Ficción

Espiritismo

El relato de una extraña primera y última sesión de espiritismo. Incluido en la Antología del decadentismo (Caja Negra).

Por Marcel Schwob.

Al volver a casa, encontré sobre la mesa una invitación del Círculo Espiritista. Venía de jugar al póker y ya era muy tarde. Debo admitir que me tentó la curiosidad; el programa anunciaba un espectáculo distinguido, una sorprendente invocación de espíritus, y repentinamente tuve ganas de conversar con seis o siete celebridades desaparecidas. Nunca había asistido a una sesión espiritista, y no quise desaprovechar la ocasión. Por más que sintiese cierta picazón en los párpados, así un típico temblor de manos y un enredo suficientemente confuso de ideas en el cerebro, pude afrontar la situación y preparé mentalmente algunas preguntas difíciles para los espíritus desprovistos de memoria.

El Círculo Espiritista es un lugar singular. Uno debe dejar en la entrada el bastón, para evitar golpes a destiempo. Cuando llegué, la sesión ya estaba muy avanzada. Alrededor de una mesa de nogal, una docena de individuos, algunos muy peludos, otros calvos, todos muy excitados. Sobre un velador, a la derecha, un platillo dado vuelto con las letras del alfabeto escritas en carbón. Una persona pálida, en medio de todos, tenía en sus manos un cuaderno y un lápiz. Reconocí a Stéphane Winnicox, al banquero Colliwobles, al distinguido catedrático Zahnweh [1]. Quedé asombrado por la ausencia de mantel, por las levitas que parecían abotonadas sin botones y por los ojos con perfume de absintio.

Tan pronto como me senté en una silla, que no parecía estar animada por ningún movimiento, uno de los individuos presentes me tocó la espalda y me comentó que la persona pálida del cuaderno era el señor Médium. Le agradecí cortesmente por la insignificante información que me daba. Se trataba de un antiguo compañero de colegio –no uno de los más avispados- que solía tener el hábito de ponerle ritmo a la clase con sus taconeos. Se lo recordé, y sonrió con aire de superioridad diciéndome que esos ruidos debían proceder de los Espíritus del Taconeo.

Otro miembro del Círculo, que lucía una condecoración multicolor, y que llevaba el cuello de su camisa tan negro como la levita, me invitó a convocar a alguno de mis conocidos pasados a mejor vida. Acepté y, tras inclinarme sobre la mesa, pregunté de viva voz si Gerson se encontraba presente [2].

Hubo murmullos entonces entre los miembros del Círculo. Médium me clavó la miraba, y presentí que le hacían preguntas sobre mí a mi camarada.

-No sabemos –me dijo Médium- si el señor Gerson estará disponible esta noche. ¿Usted está seguro de que está muerto?

-Debe estarlo -respondí-, como un perro inconvenientemente ahogado hace muchos años en un río, pues el Cementerio de los Inocentes no estaba en muy buen estado por esa época.

Todos, Médium tanto como sus amigos, parecieron sorprendidos. Mi antiguo compañero me preguntó si yo no me refería más bien al Cementerio de Ivry.

-Quizás sea Ivry, quizás Père La Chaise, realmente no lo sé –respondí-. Él mismo, por lo demás, debería saberlo mejor que yo. La topografía de París no es mi fuerte.

El señor Médium se sentó, clavó su lápiz sobre el cuaderno mientras todos permanecían mudos a su alrededor. Entonces, de golpe, fue asaltado por los espíritus y de su lápiz salió el conjunto de signos más anárquico que yo haya visto. Observó con detenimiento el galimatías y declaró que los espíritus habían ido a buscar al señor Gerson, que vendría pronto en persona espiritual.

Esperamos algunos minutos. La mesa comenzó a crujir y a dar gemidos. Lo cual significaba, según mi camarada me dijo al oído, que Gerson había llegado y que estaba listo para responder mis preguntas.

Pero el señor Médium tomó la iniciativa y preguntó con voz firme si Gerson estaba muerto hacía mucho tiempo, si estaba dispuesto a decirnos exactamente cuánto tiempo y si, amablemente, podría golpear cinco veces con las patas traseras de la mesa por cada año –para acortar el cálculo-, de modo que pudiéramos conocer la cifra.

Gerson, que según parece fue una persona muy vigorosa, asumió inmediatamente la tarea asignada y comenzó a ejecutar una serie de saltos extravagantes con las patas delanteras de la mesa, mientras las de atrás golpeaban el suelo prodigiosamente. Me hubiera vuelto loco de haber intentado contar los golpes; pero el señor Médium, experto consumado, los captaba con nitidez, sacudiendo la cabeza con aire de entendido.

Al cabo de una hora y media, la mesa dio signos evidentes de fatiga. Si bien no se escuchaban jadeos, Gerson debía estar ya exhausto, pues los últimos golpes se parecían al ruido que hace una pipa cuando se la golpea con la uña. Médium nos dijo que había registrado el extraordinario número de 2.255, lo que daba 451 años, golpe por golpe.

Me preguntó entonces si también deseaba saber el mes, el día y la hora de defunción, pero preferí negarme.

Me incliné nuevamente sobre la mesa habitada por Gerson, y le dije con voz muy dulce:

-Señor Gerson, supongo que usted me entiende, incluso si no hablo en latín. Hay una cuestión irresuelta que me atormenta. ¿Podría usted aclarármela? ¿Es usted, verdaderamente, el autor de la Imitación, o es algún otro amigo suyo [3]?

Gerson no me respondió enseguida, porque el señor Médium se estaba poniendo de acuerdo con él en una serie de convenciones alfabéticas. Una vez estipulado el código, la mesa se inclinó un buen número de veces; luego se detuvo.

Médium nos dijo que esos movimientos representaban la sílaba Bu. Mi camarada sugirió Bucéfalo, en un esfuerzo por sintetizar todos sus conocimientos clásicos. Le recordé que ese era el nombre del caballo de Alejandro de Macedonia y, con algunas lecciones de Quinto Curcio todavía dándole vueltas en la cabeza, no dijo nada hasta que estalló, con tono de triunfo:

-¡Buridán [4]! ¡Sí, es de la época!

La mesa tomó un movimiento giratorio pronunciado. El señor Médium nos aclaró que esa era la manera espiritual de sacudir la cabeza. Por lo demás, no parecía sentirse lisonjeada.

-Esto prueba –dijo alguien- la historia del asno.

Mi antiguo compañero no se dio por vencido: Budé, propuso. Pero un sabio allí presente le dijo que Buddeus no hubiera podido ser el autor de la Imitación por la sencilla razón de que había nacido cien años después de su publicación [5].

Dicho esto, se calló del todo. Entonces el señor Médium, habiendo notado signos de locuacidad en la mesa, los capturó hábilmente y extrajo la sílaba tor.

El erudito dijo que no conocía a ningún canónigo de ese nombre y que resultaba extremadamente improbable que la Imitación fuera la obra de un pájaro [6]. De todos modos, la mesa repitió complacientemente: Butor, Butor, Butor, hasta que el sabio emitió la sagaz conjetura de que estábamos siendo víctimas de los espíritus de la Fiesta de los Locos, contra la cual Gerson había predicado [7].

Entonces se produjo un estrepitoso jaleo. La mesa se encabritó, las sillas giraron sobre una pata, el velador ejecutó una zarabanda y el platillo, maniobrando con habilidad, se estampó en las narices de diversos miembros del Círculo.

El señor Médium nos dijo que los espíritus se encontraban muy agitados y que ya no hablarían más, y apagó el gas del establecimiento.

Luego de haber bajado tanteando la escalera estrechísima, decidí irme a dormir, pero fui abordado por mi antiguo compañero. Me dijo que su hotel ya debería estar cerrado y preguntó si no podía pasar la noche en mi casa. No me negué, y le permití acostarse en mi habitación, sobre un diván acolchado.

Tan pronto como me extendí en la cama caí en un profundo sueño. Al cabo de un rato, creí ver luz y escuchar una respiración. Me incorporé. Mi camarada, semidesnudo, arrodillado ante el velador, lo acariciaba con cariño, y murmuraba:

-Bueno, bueno... ¡chist, chist!

-¿Qué es lo que haces? –grité.

-Es el velador que da vueltas –dijo-. Estoy tratando de calmarlo. ¡Ah, quieres girar, no quieres detenerte! ¡Fuera entonces, sal por la ventana!

El velador voló contra los vidrios.

Le dije:

-Vamos, no tiene sentido hablar con los muebles. No tienen orejas; por lo tanto, es inútil discutir con ellos. Y no destruyas mi mobiliario. Los muebles mejor fabricados jamás escucharían razones.

Pero él continuaba, calculadamente, sin responderme. Tras hacerle chist chist a la mesa durante un rato, la acarició, intentó calmarla. Luego, loco de furor, la arrojó por la ventana. Escuché el ruido que hizo al destrozarse sobre las baldosas.

Traté de insistir:

-¿Para qué haces todo esto? ¡Ey, deja eso! ¡Mi armario espejado! ¡Mi mesa de baño! Déjalos. Son respetables, te lo garantizo. Jamás dan vueltas. ¡Y no van a escucharte, no los tires a la calle!

No respondió. Le habló al armario y lo envió a deshacerse contra la acera. Luego dijo algunas palabras a la mesa de baño y la arrojó por el balcón. Por fin comenzó él mismo a dar giros, enardecido. Trató de detenerse pero, con los ojos extraviados, atravesó la ventana de un salto, zambulliéndose de cabeza en el vacío.

Es el único espiritista que he visto morir. Espero que no sea costumbre destruir el mobiliario antes de matarse. Pues extraño el mío enormemente, mi exquisito mobiliario de puro estilo Luis XV. Al menos, me gratifica poder pedir a los Círculos Espiritistas, por medio de esta vía, que dejen sus invitaciones donde quieran menos en mi casa.

 


[1] Colliwobles (cuyo nombre quizás remite al inglés collywobbles, trastorno del estómago acompañado por ruidos y estrujones) aparece en otro relato de Schwob, “Un squelette”. Zahnweh: en alemán, dolor de dientes [N. del T.].

[2] Se refiere a Jean Charlier de Gerson (1363-1429), predicador y teólogo que, en el contexto del Gran Cisma, intentó la unificación de todos los cristianos. Es el presunto autor de la Imitation de Jésus-Christ, a la que va a referirse inmediatamente el texto, obra que sale a terciar en la disputa contra las herejías y supersticiones en momentos en que el cristianismo se encontraba en un estado de anomia tal que llegaron a contarse cinco papas simultáneos. La erudición de Schwob responde a los intereses de su época: el siglo XV francés, rico en criminales y cultos satánicos, recibía por la fecha en que fue publicado este relato el festejo de Joris-Karl Huysmans, quien en Là-bas relató los actos de Gilles de Rais (1400-1440), mariscal de Francia, brujo y asesino de niños [N. del T.}.

[3] La disputa sobre la autoría de la mentada obra de fe, aparecida probablemente en 1421, generó un amplio debate. Hubo quienes la consideraron obra de un canónigo holandés, Thomas Kempis [N. del T.].

[4] Jean Buridan (1300-aprox. 1358), filósofo escolástico encolumnado en el nominalismo. Le dio nombre al llamado dilema del asno de Buridan: un asno igualmente sediento y hambriento, enfrentado con un bebedero y un fardo de heno situados a igual distancia, ¿qué preferiría? Este filosofema le fue atribuido, pero no se encuentra en sus escritos [N. del T.].

[5] Se produce un malentendido entre los que hablan. El antiguo compañero del narrador se refiere a Guillaume Budé (1467-1540), filólogo humanista francés. El sabio, por su parte, a Johann Franz Budde (latinizado Buddeus, 1667-1729), filósofo alemán opuesto a Wolff [N. del T.].

[6] Butor, la palabra formada por las dos sílabas, es el nombre de un ave similar a nuestro ganso. En sentido figurado significa estúpido [N. del T.].

[7] La Fête des Fous (cuyo nombre remite a la latina Festum stultorum, saturnal pagana) consistía en una parodia escandalosa de la misa, celebrada entre la Navidad y la Epifanía. Proscripta por el Concilio de Roma de 742, su interés fue mermando debido a las graves penas impuestas a los celebrantes, y desapareció totalmente en el siglo XVII [N. del T.].

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