Walter Benjamin: "El genio es trabajo asiduo"
Dirección única
Miércoles 03 de mayo de 2023
"Al igual que en una miniatura, en Dirección única están los temas benjaminianos por excelencia: la ciudad, el niño, el sueño; los despojos, el coleccionismo, las mercancías; la redención y el arte; la escritura y la crítica", escribió Mariana Dimópulos. Compartimos cinco extractos de la edición de UDP.
Por Walter Benjamin. Traducción de Juan de Sola.
RELOJ MAGISTRAL
Para los grandes hombres, las obras terminadas tienen menos peso que aquellos fragmentos en los que llevan trabajando toda su vida. Porque solo el más débil, el más disperso, experimenta una alegría insuperable al concluir algo y se siente con ello restituido a la vida. Para el genio, cualquier cesura, tanto los duros golpes del destino como el apacible sueno, forma parte del trabajo asiduo en su taller. Y el ámbito de influencia de este lo traza en el fragmento. ≪El genio es trabajo asiduo.≫ (pág., 40).
MINISTERIO DEL INTERIOR
Cuanto más reacio sea alguien a la tradición, más inexorable será la subordinación de su vida privada a las normas que pretende convertir en leyes de un futuro orden social. Es como si estas, que aún no han entrado en vigor en ningún lugar, le impusieran el deber de cuando menos prefigurarlas en su propio medio vital. Por el contrario, el hombre que se sabe en consonancia con las tradiciones más antiguas de su condición social o de su pueblo contrapone a veces ostensiblemente su vida privada a las máximas que, de forma implacable, defiende en la vida pública, y venera en secreto, sin el menor problema de conciencia, su propia conducta como la prueba más convincente de la autoridad inquebrantable de los principios que él mismo profesa. Es así como se distinguen dos clases de político: el anarcosindicalista y el conservador. (pág., 47).
REVISOR JURADO DE LIBROS
Nuestro tiempo, la antítesis perfecta del Renacimiento, contrasta particularmente con la situación en la que se inventó el arte de la imprenta. Se trate o no de una casualidad, la aparición de esta en Alemania coincide con la época en la que el libro en el sentido más noble del término, el Libro de los Libros, se convirtió, gracias a la traducción de la Biblia que hizo Lutero, en patrimonio del pueblo. Hoy todo parece apuntar a que el libro, en esta forma transmitida por la tradición, se encamina hacia su final. Mallarmé, que vio en medio de la construcción cristalina de su escritura, sin duda tradicionalista, la verdadera imagen de lo que estaba por venir, integró por primera vez, en Un coup de dés, las tensiones gráficas de la publicidad en la composición tipográfica. Los experimentos emprendidos posteriormente por los dadaístas no partían, en efecto, de un impulso constructivo, sino de las reacciones a flor de piel de los literatos, y por eso duraron mucho menos que la tentativa de Mallarmé, surgida de lo más hondo de su estilo. Pero, precisamente por ello, permiten reconocer la actualidad de aquello que Mallarmé, encerrado a cal y canto en su habitación, a la manera de una monada, descubrió en una sintonía preestablecida con todos los acontecimientos decisivos de nuestros días en el terreno de la economía, la técnica o la vida pública. La escritura, que había encontrado en el libro impreso un refugio en el que vivir una existencia autónoma, se ve arrastrada inexorablemente a la calle por la publicidad y sometida a las brutales heteronomías del caos económico. He ahí la severa iniciación de su nueva forma. Si hace siglos empezó de manera paulatina a tenderse y pasó de la inscripción vertical al manuscrito que descansa sobre un atril inclinado, para terminar finalmente acostándose en la impresión tipográfica, ahora comienza a incorporarse con la misma lentitud. El periódico se lee ya más en vertical que horizontalmente, el cine y la publicidad empujan por completo a la escritura a la dictadura de la verticalidad. Y antes de que el hombre de nuestros días logre abrir un libro, por sus ojos pasa un torbellino tan denso de letras de colores que se mueven y compiten entre ellas que las posibilidades que tiene de adentrarse en la tranquilidad arcaica del libro se ven reducidas. Las nubes de langostas de la escritura, que ya hoy eclipsan el sol del supuesto espíritu a los habitantes de la gran ciudad, se harán cada vez más densas en los años venideros. Otros imperativos de la vida comercial van más lejos. El fichero supone la conquista de la escritura tridimensional, esto es, un sorprendente contrapunto a la tridimensionalidad de la escritura en sus orígenes, cuando era runa o quipo. (Y, ya incluso en nuestros días, el libro, como nos muestra el actual modo científico de producción, es una mediación anticuada entre dos sistemas distintos de clasificación de fichas. Porque todo lo esencial se encuentra en el fichero del investigador que lo compuso, y el erudito que se sumerge en él lo asimila a su propio fichero.) Pero hay algo que está fuera de toda duda: la evolución de la escritura no quedará ligada por tiempo indefinido a las ansias de poder de una actividad caótica en los campos de la ciencia y de la economía, sino que llegará un día en el que la cantidad redundará en cualidad, y la escritura, que cada vez se adentra más hondo en el terreno gráfico de su nueva y excéntrica plasticidad, conseguirá de pronto el contenido que le es propio. Los poetas, que, como en tiempos inmemoriales, serán sobre todo y antes que nada especialistas de la escritura, solo podrán participar en esta pictografía si logran hacer suyos los terrenos en los que –sin darse excesiva importancia– se lleva a cabo su construcción: los del diagrama técnico y estadístico. Con la creación de una escritura internacional convertible, verán renovada su autoridad en la vida de los pueblos y encontrarán un papel frente al cual todas las aspiraciones de renovación de la retórica resultarán rancias ensoñaciones. (pág., 57).
LÁMPARA DE ARCO
Solo conoce a una persona quien la ama sin esperanza. (pág., 77).
SI PARLA ITALIANO
Estaba una noche sentado con fuertes dolores en un banco. En otro, enfrente del mío, tomaron asiento dos muchachas. Parecían querer hablar de intimidades y se pusieron a cuchichear. No había nadie cerca, aparte de mí, y yo no habría entendido su italiano por muy alto que hubieran hablado. Con todo, ante aquel cuchicheo injustificado en una lengua para mí inaccesible, no pude evitar sentir que me estaban aplicando una venda fresca en la zona dolorida. (pág., 99).