Una noche en el Castelar
Cruces entre crítica y biografía
Jueves 05 de marzo de 2020
"¿Qué busca exactamente (y no encuentra) Emma Barrandéguy en sus reiteradas lecturas de las memorias de Mastronardi?": Martín Kohan lee Una amistad singular, libro que Emma Barrandéguy dedica a examinar la relación entre Carlos Mastronardi y Witold Gombrowicz.
Por Martín Kohan. Fuente foto: Eduner.
Con el debido pormenor, y atraído por el tema, leo Una amistad singular, un libro que Emma Barrandéguy dedica a examinar la relación entre Carlos Mastronardi y Witold Gombrowicz. Me interesa cada uno de ellos, tan distintos entre sí, y tanto más me interesa, por eso mismo, el vínculo que entablaron.
Barrandéguy no hace en principio mucho más que glosar y transcribir. Cita o parafrasea a Germán García (prologuista del breve volumen), a Alejandro Russovich, a Martin Buber, al propio Mastronardi, al propio Gombrowicz. Con esas prolijas transposiciones va componiendo la monografía; la autora no interviene más que con algunas marcas puntuales, siempre discretas (“Leí Ferdydurke cuando apareció en castellano gracias a una amiga que quedo maravillada con el libro”).
Todo cambia, sin embargo, al llegar al último capítulo (después del cual sólo quedará espacio para una “Reflexión final”, un anexo, dos páginas de bibliografía, una ficha biográfica sobre Gombrowicz). Ese capítulo lleva por título una pregunta y un comentario adjunto: “¿Por qué Mastronardi no se une con nadie? Sólo se reúne”. Y empieza así: “En mis reiteradas lecturas de Memorias de un provinciano de Mastronardi nunca encontré una página donde refiriera algo sobre sexo o amores de adolescencia”.
¿Qué busca exactamente (y no encuentra) Emma Barrandéguy en sus reiteradas lecturas de las memorias de Mastronardi? ¿Habrá que mencionar aquí el hecho de que ella es, como él, de Gualeguay? Si en los restantes capítulos Barrandéguy reproduce asiduamente voces ajenas, en este, significativamente, no cita a nadie: su voz impera. Impera para decir: “Elude con persistencia toda mención femenina”. Pero para agregar: “Mastronardi se ufana de su soledad y tal vez también de su soltería, pero durante su transcurso vital en Buenos Aires convive con una hermosa mujer intelectual brasileña y hasta pasa con ella una larga temporada en Brasil”. ¿A qué género discursivo pertenece una frase como esta: al de la biografía literaria o al del reproche personal? Los adjetivos se amontonan en torno del sustantivo “mujer”, potenciándose perturbadoramente. A esto se agrega, poco después, otro orden del saber, el saber del mundo Puig, el saber del chisme de pueblo: “Según los díceres pueblerinos para ese entonces Mastronardi de 25 años se enamora de Eduarda Beracochea”. Barrandéguy es contundente: Mastronardi se ufana de su estar solo, “se obligaba a mantener su soledad como un escudo y su soltería como un desdén hacia lo femenino doméstico”; pero ella sabe de una brasileña que era intelectual y hermosa y que hasta se lo llevó a Brasil, y ella sabe, porque se decía en el pueblo, que hubo un metejón cabal con Eduarda Beracochea.
Este libro llega así a su punto culminante: “Mastronardi se empeñó en la soledad, así una noche en el Castelar por ejemplo en una mesita del rincón de la entrada, tal como lo vimos en nuestra propia vagancia porteña”. Algo extraordinario ocurre: la crítica y el autor están de pronto en la misma escena. Un mismo plano de existencia, una misma situación para los dos. Emma apela a un plural desesperado (“vimos”, “nuestra”); pero es ella, ella sola la que lo ve, en su propio andar por Avenida de Mayo. Y sin embargo, Mastronardi prescinde, se empeña en la soledad, se escuda en la soledad, se ufana de su soledad. Ahí están los dos entrerrianos, Emma y Carlos, en Buenos Aires, los dos de Gualeguay, los dos por Avenida de Mayo. Y sin embargo quedan así: cada uno por su lado; y todo porque Mastronardi se empeña, y todo porque Mastronardi se escuda.
¿Y si era esto, esto y solamente esto, lo que Emma Barrandéguy tenía para decir sobre Carlos Mastronardi? ¿Esto y solamente esto lo que tenía para decirle a Carlos Mastronardi? Que pasó y lo vio, que él estaba en el Castelar, que ella andaba por Avenida de Mayo, que él se empeñó y se escudó y se ufanó, que él “no se une con nadie”, es decir, en este caso, con ella; que esa noche practicó su consabido desdén, su desdén hacia lo femenino doméstico, en su mesita del rincón de entrada. ¿Y si era esto, esto y solamente esto, lo que Emma Barrandéguy quería decir, y para poder por fin decirlo agregó genialmente todo lo otro (a García, a Russovich, a Martin Buber), infiltrando en su ensayo crítico, es decir en su coartada, un mensaje personal dirigido a Mastronardi? ¿Y si esa escena en el Castelar (ella pasa, él desdeña) fuera el verdadero motivo del libro, para poder por fin enrostrarle a Carlos Mastronardi a Eduarda Beracochea y a la brasileña intelectual y hermosa, y espetarle con bibliografía que su soledad no era más que un simple escudo? La página justifica el libro y el libro justifica a la autora. A veces hay que decir muchas cosas para poder decir una sola.
Pero hay, no obstante, algo más. Ahí está Witold Gombrowicz. Que era polaco, no entrerriano, que nada tuvo que ver con Emma Barrandéguy, pero fue amigo de Mastronardi. Dice Barrandéguy: “Gombrowicz, por su don de gentes, encuentra, ya viejo, su compañera. Mastronardi, por su idiosincrasia, culmina su vida en un geriátrico”. El libro sigue, pero en verdad concluye ahí. Contrastando en la vejez a Gombrowicz con Mastronardi. Porque Gombrowicz atina a declinar “su desprecio o su autoritarismo con las mujeres”, cede y se casa, termina bien. En cambio, Mastronardi no afloja, no afloja ni en el final, ya viejo sigue aferrado a su escudo, ya viejo aún se empeña y se ufana. Y Emma Barrandéguy se da el gusto de redondear con acidez su esmerado esbozo biográfico: Mastronardi termina solo en un geriátrico. Solo: solo como en la mesita del rincón de la entrada del Hotel Castelar.
La última página de este libro está dedicada a un “Recorrido Gombrowicz”: Maloszyce, Varsovia, Buenos Aires, Berlín, París, Vence. Mastronardi ni figura.