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"Escribo para acomodarme la cabeza"

Se entregó el Premio Alfaguara

Eduardo Sacheri ganó el Premio Alfaguara 2016 con la novela La noche de la usina. “Me encanta que la literatura esté llena de mensajes, pero no quiero me los ponga el autor”, dice.

Por Patricio Zunini.

Eduardo Sacheri obtuvo ayer el Premio Alfaguara 2016 con La noche de la usina. Elegida entre más de 700 originales, la novela, con el corralito financiero de 2001 como telón de fondo, sigue el devenir de un grupo de hombres de un pueblito de la provincia que planean una venganza colectiva luego de que fueron estafados con la compra de unos silos abandonados. El jurado señaló que en La noche de la usina conviven el thriller y el western, «Pampa y política, tiempos muertos de vida cotidiana y diálogos muy vivos, con un trasfondo crítico lleno de suspenso en el que la rabia fecunda es compatible con el humor más fresco». El premio está dotado de 175 mil dólares y una escultura del español Martín Chirino. Hasta hoy, el último argentino que lo había ganado era Leopoldo Brizuela con Una misma noche (2012).

Visiblemente emocionado, Sacheri participó de una conferencia de prensa en las oficinas de Penguin Random House, desde donde, a través de una videoconferencia, también respondió las preguntas de periodistas españoles y mexicanos. “La gente que puebla mi vida puebla mis libros”, dijo. “El miedo es que los lectores no la encuentren atractiva”, dijo. “No busco metáforas que puedan ser extrapolables al presente”, dijo. “Nos toca perder casi siempre, pero lo que nos define es como afrontamos esa derrota”, dijo. Alguien le preguntó si este premio era un nuevo Oscar —Sacheri es el autor de La pregunta de sus ojos, que él mismo adaptó para el cine; “El secreto de sus ojos”, con dirección de Juan José Campanella, ganó el Oscar a la mejor película extranjera en 2010—: fanático de Independiente, recordó que aquel año el Rojo salió campeón de la copa Sudamericana por lo que este nuevo premio le daba ilusiones para la segunda mitad del año.

Después de la conferencia de prensa, Eterna Cadencia habló con Eduardo Sacheri.

En la conferencia decías que te interesan los procesos históricos vistos desde las personas y no desde los gobiernos. ¿Qué poder tiene la ficción para explicar esos procesos?

—Es otra de nuestras pretensiones para explicar la vida. Así como el discurso científico es un intento absolutamente genuino, la ficción es otro. Como seres humanos nos recorren tres o cuatro preguntas esenciales, siempre las mismas, y a las cuales damos respuestas parciales, fugaces, insatisfactorias. Las respuestas del arte es un modo de explicar la vida tan válido y tan insuficiente como cualquiera de los otros.

También dijiste que te gusta que tus protagonistas sean buenas personas.

—No es que me gusten, me salen. Por supuesto que para construir una trama necesitás oposiciones y contrincantes, pero no puedo, hasta ahora, sobre todo en una novela, ir del otro lado y tener un personaje que me resulte incómodo y desagradable y lejano y con el que sienta menos empatía. Para una novela tiendo a sentirme más cómodo del lado de alguien que me caiga bien. El personaje negativo nunca lo es desde su propia perspectiva. Todos estamos convencidos de que somos buenos. Y, si tenemos alguna duda, encontramos algún argumento que nos justifique. En el fondo, la actitud clave del humano es el egoísmo. A lo mejor es muy esquemática, pero si tuviera que definir qué es lo que en esencia te hace bueno o malo: es el altruismo o el egoísmo. Porque, cuidado: somos animales. Y hay una base egoísta inevitable. Cuando viene el depredador, el primer instinto es huir. Los buenos son los que se sobreponen a ese primer instinto de escapar solos. A lo mejor escapamos juntos. A lo mejor nuestro minúsculo heroísmo consiste en escapar pero mirando alrededor a ver si alguien se queda atrás.

Me llamó mucho la atención la emoción con la que entraste a la sala de conferencias para recibir el premio.

—Suelo llorar. Escribir me ha permitido educarme emocionalmente, en el sentido de atreverme a emocionarme en público. Hace 20 años me hubiera horrorizado soltar una lágrima mientras hablaban los jurados. Lo que me enseñó este trabajo es a que si te conmovés, conmovete.

Me gusta que digas trabajo.

—Es un trabajo. Es uno de mis dos trabajos: soy profesor de Historia y trabajo de esto. Mi familia vive de esto. Debo reconocer que si no publicara no sé si lo llamaría trabajo. Quizás alguien, con todo el derecho del mundo, me diga que escribe hace 30 años y aunque no haya publicado lo ve como un trabajo. Yo se lo respetaría. Pero confieso que, por mi formación de familia de gringos inmigrantes, el trabajo es lo que te da de comer. Lo demás son otras cosas, pero no es trabajo. Y ahora cuando llego a un hotel pongo como profesión “Escritor” porque los Sacheri comen de ahí.

En esta carrera que comenzó hace 14 o 15 años has tenido una serie de éxitos: en ventas, con una novela que se llevó al cine y ganó un Oscar, ahora el premio Alfaguara. ¿Te da miedo haber llegado a un lugar de comodidad, haber encontrado una fórmula de la que no puedas salir?

—Me da miedo, pero no es nuevo. Es un miedo que tuve que enfrentar después de “El secreto de sus ojos”, después de la película. Porque yo venía escribiendo libros de cuentos —La pregunta de sus ojos fue mi primera novela— que leía un público absolutamente extraliterario, gente que escuchaba mis cuentos de fútbol en la radio y compraba mis libros. Yo realmente vengo muy de afuera del mundo literario. “El secreto de sus ojos” significó que mucha gente que sí leía mucho me empezara a leer. Y claro, con ese éxito estaba el riesgo de la comodidad o de la repetición temerosa del rechazo. Yo quiero que me sigan leyendo, no quiero defraudarme. Pero si me repito termino entrampado. Escribo para acomodarme la cabeza. Ojalá que este libro sea leído; sería necio de mi parte decir que no me interesa. Yo sé que hay autores cuya realización personal no la miden por si a los lectores les gusta lo que escriben y lo respeto. Yo seré más sensible o menos seguro o apostaré siempre a la empatía colectiva, pero me gusta que los lectores me lean. Ahora, si no pasa: mala leche. Ojalá que el próximo libro me sirva para responderme algunas de esas preguntas que hablábamos cuando empezamos.

¿Tenés muy presente al público que te lee?

—Siempre apasionó leer y creo que empecé a escribir por la necesidad de estar más metido en la trama de lo que estaba leyendo. Puede que suene antipático porque parece que fuera un solipsismo y que todo me chupa un huevo. No me chupa un huevo. Pero el único lector con el que me puedo mirar soy yo mismo. Entonces termino una página y me pregunto si me gusta, si lo leería, si lo odio mientras lo corrijo. Si lo que escribí era un diálogo relativamente humorístico y me arranca una sonrisa al leerlo es placentero para mí, esa es la medida.

Si bien las novelas se desarrollan en un tiempo particular, también miran la actualidad. La noche de la usina, ¿qué intenta decirle al lector del 2016?

—Es muy arriesgado responder porque creo que la pregunta básica es una pregunta íntima que tiene que ver con mi propia vida y con mis propias incertidumbres. Este libro lo terminé en diciembre. Suele pasarme que necesito que transcurra uno o dos años; cuando el libro está muy cerca no tengo claro lo que significa en lo hondo para mí.

Pero lo terminás en diciembre de un año muy politizado y tomás el 2001, que es una fecha bisagra de nuestra historia.

—A lo mejor te puedo contestar por la negativa. No querría que se hicieran lecturas eminentemente políticas del libro. Porque si va del 2001 al 2004 y arranca en un derrumbe y la trama misma tiene que ver con una búsqueda de recuperación, no me gustaría que se hiciera una lectura de “Sacheri se identifica con el proceso iniciado en el kirchnerismo”. Primero porque no tengo antipatías profundas, pero tampoco tengo ninguna cercanía puntual. Sería empobrecedor de mi parte ponerle esos límites al lector. Si hay un lector identificado con el kirchnerismo que quiere ir por ahí, que vaya tranquilo. Si hay un antikirchnerista que dice “Estos tipos tienen que hacerlo ellos porque desde el Estado nunca se puede...”, que lo piense. Me encanta que la literatura esté llena de mensajes, pero no quiero me los ponga el autor.

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