"Buscá el dolor": un poema de Marina Mariasch
25 años de poesía
Miércoles 21 de setiembre de 2022
La pequeña compañía (Caleta Olivia) es la antología en que la argentina Marina Mariasch condensa un cuarto de siglo escribiendo poemas. "El río/ puede hacer locuras/ inundarlo todo y desaparecer/ a la mañana siguiente", se lee en este, una de las piezas más recientes del libro.
Marina Mariasch nació en Buenos Aires en 1973. Es poeta, traductora, periodista y docente. Entre sus libros de poesía se cuentan coming attractions, tigre y león, té verde, El zig zag de las instituciones, Encantada de conocerte y Mutual sentimiento. Además publicó las novelas El matrimonio, Estamos unidas y Efectos personales.
La pequeña compañía (Caleta Olivia) es la antología en que la argentina Marina Mariasch condensa un cuarto de siglo escribiendo poemas. "El río/ puede hacer locuras/ inundarlo todo y desaparecer/ a la mañana siguiente", se lee en este, una de las piezas más recientes del libro.
“Cuando un libro de poemas te pone a pensar todo otra vez, desde las categorías sociales hasta las literarias, desde el significado de algunos conceptos hasta la definición de las palabras que creés más estables, lo que sucede, con alegría, con inquietud, es que se está asistiendo al advenimiento de lo literario, en una definición que no envejece y que atraviesa diferentes épocas y estéticas: un uso del lenguaje que pone en crisis”, escribe Anahí Mallol en la contratapa.
Buscá el dolor, no lo
esquives fue el consejo
del doctor entonces me senté
sobre las pantorrillas sobre los
empeines de los pies. Con los años
cede, con los años se des
sensibiliza y logra evadir
la confrontación con el dolor
como una lengua de abstracción
financiera que no toca
la desigualdad ni la política.
Nada reducido a un sí
ni a un no, jamás un sí o un no,
ni respuestas tajantes, la
heterogeneidad de un muestrario
de pinturas de alba un pantone
de colores tinturas de cabello
pantene hechos rulito sobre el cartón
castaño claro castaño
oscuro azabache una hilera
de personas a la hora
de buscar empleo no tiene
esos matices. Un
“panel de expertos” observó
y dijo: aquí no es
que no haya más nada, aquí
hay fuego, hay cenizas,
semillas y también barro.
pero ante todo hay un gran abismo
una fractura abierta en el
inconsciente, un lugar
abierto, indeterminado, una hebra
desconectada como alguien
que se levanta muchísimo
más temprano. Según
Lacan la verdadera enfermedad
mental del ser humano
es creerse un yo.
Aunque sea el rey
el que se cree rey
Aunque sea Jesús
el que se cree Jesús
Aunque sea Cleopatra
la que se cree Cleopatra
Aunque sea Tinelli
el que se crea Tinelli
Aunque se crea Macri
el que se cree Macri
Aunque sea Bergoglio
el que se crea Francisco
es entonces cuando ese
alguien está loco.
Puede apagarse una luz
en el corazón. Vos te creíste
el dueño del dolor
en los huesos, en la panza, la
cabeza, creíste tener
la hegemonía de la
tragedia te creíste un yo.
Todo esto sucedió hace años
en un mundo remoto
y triste no podíamos respirar ni
tocarnos y nos tomábamos
la fiebre al menos tres veces
al día. No pienso en vos
como un mal hombre
eras un hombre asustado: algo
se había vuelto blando
adentro tuyo, lo sentiste
una mañana en el medio
del pecho ahí donde empieza
el estómago, las entrañas,
sobresalía, una bestia extraña,
suave, que te comía por dentro,
una mujer, dos hijos, volver
a tener una familia. ¿Y de quién
es la culpa de que hayan
matado lo blando delante
de tus ojos? La historia
no se repara sino al estar
en otro lugar. Y en ese otro
lugar también te persigue.
O acaso no nos fuimos a una
isla para estar menos expuestos,
para no estar expuestos
permanentemente? Fue al revés.
A la hora de la siesta el animal
grande se comió al chico.
No supiste si decírmelo. Silencio.
Renuencia a hablar, a hablar
de sí, misterio. Control
de las reglas del diálogo.
No contestar no preguntar
no escuchar. Clausura se
cierra la compuerta. El río
puede hacer locuras
inundarlo todo y desaparecer
a la mañana siguiente
dejando agujeros en las
paredes de barro, cuevas
para las alimañas del agua.
Los restos quedan
en la orilla junto a los
juncales, los globitos rosados
de los caracoles. Esos días
juntamos tierra en cuchara
al costado del camino de piedra
gajos para llevar al volver
de esa abundancia agreste
a lo que habíamos construido,
dos castillos con una fosa
de cocodrilos en el medio
un río bravo, una calle
a contramano, un hospital
cada vez más difícil tender
un puente. El calor
nos aborreció y no volvimos.