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Laura Wittner: "El destello puede surgir de lo que hay"

Poesía y libros infantiles

"Casi todo me resulta intraducible, y los poemas que logro escribir pocas veces son la traducción que buscaba de ese recorte de la realidad": conversamos con la poeta vía correo electrónico a partir de la salida de Traducción de la ruta (Gog & Magog) y sus últimos despachos para las infancias.

Por Valeria Tentoni. Fuente foto: Xavier Martín para Página/12.

 

"Se nota en la poesía de Laura Wittner, desde el comienzo, la voluntad de instalarse en un espacio móvil. Se mueven las cosas, las personas, pero también el ojo que las mira y la mano que anota. Wittner pone en escena, con frecuencia, el acto de mirar desde un tren o un auto en marcha, como si quisiera enfatizar una y otra vez que el poema está parado sobre arenas movedizas", escribe Miguel Ángel Petrecca en la contratapa de Traducción de la ruta, publicado por Gog & Magog después de Lugares donde una no está, su poesía reunida en 2017.

Licenciada en Letras, periodista y guionista, a Laura Wittner (Buenos Aires, 1967) la habíamos entrevistado largo y tendido sobre su rol como traductora por aquí. David Markson, Frank O'Hara o H.C. Lewis son algunos de los autores que trajo a nuestra lengua. Wittner también se dedica, en escritura y traducción, a la literatura infantil: entre sus últimos títulos se cuentan Mi tortugo -fue vernos y querernos (Ralentí), Tengo un hijo alto (Delhospital Ediciones), Los entusiasmos (Del Naranjo), Dime cómo vuelas (Tres en línea) y Cosas que anoté en un cuaderno (Planta). En esta oportunidad, enviamos algunas preguntas por correo electrónico sobre Traducción de la ruta y este último conjunto que comparte con ilustradoras e ilustradores, niñas y niños.

 

 

Desde el título, tu último libro remite a una tarea que te ocupa casi tanto como la escritura, la traducción, en especial de poesía. ¿Qué vínculo encontrás entre lo intraducible -una ruta, por ejemplo- y la poesía?

El poema "Traducción de la ruta", que es el último del libro,  es un poco un chiste y un poco no porque surge de un largo viaje en auto por España, donde la señalización vial es diferente de la que yo conocía: a veces los carteles mostraban dibujos de ciervos, de ovejas, de copos de nieve. Cada cartel desplegaba, para mí, una posible escena fantástica. También el paisaje me era nuevo, y además yo iba de copiloto, con un mapa enorme desplegado sobre las rodillas, tratando de identificar dónde doblar y qué camino agarrar cada vez, porque estábamos viajando sin ayuda de un GPS. De manera que para mí el viaje era en sí mismo un intento permanente de traducción. Traducción no siempre posible, a juzgar por la cantidad de desvíos impensados a los que nos llevaron mis interpretaciones erróneas.

Otro intento de respuesta: casi todo me resulta intraducible, y los poemas que logro escribir pocas veces son la traducción que buscaba de ese recorte de la realidad.

Los poemas de Traducción de la ruta incorporan las figuras de los hijos y también sus voces, sus sueños, sus preguntas, sus cavilaciones. ¿Cómo trabajaste estos materiales tan frágiles, tan delicados? 

Ante todo: cada poema que lxs nombra o cita sus palabras fue primero leído y autorizado por Dino o por Amelia. Por ahora nunca se quejaron, pero veremos.

Es que la trama doméstica –con sus conversaciones, sus movimientos, sus texturas– es el material básico de mi cotidianeidad y es así como me sale escribir: sobre lo que está ahí nomás (si lo que está ahí nomás es nuevo o raro, como en los viajes, también entra, claro). Es cierto que es un material frágil y delicado, y trato también de tocarlo con la mayor delicadeza posible: sus voces suelen pasar a los poemas casi literalmente. Bueno, suelen ser pequeños fragmentos extraídos, torneados y acoplados a otro grupo de palabras.

Cada día doméstico está lleno de sorpresas y maravillas. Sé que debo estar sonando como Paolo el rockero al decir esto, pero así es para mí, qué le voy a hacer. Las relaciones muy íntimas me producen una curiosidad que se regenera y florece todo el tiempo. Y además, "objetivamente", mis hijes me resultan personas interesantísimas y sobre todo muy graciosas.

La voz poética triangula en esos vínculos con ellos. De hecho, el tres es un número que aparece en más de una oportunidad. ¿Podrías pensar al libro con esa figura, te hace sentido? ¿Un triángulo?

Mmm... me sorprende y no me sorprende lo que me preguntás pero en todo caso no lo había pensado así. No me sorprende porque hace más de seis años que vivo con mi hija y mi hijo (siendo tres en la casa, quiero decir) y hay un montón de situaciones cotidianas que tienen que ver con este núcleo triangular. Pero por otro lado muchos de estos poemas hablan del amor de pareja, esa otra cotidianeidad del amor; de los viajes, los paseos, los recorridos hechos así de a dos. Esa ruta que intentamos traducir, y varios de los otros poemas "de exteriores", tienden más hacia el "dos": hay un "vos" o un nosotros que es un "él y yo". De hecho el libro se lo dediqué a él. A Juan.

El libro termina y se nombra con una imagen de la felicidad, que también es un paisaje en movimiento. ¿Cómo pensaste a la felicidad en estos poemas? ¿Creés que es el tema madre del libro, o cuál dirías que es? O que son...

Puede que sea el tema núcleo; más la pregunta que la respuesta, claro; pero son esos atisbos de felicidad lo que empujaron muchos de estos poemas. Creer rozarla o entreverla, o incluso tener la certeza momentánea de que sí, es esto. Ahora estoy repasando los poemas como para responderte con más seriedad y me alegra ver cuántos de ellos fueron escritos desde la chispa del bienestar; los últimos tiempos fueron para mí mucho más oscuros que los que acompañaron la escritura de los poemas del libro. Fueron tiempos de duelo y lo siguen siendo. Me doy cuenta de que me cuesta muchísimo escribir desde el dolor. Casi no estoy escribiendo poemas.

Preguntas ficticias, paraísos imperfectos: la verdad y la perfección rondan, como fantasmas, de principio a fin. ¿Son preguntas que reconocés? ¿Cuáles dirías que son las preguntas que insistían al escribir este libro?

Tal vez las reconozco como preguntas vencidas, ajadas. Preguntas que me hice alguna vez pero a esta altura ya sé que no tienen una respuesta definitiva. No está tan mal llegar a cierta edad y haber entendido que el destello puede surgir de lo que hay, y no necesariamente de lo que habíamos planeado que hubiera.

"Lo imperfecto es nuestro paraíso" es una cita de Wallace Stevens, de ese poema increíble que es "Los poemas de nuestro clima".

Por estas horas, también, están circulando varios libros infantiles tuyos recientes: Tengo un hijo alto y Dinosauria, Los entusiasmos. ¿Cómo fue la escritura de cada uno? 

Cada caso fue diferente y todos fueron tremendamente placenteros. Tengo un hijo alto era un texto que había escrito hace tiempo, cuando mi hijo empezó a volverse altísimo; primero la sensación tan rara de que un hijo sea más alto que una; es hermoso y sorprendente; después la observación de cómo se mueve solo por el mundo ese muchacho de 1.96 que hasta hace poco era tu bebé rechoncho. Ahora también mi hija es ya más alta que yo, y eso que no soy especialmente baja. Me parecen tan geniales esas metamorfosis, esos desarrollos. Cuando vi las cosas que hacía María José de Tellería me pareció que no había nadie más que tuviera que ilustrar ese libro. Yo ni la conocía; le escribí: resultó ser que ella también tiene un hijo altísimo. El libro es muy de las dos y yo admiro mucho todo su trabajo.

Los entusiasmos es un poco mi "libro mimado" porque son poemas; algunos ni siquiera los pensé en relación a la edad de quienes fueran a leerlos.  Sabía que iba a ser difícil encontrarles editorial. Después de muchos rebotes los aceptó de un día para otro Norma Huidobro para su editorial, Del Naranjo. Fue una alegría enorme; esas cosas suelen darse así. Y la alegría se duplicó cuando Matías Acosta, que era el ilustrador que yo había imaginado para esos textos, aceptó ser coautor.

¿Cómo fue trabajar una serie como Dinosauria?

La serie de Dinosauria surgió de un trabajo hermoso junto con la ilustradora (Mariana Ruiz Johnson, colega de otros libros pero sobre todo amiga muy querida e ídola personal) y la editora de Ojoreja (Paula Fernández, siempre llena de ideas, con un impulso contagioso). Con Dinosauria aprendí esta dinámica de trabajo de a tres que me resultó no sólo enriquecedora sino también muy divertida. Fue un año entero de intercambios constantes, a cualquier hora, desde las vacaciones, desde la cama a la noche. Ojalá se les note todo el amor con los que fueron hechos. Son tres libros que queremos muchísimo.

Escribís tus libros para chicos y chicas desde la poesía, incluso utilizando la rima, ¿cómo pensás el vínculo entre la poesía y les niñes? ¿Por qué la rima?

Tengo la sensación de que la poesía está ahí nomás: es música, es repetición, es trastocar una palabra para poder ver lo que en verdad había detrás. ¿Y qué niñe no ejerce esta posibilidad casi desde que es bebé? Creo que está en su naturaleza. Y en la mía está la rima, el regreso, ¿no? Ese volver a un sonido para hacerlo resonar con el anterior y que así canten. Y que cantando digan, muestren, cuenten.  

Dicho esto, también reconozco esto otro: escribo poesía, con o sin rima, con o sin métrica regular; me da una fiaca indecible inventar un personaje de cuento o de novela: ponerle nombre, crearle un entorno y después –el horror– ubicarlo dentro de una trama argumental. Me pierdo en el detalle, en la escena, en la música. ¡Eso ya es tanto! Un detalle es toda una novela. Una disposición de sonidos puede ser toda una novela si la dejamos expandirse.

Ahora, como lectora sí aprecio la novela, por supuesto: perderme en otras vidas, en otra gente. En fin, será vagancia: pretendo que lo escriban otres.

Tus libros están desparramados por varias editoriales. Entre las últimas: Planta, Ralenti y Ojoreja. ¿Cómo fue la experiencia con ellos, y por qué elegís sellos pequeños o medianos, proyectos incipientes para tus libros? 

Se va dando de distintas maneras: a veces mando un texto a varias editoriales hasta que alguna lo acepta; otra veces lo mando a la que creo que lo va a apreciar (como me pasa a menudo con Tres en línea, una editorial con la que publiqué varios libros para chiques y con cuyo editor nos entendemos muy bien); a veces los proyectos incluso surgen de la editorial (como fue el caso con Ralenti y con Ojoreja). Creo que cada libro se va armando y va encontrando su lugar en un trabajo conjunto con ilustradorxs y editorxs. Y fundamentalmente intento trabajar (no sólo publicar) con personas con quienes las cosas fluyan: que haya calidez, que no haya prepotencia, que podamos escucharnos. Por eso también en los últimos años publico mis libros de poesía "para grandes" en Gog & Magog.

También es cierto que las editoriales más chicas están más dispuestas a considerar nuevxs autorxs e incluso autorxs no tan nuevxs que tal vez aparecen con un proyecto diferente.

También realizaste traducciones recientes, como la del libro de Arnold Lobel de Niño Editor en el que hay rimas y desafíos métricos. "Se traduce y se reescribe a la vez": ¿podrías expandir esta idea? ¿También es así con la traducción de los libros que no presentan esas cualidades?

Traducir siempre es reescribir, pero en el caso de un texto como El pájaro cucurucho, donde además esos versos rimados y humorísticos tienen que coincidir con la ilustración, que es del mismo autor, el trabajo es una combinación de varios elementos. Una especie de rompecabezas inspirado y divertidísimo. Es la clase de traducción que me acompaña por la calle, en el colectivo, en bares. Porque todo el tiempo se le está buscando la vuelta a algo.

El viaje es un tema en Dinosauria, en Traducción de la ruta y en varios de tus libros anteriores. ¿Por qué insistimos con los viajes?  

¡Siempre vamos a insistir con los viajes! Son un poco el reverso de esa felicidad doméstica de la que hablábamos antes, y no sé: evidentemente necesito los dos lados de la cosa. La extrañeza me enciende, me abre bien los ojos; estar bien lejos, estar en otro idioma, en un paisaje visto por primera vez; que sea otro el olor, que el café tenga gusto a esa otra ciudad. Que no haya nada de lo mío y sin embargo ahí estar, yo, pero ¿yo? Anhelo siempre esa revolución que me genera el cambio de contexto. Y no hablo más del tema porque  quién sabe si alguna vez vamos a poder volver a viajar.

En la contratapa, Petrecca habla de cierta constancia de tus veinte años de libros, de los desplazamientos sutiles. En el libro aparece la pregunta por el acierto o no de la quietud, de la permanencia que atormenta a esa familia mientras el abuelo viaja y viaja. Si mirás hacia atrás, ¿cómo leés esos más de veinte años de libros? ¿Cuántas cosas creés que han cambiado desde El pasillo del tren? ¿Cuáles luchaste por quedarte y conservar hasta hoy? ¿Te reencontrás con La tomadora de café en alguno de los versos de Traducción de la ruta, por ejemplo?

No creo haber luchado; más bien las cosas me las quedo naturalmente y en todo caso agrego otras. Ésa es la sensación que me da cuando leo los poemas de La tomadora de café. Me veo claramente ahí e incluso recuerdo cuándo y dónde los escribí, y qué sensaciones los impulsaron. Casi puedo decir lo mismo de El pasillo del tren. Sí tal vez corregiría algunas cosas, sacaría algún verso, qué sé yo. Pero esto que decís, del cruce entre quietud y desplazamiento, me parece que sigue estando y si voy todavía más atrás, a poemas que escribí antes aun de empezar a publicar, eso ya estaba. Y si voy más atrás todavía me voy a encontrar con mis cuatro abuelxs que dejaron para siempre sus pueblitos de Polonia o de Rusia y se vinieron para acá sin nada, cada cual solx, en distintos barcos, y acá inventaron una nueva vida familiar, una nueva quietud; y después con mi padre (el abuelo del poema que mencionás) que se la pasó viajando apasionadamente por trabajo hasta que de golpe se enfermó y murió (hoy vi una foto de su último pasaporte: el último sello de entrada al país es del 5 de octubre de 2019, catorce días antes de que se declarara su enfermedad).

Este libro se publicó después de Lugares donde una no está: ¿cómo fue escribir después de publicar una obra reunida?

Lo de la obra reunida no fue idea mía, fue más bien una propuesta de Gog & Magog que durante bastante tiempo esquivé. Me parecía (o me parece) que el concepto de obra reunida es para gente más grande o bien gente muerta. Al final me pareció bien porque nos dio ocasión de recuperar poemas que estaban en plaquetas ya inexistentes o en libros difíciles de conseguir, y además agregamos algunas traducciones y algunos textos sueltos. Y no me arrepiento porque además el libro quedó muy lindo gracias al trabajo de Vanina Colagiovanni, la editora. Pero mientras lo editábamos yo estaba escribiendo cosas nuevas que son las que ahora integran Traducción de la ruta.

 

 

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