de los hiperbóreos.

 

 

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