"El carpintero" y "El mate"
Martes 12 de enero de 2016
El sociólogo, ensayista y docente Juan Laxagueborde, editor de Revista Mancilla y autor de libros como Las escalas y Max Gómez Canle, es el encargado de curar la poesía de enero en el blog. Comienza su serie "Pena y belleza" con Ezequiel Martínez Estrada.
Selección y notas de Juan Laxagueborde.
Algo corrompido desde el vamos en el corazón de las cosas parece explicar que muchas personas sensibles se lancen a escribir poesía. Ciertos poetas exceden su tiempo no por las palabras que utilizan, ni por la métrica, ni siquiera por la forma; su tarea es la de lidiar con las ilusiones para detallarnos que detrás de la belleza de algunos momentos del mundo de la vida está la pena, y que detrás de la pena está de nuevo la vida descascarada en otras vidas sucedidas al infinito. El puro presente que somos se entrevé en estas poesías que seleccionamos a través de la fuerza creativa de las imágenes, que son motivos de arrullo para soliviantar lo tremendo con belleza y espacios donde dialogar con el miedo.
Un tema descontroló el pensamiento de Martínez Estrada durante toda su vida y obra: la soledad estructural. Comenzó escribiendo poesía, que se volvía más táctil con el paso de los libros. Posteriormente lo que se concretaba era la animadversión a la modernidad, cuando no a lo social en conjunto. Hemos elegido dos poemas que someten la lectura a esa catarsis. En el primero, un hombre construye la propia caja existencial donde va a caerse muerto, razones que dicen también que el trabajo puede volvernos locos mecánicos. En el segundo, un mate sostiene el tiempo. No hay esperanza sino esperas con sabor a impacto, una atmósfera de humedad agraciada por el llanto. Es que es la imagen de una paradoja, intervenir en la melancolía con la certeza de su presencia. Toda la fuerza puesta en verificar territorios de dolor en las cosas, en las palabras y en las personas.
"El carpintero"
Está tan clara la carpintería
que no se sabe si entra o sale el día.
Las herramientas tienen inusitado brillo
y la madera exhala su aromático soplo
en el ambiente; lucen la tuerca del tornillo,
la garopa, el escoplo,
la gubia y el formón, la escuadra y el martillo,
cada cual en su sitio; y atormentado el cuadro,
como ocho ideas fijas, las mechas del taladro.
El pobre carpintero es ya muy viejo
y en su calva satínase el reflejo
del ventanal, que es cielo hasta lo más lejano.
En su espalda está toda la historia del anciano.
Cepilla una madera de pino y como él no habla
ni hace ruido el cepillo con que alisa la tabla,
ni hay nadie en el taller, ni en casa, ni fuera,
semeja un automático muñeco de madera
que adecuado a la simple faena que ejecuta
fuese un poco bisagra y otro poco viruta.
De pronto piensa en su mujer, se apena
y la quiere llamar. La voz no suena.
Piensa en sus cuatro hijos, pero esta vez tampoco
puede hablar. Teme entonces haberse vuelto loco,
pues mezcla en su cerebro con azar de baraja
la infancia y la vejez, la verdad y el ensueño,
sin saber cuántos años hace ya que trabaja
ni si vivió su vida o la gastó en un sueño.
“Han muerto hace ya mucho”, recuerda. Y vuelve al mismo
trabajo con la exacta flexión de un mecanismo,
revolviendo en su cráneo lo absurdo con lo cierto
hasta que da en creer que él también está muerto,
o que en inalterable pesadilla trabaja
desde los quince años en fabricar su caja.
Ofuscado por tan extraña idea
suspende su labor. El pinotea
insufla en el ambiente su hálito de resina
y algo de tierra y selva se huele o se adivina.
Anochece a medida que se engendra la estrella;
se espesa en la herramienta la luz y al fin la mella;
el silencio y la inercia forman el claroscuro
y todo, con porosa textura de madera,
filtra la sombra que entra atravesando el muro
y baja la escalera.
*
"El mate"
De ti a mí, mano a mano,
el mate viene y va.
El mate es como un diálogo
con pausas que llenar.
(Darío lo ha llamado
calumet de la paz)
Niño que se ha dormido
cansado de llorar.
Y aún suspira, la lluvia
cae sobre la ciudad.
El brasero sus brasas
aviva fraternal
y como en la charada
llena todo el hogar.
De ti a mí, mano a mano
el mate viene y va.
Nos quedamos callados
mirando sin mirar
un cuadro, un libro abierto,
un reflejo fugaz.
Tenemos una pena
como de soledad;
nos falta un hijo y algo
que no tendremos ya.
El reloj da la hora
de la serenidad
y grano a grano cuenta
arenas en el mar.
La lluvia se diría
que liquida el cristal,
El brasero calienta
el frío del hogar.
De ti a mí, mano a mano,
el mate viene y va.
Hace poco perdimos
un amigo ejemplar,
perdimos un hermano
de exquisita bondad
Se le escapó la vida
antes de comenzar
Presente en el silencio
sabemos bien que está,
pero callamos porque
no podemos hablar.
Tú principiaste un cuadro,
yo un libro; y ahí están
sin terminar las manos
la estrofa sin final
De ti a mí, mano a mano
el mate viene y va.
Llevamos siete años
de vida conyugal
y nuestro amor reclina
su frente en la amistad.
De los viejos proyectos
casi no hablamos más;
hay algo que nos dice
de un fracaso brutal.
Nos miramos con pena
durmiendo sin soñar;
nos ha engañado el sueño,
ya no soñamos más.
De ti a mí, mano a mano
el mate viene y va;
viene a mí fervoroso,
casi frío a ti va.
No hay más luz que las brasas
ni más calor quizás.
Mi cigarrillo quema
sustancia sideral
y como se ve poco
no nos vemos llora