Ficción

El hacha: un cuento de Agota Kristof

Literatura húngara

Nacida en Csikvánd, Hungría, en 1935, y fallecida en 2011, Kristof fue una escritora asombrosa y en Da igual (Alpha Decay) se comprueba: compartimos uno de los relatos que lo integran.

Por Agota Kristof. Traducción por Rubén Martín Giráldez.

 

 

—Pase, doctor. Sí, es aquí. Sí, soy yo quien lo ha llamado. Mi marido ha sufrido un accidente. Sí, creo que es un accidente grave. Muy grave, incluso. Hay que subir a la planta de arriba. Está en el dormitorio. Por aquí. Discúlpeme, la cama no está hecha. Ya me comprenderá, me he asustado un poco cuando he visto toda esa sangre. Yo no sé si voy a ser capaz de limpiarla. Creo que mejor me voy a vivir a otro sitio.

»Venga a ver la habitación. Aquí está, al lado de la cama, en la alfombra. Tiene un hacha clavada en el cráneo. ¿Quiere examinarlo? Sí, examínelo. Un accidente de lo más tonto, ¿verdad? Se ha girado en la cama mientras dormía y ha caído encima de este hacha.

»Sí, el hacha es nuestra. Normalmente la tenemos en el salón, al lado de la chimenea, para partir la leña en trozos. »¡Que por qué estaba al lado de la cama! No tengo ni idea. Él mismo debió de dejarla apoyada contra la mesilla de noche. Igual por miedo a los ladrones. Nuestra casa está tan aislada…

»¿Quiere telefonear? ¡Ah, claro! Una ambulancia, ¿no? ¿A la policía? ¿A la policía para qué? Se trata de un accidente. Simplemente se ha caído de la cama encima de un hacha. Sí, es raro, pero anda que no suceden cosas así porque sí.

»¡Ay! ¿No creerá, acaso, que soy yo quien puso el hacha al lado de la cama para que él se cayera encima? ¡Pero yo no podía prever que se fuese a caer de la cama! »¡Se creerá usted que lo he empujado yo y que luego me he dormido tan tranquila, por fin sola en nuestra cama, sin oír sus ronquidos, sin notar su olor!

»A ver, doctor, ¿cómo va a suponer algo así? Usted no puede…

»Es verdad, he dormido bien. Hacía años que no dormía tan bien. No me he despertado hasta las ocho de la mañana. He mirado por la ventana. Hacía viento. Las nubes, blancas, grises, redondas, jugaban delante del sol. Estaba contenta, y pensé que con las nubes nunca se sabe. Lo mismo se dispersan —van tan rápidas— que se agolpan y se precipitan sobre nuestros hombros en forma de lluvia. Me daba igual. Me gusta mucho la lluvia. Por otra parte, esta mañana todo me parecía maravilloso. Me sentía aliviada, liberada de un peso que desde hace tanto tiempo…

»Ha sido entonces cuando, al girar la cabeza, he descubierto el accidente y lo he llamado a usted por teléfono enseguida. »Usted también, también quiere telefonear. Ahí tiene el aparato. Llame a una ambulancia. Para que se lleven el cuerpo, ¿no?

»¿Que la ambulancia es para mí, dice? No entiendo. Yo no me he hecho nada. No me duele nada, me encuentro muy bien. La sangre de este camisón es de mi marido, que ha salpicado cuando…

 

 

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