Ficción

El bebé brilla

Por Ashley Inguanta

Un cuento de D. J. Poissant

Uno de los relatos de El cielo de los animales (Edhasa), el debut narrativo de escritor estadounidense David James Poissant.

Por David James Poissant.

El bebé no tiene ninguna otra característica que pueda considerarse fuera de lo común, nada que lo diferencie de otros bebés. El bebé no salta la soga. El bebé no levita. El bebé no puede mover las piezas del dominó sobre la mesa de la cocina con la mente. El bebé, simplemente, brilla.

No es brillante como el fuego o como una estrella. Su luz es suave como la de una varita luminosa para fiestas, de esas que se compran en las tiendas, se sacuden y resplandecen.

¡Bebé!, dice un titular. Y otro: ¡bebé de fuego se calienta cuando su madre lo toca!

La temperatura corporal del bebé es de treinta y siete grados.

La madre se sorprende al abrir la puerta de su cuarto y ver una nube radiante sobre la cuna. Después recuerda, lo alza y lo arrulla como cualquier madre arrullaría a cualquier bebé.

El bebé no brilla a veces. El bebé siempre brilla.

Sólo resulta raro porque no había ocurrido antes. Pero han sucedido cosas más extrañas todavía: bebés que nacen con rabos, bebés con un brazo o un par de ojos extra, parejas de bebés que comparten un mismo estómago. Este bebé no tiene partes extra.

No es un bebé mágico.

Un bebé brillante es práctico. Teniéndolo en brazos, el padre puede bajar por la escalera en mitad de la noche, poner en funcionamiento el lavarropas y hurgar en la alacena en busca de algo para comer sin encender la luz. A la madre no le gusta que el padre haga esto.

–El bebé –dice– no es una lámpara.

Ninguna otra cosa del bebé brilla. Llora lágrimas normales, se babea normalmente y –todo hay que decirlo– hace caca normal.

¿Y qué será en el futuro del bebé brillante? ¿Llegará a ser un niño brillante? ¿Se transformará en un hombre que brilla camino al trabajo, confundiendo a los peatones en los semáforos? ¿Se casará? Y si lo hace, ¿su esposa o su esposo tendrá que dormir con los ojos vendados?

Tendrán que hacer funciones especiales para él en los cines. Traerá muchos dolores de cabeza al personal de seguridad de los aeropuertos. El sentido común dice que jamás lo convocarán del ejército.

Algunos piensan que, a medida que crezca, brillará más todavía. Algunos dicen que su luminosidad desaparecerá con la edad, como algunas alergias infantiles. Otros apuestan que continuará brillando con el mismo voltaje hasta que, hasta que...

A uno no le gusta pensarlo, pero el bebé morirá. Un día, el bebé, en su forma de bebé, de niño o de hombre, será colocado dentro de un ataúd y el ataúd será bajado a la tierra. Para entonces, imaginamos, la luz se habrá apagado.

Pero nunca se sabe. Tal vez brillará después de su último aliento, así como dicen que el pelo de los muertos sigue creciendo durante varios días. Tal vez.

¿Lo ven ahí, brillando bajo tierra?

Vean el pasto que crece de la tumba del bebé. Véanlo brillar. Se ha descubierto una nueva especie de gusano incandescente no lejos del cementerio. Y a los topos que se

alimentan de esos gusanos ya les brillan los hocicos.

Allá van, excavando túneles, abriéndose paso a través de la tierra como cohetes, persiguiendo sus tiernos hocicos encendidos, arañando su camino hacia arriba, cada vez más arriba, y hacia afuera, hacia la luz.

***

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