Una lógica nueva para el cuento
Por Gabriela Cabezón Cámara
Miércoles 09 de noviembre de 2016
El texto que se leyó en la presentación de Villa del Parque, de Jorge Consiglio: de romper la cadena de las relaciones lógicas y de construir miradas punk, por fuera del sentido y del deseo común, lo acusó la autora de La virgen cabeza esa tarde.
Por Gabriela Cabezón Cámara.
Lo que les voy a contar es una experiencia: la de leer Villa del Parque de Jorge Consiglio un mediodía de sol, tomando una limonada y mirando el mar. Fue una experiencia tan luminosa como su escenario.
“Mi amor, mirá lo que hace este hijo de puta”, me salió así la expresión de felicidad, poco técnica, digamos, pero alcanzó para que Gaby deje sobre la mesa el libro que estaba leyendo y me escuchara. Eso fue antes de sacarme Villa del Parque de las manos.
Lo que hace este hijo de puta es construir con su lengua delicada y precisa, de esas que con casi nada traman universos y personajes complejos, una lógica nueva para el cuento. Les dejo acá un ejemplo de la prosa austera de Jorge: “Ascárate era el líder. Detrás de él se ordenaba el mal. Andaba con los dientes desordenados y amarillos. Como todo caudillo, era extraordinariamente gregario. En el tono de su voz había un esmalte castrense. En todo momento, se movía en la certidumbre”. Impecable, ¿no es cierto?
Hablaba de la lógica de la narración consigliana. Es una lógica a contracorriente. Por lo menos en nuestro país, hoy, cuando están apareciendo libros de relatos muy hermosos, pero signados por la misma clase de secuencialidad. Lo de Jorge está un poco corrido de ahí, un poco lejos del cuento que podríamos denominar orgánico, limpio, redondo, donde un hecho sucede al otro en un sistema de racionalidad en el que cabe la sorpresa pero casi sólo en forma de remate inesperado; donde si se comienza relatando una reunión de cazadores difícilmente se termine relatando una escena sin reunión, ni cazadores ni presas ni armas ni sangre ni corridas en un campo. Podría tomar como ejemplo el primer cuento, “Diagonal Sur”. Ya desde el título, la elección de una calle que corta la cuadrícula de nuestra ciudad, se marca la ruptura. Arranca, el cuento, con la llegada en 1912 de un buque mercante a Buenos Aires, un poco como si hablara de una segunda fundación. No la de Borges y los barquitos pintados que vinieron a fundarnos la patria, sino la de muchos de nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos: la los inmigrantes que vinieron a, quién sabe, hacerse la América, fundarnos la familia, no sé, pero en todo caso a realizar misiones un poco menos épicas que fundar patrias que ya estaban fundadas. Aunque merecía -y tuvo- esta patria batallas alrededor de la forma que tendría. Perdimos, abuelo, nos están dando con todo.
Pero volvamos al texto: de ese buque mercante baja un polaco joven. Y lo que sigue es una pequeña biografía que parece ir hacia el formato self made man. Pero no: la carrera, en el cuento, de Czcibor Zakowicz, pierde su lugar en el relato, se desvanece. Es que a los 45 años le empiezan a crecer muchos pelos en las cejas y eso lo perturba. ¿Qué pasó con esa empresa que había logrado construir nuestro polaco? No sabemos. Lo siguiente que se nos relata es que uno de sus nietos, Anatol, tendría el mismo problema, una exuberancia capilar en las cejas, a los 50 años. Al hombre primero lo perturba el fenómeno, más luego se resigna y sí, las cejas tampoco serán el eje del cuento. Es bueno para los negocios Anatol. Decide usar su nombre como marca: “Fue el término ideal para combinar lo simple con lo desacostumbrado, dos factores decisivos para vender propiedades en los barrios de moda. Anatol, casado con una mujer blanquísima, entiende como nadie el secreto de su época, su esencia voluble. El logo de su empresa, por ejemplo, está diseñado sobre la base de un ex libris danés del siglo XIX intervenido con letra Garamond: la eficacia de extremar el artificio; esto implica la estética del desafío, la bravata. Todo como una gran y efectiva mascarada. Nada se le oculta al cliente, nada, ni siquiera su condición de imbécil.” No se priva, Consiglio, de criticar la cultura contemporánea. Y nuestra penosa identidad de consumidores. Una vez acá, ya olvidadas las cejas desbordadas, el lector vuelve a esperar el relato de la biografía del hombre de negocios, uno de los héroes, lo digo sólo en el sentido de sobresaliente, de biografía que genera interés en tanto forma parte, es ahí en la entraña del poder. Y una vez más nos deja pagando: una mudanza, traslada sus oficinas al edificio Bencich, desplaza la narración a otros asuntos. Es que la vista de su despacho lo pierde a Anatol. “Vive con los ojos clavados en las cúpulas de los otros edificios: la neocolonial del Banco de Boston, la geométrica de La Equitativa del Plata, la neoclásica del otro Bencich; al sur, la torre de la Legislatura y, al oeste, los perfiles del Palacio Barolo y el Congreso Nacional”. ¿Devendrá artista pintor de paisajes, Anatol?, ¿se comprará todas las cúpulas?, ¿empezará a escribir poemas urbanos? ¿Las cejas le impedirán disfrutar de sus ventanas y se volverá loco? No, no, no y no: y no les voy a contar más, creo con esto alcanza para hacerse una idea de cómo avanza este relato, fuera de las relaciones de causalidad que dominan en el cuento argentino contemporáneo. Una hipótesis: el eje del cuento es la ciudad. El puerto, Diagonal Sur, el cielo lleno de cúpulas, la avenida que la sigue. No sé. Pero la ciudad está ahí como un campo de fuerza. Actúa, inquieta.
Entonces es esto, romper la cadena de relaciones lógicas, una de las cosas que hace este hijo de puta. Pero no sólo eso: también construye miradas punk, por fuera del sentido y del deseo común. El cuento “Jessica Galver” se despliega en dos voces cercanas que rodean al lector como los médicos rodean el cuerpo de esa mujer de 207 kilos que no se mira con compasión sino con admiración. Y deseo.
Algo de eso, mucho, más bien, del deseo, de su espiralado devenir, de su irrupción inesperada, del cuerpo y sus apetitos y desmayos, tiene la lógica de los relatos de Jorge: el texto va para donde las palabras desean. El autor se configura a la manera de un surfer: navegará la ola y el bucle de la ola y nos permitirá verla en todo su esplendor.
Creo que eso es la literatura, una ola y eso los buenos autores, surfers. Y el hijo de puta de Consiglio es uno de los mejores. Salud.