Club Eterno

“La memoria es un territorio en permanente disputa”

Foto por: Valeria Mussio

Hernán Confino y Rodrigo González Tizón, autores de Anatomía de una mentira, visitaron la librería en el marco del ciclo de entrevistas Teoría de Conjuntos.  



Por Nacho Damiano


 

Los historiadores, autores de Anatomía de una mentira (Fondo de Cultura Económica) visitaron Eterna Cadencia en el marco del ciclo de entrevistas Teoría de Conjuntos y volvieron sobre algunos de los conceptos que analizan y desmenuzan en el libro: las principales posiciones de quienes niegan y justifican las violaciones a los derechos humanos cometidas por el Estado argentino en la última dictadura. 

 


Muchas veces se piensa a la memoria y a la historia como campos separados e independientes, pero ustedes trabajan precisamente en el cruce. ¿Cómo entienden ese vínculo? 

Rodrigo González Tizón: La memoria no es un simple archivo que se consulta, es un territorio en permanente disputa, es el espacio en el que se cruzan recuerdos, silencios, heridas, interpretaciones y también olvidos (muchas veces intencionales). La historia, en cambio, busca organizar, darle continuidad al pasado, fijar cronologías y nombres. Pero ninguna de las dos es estable, cada generación vuelve a plantear qué recordar, cómo recordarlo y con qué palabras. Si bien la memoria nunca es pura (siempre habla desde el presente y por eso cambia con cada época), la historia tampoco puede pretender neutralidad, porque está escrita desde lugares de poder, con intereses claros. Para mí lo decisivo es aceptar que no hay una versión definitiva, sino una trama conflictiva que se actualiza en cada acto de recuerdo. Esa inestabilidad no es una falla, es su mayor riqueza. 

Hernán Confino: La historia, en su versión más clásica, quiso presentarse como un espejo del pasado, como si los hechos estuvieran allí para ser registrados con objetividad. La memoria muestra que no hay mirada inocente: cuando una comunidad recuerda, no sólo revive imágenes, también organiza sentidos, repara silencios, nombra lo que antes era innombrable. No es casual que la memoria aparezca con fuerza tras situaciones traumáticas: dictaduras, guerras, genocidios. Donde la historia tiende a ofrecer grandes explicaciones, la memoria introduce emociones, subjetividades, fisuras. No hay que elegir entre una y otra, sino pensarlas como dimensiones que se necesitan mutuamente. La memoria sin historia puede perderse en lo anecdótico; la historia sin memoria se vuelve fría, incapaz de conmover. 

Afirman que recordar no es sólo preservar, sino también inventar. ¿En qué sentido la memoria inventa? 

RGT: Recordar es siempre rehacer, reorganizar. Cada evocación implica un trabajo de selección y, muchas veces, de invención. No se trata de falsificación, sino del modo mismo en que funciona la memoria humana. Cuando alguien relata lo que vivió en una situación límite, no está entregando un documento transparente, sino una narración construida. Y esa narración revela tanto como los hechos en bruto, porque muestra cómo se procesó el trauma, cómo se encontró un lenguaje para lo indecible. En sociedades atravesadas por la violencia política, esta invención es imprescindible. Los testimonios de sobrevivientes, por ejemplo, no son meros datos: son actos de resistencia frente al intento de borrarlos. Inventar no es distorsionar, es crear una forma de verdad que no existía antes. 

HC: Ningún relato puede agotar la magnitud de lo ocurrido, pero los testimonios parciales, fragmentarios, incluso contradictorios, son imprescindibles. Ahí radica la dimensión inventiva: cada narrador, al volver sobre la experiencia, le da un nuevo orden, una nueva forma, a veces introduce imágenes que no existieron de ese modo. Y sin embargo esa invención es la única vía para transmitir lo vivido. No deberíamos asustarnos de esa palabra, en la memoria, la invención es lo que permite que el recuerdo sea comunicable. Sin ella, quedaríamos atrapados en el silencio. 

¿Cómo se traduce esta perspectiva en la política del presente? 

RGT: Recordar siempre es un gesto político. Nadie recuerda en abstracto, se recuerda desde un ahora cargado de tensiones. Cuando un país rememora un golpe de Estado, lo hace no solo para honrar a las víctimas, sino para interpelar el presente: ¿qué prácticas de violencia institucional siguen vigentes? ¿Qué discursos autoritarios persisten bajo nuevas máscaras? La memoria impide que el horror se naturalice, cada conmemoración es también un llamado ético a transformar lo que aún no cambió. Por eso quienes ostentan el poder suelen querer controlar la memoria: porque ahí se juega el sentido del presente y la posibilidad de imaginar otro futuro. 

HC: La política contemporánea está atravesada por luchas de memoria. No existe una memoria única, sino memorias en conflicto. Lo vemos en los debates sobre monumentos, manuales escolares, feriados. Unos recuerdan a ciertos próceres como héroes, otros como responsables de crímenes. Ese choque es inevitable y, en lugar de temerle, hay que reconocerlo como parte de la vida democrática. La memoria no es un consenso cerrado, es un campo de disputas. La política de la memoria consiste en abrir espacio a esas voces diversas, sin que una borre a la otra. Solo así puede construirse una memoria pública que no sea propaganda, sino ejercicio crítico. 

Para cerrar, ¿qué libros recomendarían para seguir pensando estas cuestiones? 

HC: Actos humanos, de Han Kang, es una novela sobre una rebelión en la dictadura de Corea. Por otro lado, hay un texto fundacional de la historia reciente que recomiendo mucho que es Un enemigo para la nación de Marina Franco. Y un tercer libro que me encanta se llama No solo un testigo y lo escribió Rodrigo. Como dice su título, habla del recorrido de los sobrevivientes del Centro Clandestino de Detención El Vesubio no como meros testigos del horror sino como activistas de la memoria.  

RGT: Yo quiero mencionar Las sepultureras de Taina Tervonen. Es una especie de Equipo Argentino de Antropología Forense que trabaja en las fosas comunes de Bosnia durante la guerra de Yugoslavia, asociadas con las matanzas que perpetraron los serbios. Es una crónica periodística que tiene como protagonistas a quienes forman parte de ese equipo que lidian con fosas comunes enormes con muy poco presupuesto y todo atado con alambre. Tienen un lugar muy importante los familiares y las ceremonias de entrega de los cuerpos, todo mediado por la cultura musulmana (las víctimas son de origen bosnio musulmán). Otro vinculado a la historia que estoy leyendo ahora y me está encantando es El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura, tiene una enorme fineza en la reconstrucción histórica. Y el otro, voy a tener que recomendar el libro de Hernán (risas), que es un librazo: La contraofensiva: el final de Montoneros. El gran valor agregado que tiene es que aborda un momento concreto de la historia de Montoneros que no está tematizado en ningún otro libro salvo pequeñas excepciones que tocan el tema de forma más panorámica o mediante la ficción o la no ficción.  

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