Editorial

Maeve Brennan redescubierta

Compartimos un extracto del prólogo con que Jorge Fondebrider, traductor de los cuentos de la autora irlandesa, la presenta en El jardín de rosas (Eterna Cadencia Editora).



Por Jorge Fondebrider.






The New Yorker


Para 1949, Maeve Brennan, con su ingenio, su pluma y su increíble belleza había logrado llamar la atención de muchos. Entre otros, de William Shawn, quien había comenzado en The New Yorker en 1933, ascendiendo paulatinamente hasta ser su editor general entre 1952 y 1987. Lo primero que le encomendó a Brennan fueron notas sobre moda, publicadas sin firma, y algunas reseñas bibliográficas. Pero, en diciembre de 1950, Brennan publicó en Harper’s Bazaar el cuento “The Holy Terror” (“El terror sagrado”) y entonces las cosas cambiaron para siempre, primero porque la redacción de The New Yorker –mayoritariamente masculina– comenzó a tomarla en serio; luego, porque a partir de 1952, a instancias de William Maxwell (1908-2000), novelista y editor literario de The New Yorker entre 1939 y 1975,¹² y, más adelante, mentor y amigo íntimo de Brennan, empezó a publicar sus cuentos regularmente; finalmente, porque entre 1953 y 1968, le hizo lugar a sus crónicas y observaciones sociales en la sección “The Talk of the Town” –hasta entonces reservada a los hombres–, con el seudónimo de “The Long-Winded Lady” [cuya traducción podría ser “La dama prolífica” o “La dama que se va por las ramas”]. El nombre que se escondía detrás de ese seudónimo sólo fue público en 1969, cuando el mismo Maxwell ordenó esas crónicas en un primer volumen publicado por la prestigiosa editorial Charles Scribner’s and Sons.


Evidentemente, el talento, la elegancia y la belleza de esta irlandesa joven e independiente –a quien más tarde Maxwell iba a calificar como “ingeniosa sin esfuerzo”– cautivó a no pocos miembros de la redacción; entre otros, a St. Clair McKelway, escritor y editor en jefe de The New Yorker, un hombre a quien muchos describen como encantador y alcohólico perdido. Divorciado en tres ocasiones, Brennan fue su cuarta esposa. Así, en 1954, a sus 37 años, se fue a vivir con él a Snedens Landing (hoy Palisades), un barrio cerrado cerca de Orangetown, en el condado de Rockland, Nueva York, al que se identifica con el Herbert’s Retreat de las ficciones de la escritora. Allí vivió el matrimonio hasta 1959, fecha en que, al cabo de una separación amigable, la escritora regresó a Manhattan, divorciada y ya alcohólica.


La errancia


Desde su regreso, Brennan nunca vivió por mucho tiempo en el mismo lugar. A veces pasaba temporadas en el Algonquin Hotel, en el Midtown de Manhattan, y, en otras ocasiones vivía transitoriamente en hoteles más modestos o alquilaba brevemente departamentos que rápidamente abandonaba. Luego, durante los inviernos, alquilaba una casa en East Hampton, donde se quedaba sola, con la excepción de Bluebell, su perra Labrador negra, y varios gatos. La crítica se ocupó largamente de los continuos cambios de domicilio de Brennan. Por caso, según comenta Jane Hu, “Gardner Botsford, editor veterano de The New Yorker, recordó que cuando Brennan se mudaba, podía, como la Big Blonde del cuento de Dorothy Parker,¹³ transportar toda su casa, todas sus pertenencias y sus gatos, en un taxi”.¹⁴


Otros estudiosos de la vida y obra de Brennan llamaron la atención sobre el tránsito de ida y vuelta entre Nueva York y Dublín de la escritora, donde en algunas oportunidades visitó a sus padres. Por su condición de irlandesa no fue entonces difícil adscribirla a la omnipresente diáspora de los habitantes de ese país que, en muchos casos, se equiparó con el exilio. Por ejemplo, Heather Ingman escribió: “En el exilio, Brennan, al igual que Joyce, recreó sin cesar las mezquinas limitaciones sociales y el descontento espiritual del Dublín de los años veinte en el que había crecido”.¹⁵ Con esa misma lógica, Kathleen Hill, en un muy bello ensayo, señala: “Exiliada cuya imaginación nunca abandonó su tierra natal, Maeve Brennan se encontraba en perpetuo tránsito. No eligió emigrar, aunque con el tiempo lo hizo. No habría abandonado Irlanda a los 17 años si le hubieran dado la opción, y sin embargo, en su edad adulta, no eligió regresar. Una persona desplazada, siempre en territorio provisional. Al escribir sobre la ciudad de Nueva York, se describió a sí misma como una ‘viajera residente’. Se quedaba por un período, lista para partir. […] Con el tiempo, la condición de viajera de Maeve Brennan se había convertido en un hábito, una preferencia, una identidad. Pero en un tiempo hubo un hogar, una dirección fija en el número 48 de Cherryfield Avenue. Perdido, sólo podía ser recordado”.¹⁶


Mucho antes de todas estas elucubraciones, Maeve Brennan, en The Visitor, novela publicada póstumamente, había anotado: “El hogar es un lugar en la mente. Cuando está vacío, inquieta. Inquieta con el recuerdo, los rostros, lugares y tiempos pasados. Desobedientes, surgen las imágenes queridas y reflejan el vacío”.¹⁷


Los libros publicados en vida


A mediados de la década del sesenta, la muerte de su padre y, poco después, la de su amada Bluebell, la sumieron en un proceso de ensimismamiento. Era una mujer sola, de mediana edad, que se mudaba, de una pensión a otra, sin solución de continuidad y que, en cierta forma, iba perdiendo el vínculo con la realidad. Así, empezó a tener dificultades para escribir regularmente. No obstante, la intervención de William Maxwell –quien recopiló artículos y cuentos previamente publicados– hizo posible la aparición de dos libros, lo que le valió el reconocimiento de algunos colegas estadounidenses.


El primero corresponde a sus cuarenta y siete columnas de la sección “Talk of the Town”, que, entre 1954 y 1968, firmó, como se dijo, con el seudónimo The LongWinded Lady. Son observaciones personales, satíricas y, por momentos, levemente crueles, que, con la forma de cartas o viñetas, dan cuenta de diversos aspectos de la vida y costumbres de los habitantes de Nueva York. Todo cabe, una conversación entre dos mujeres ricas, un viaje en taxi, lo que se ve desde las ventanas de un restaurante, la descripción minuciosa de un personaje. El volumen se llamó The Long-Winded Lady: Notes from The New Yorker (1969) y sólo con su publicación se supo que detrás del seudónimo estaba Maeve Brennan. John Updike, en su comentario sobre esas crónicas para la revista The Atlantic señaló: “está constantemente alerta, con la mirada penetrante de un gorrión, para captar las migajas del acontecer humano, lo oído, lo vislumbrado y lo adivinado, que constituyen la diversión más económica del solitario habitante de la ciudad”.


Brennan, en el prefacio de ese volumen, habla de sí misma en tercera persona y, entre otras cosas dice: “Creo que esta mujer que se va por las ramas es real cuando escribe aquí sobre algunos de los lugares que vio en la ciudad que ama. De hecho, declara su amor por la ciudad en una oda al ailanto, el árbol de jardín de Nueva York, que aparece como un fantasma, como una sombra, más allá del vacío dejado por las viejas casas de piedra rojiza que hablan de supervivencia y de cosas cotidianas: ‘Nueva York no hace nada por quienes la amamos, excepto infundir en nuestros corazones una nostalgia que nos desconcierta hasta que nos alejamos de ella, y entonces comprendemos por qué estamos inquietos. En casa o afuera, extrañamos Nueva York no porque sea mejor ni peor, sino porque la ciudad nos sostiene y no sabemos por qué’”.¹⁸


En cuanto a los cuentos, mucho de lo publicado durante esos años quedó marcado por la impronta de la Dublín que conoció en su infancia y adolescencia. Según Heather Ingman, “el género que predominó en The New Yorker en la década de 1950 fue la reminiscencia. Los primeros cuentos de Brennan, que trataban sobre su infancia en Dublín, se acomodaron a lo que buscaba la publicación, así como al interés personal de William Maxwell por la ficción autobiográfica. El apoyo de Maxwell fue crucial para la carrera de Brennan como cuentista, y sus preferencias editoriales influyen en la forma de su obra: el énfasis detallado en los lugares donde transcurren sus escritos, por ejemplo, puede haber sido originado en un impulso autobiográfico, pero también queda claro desde el comienzo que concuerda con la insistencia de The New Yorker en que el escenario de un cuento resulte claro desde el primer párrafo”.¹⁹ Tal vez por ello, el dramaturgo Edward Albee la comparó con Flaubert y Chejov.


El primero de los dos volúmenes de cuentos de Brennan fue In and Out of Never NeverLand, ²⁰ que incluye veintidós piezas, divididas en tres secciones: las que protagoniza la perra Bluebell, que tienen lugar en las playas de East Hampton, otras vinculadas a la infancia en Dublín y, por último, algunas de la serie de Martin y Delia Bagot y de Hubert y Rose Derdon, dos matrimonios dublineses, posiblemente inspirados en los padres de la autora, quienes, en palabras de Kathleen Hill, “experimentan recelos, una sensación abrumadora de haber cometido un primer error, de haber perdido un conocimiento crucial que todos menos ellos han captado, y por lo tanto están condenados a la soledad”.²¹ A ese primer volumen debe sumarse Christmas Eve,²² que incluye otros trece cuentos, algunos de los cuales fueron posteriormente republicados en The Rose Garden.


A pesar de los buenos comentarios, los libros se agotaron sin ser reeditados. Tampoco llegaron a Gran Bretaña o a Irlanda.





Los últimos años


En los años setenta, Brennan empezó a tener comportamientos anómalos, como por ejemplo repartir el poco dinero que tenía entre indigentes. Los acreedores y las deudas entonces se multiplicaron. Su situación se degradó a tal punto que, por temporadas, pasó a vivir en una pieza minúscula al lado del baño de las oficinas de The New Yorker. Finalmente, sobrevino una crisis nerviosa por la que fue hospitalizada. Logró reponerse brevemente y visitó Irlanda, con la hipotética expectativa de instalarse allá, pero tampoco se halló.


Su vuelta a Nueva York terminó por desestabilizarla. En cierta forma, ya no tenía patria. Su comportamiento se volvió errático y, poco a poco, ella misma se convirtió en una marginal. Por fin, en la década de 1980, fue internada en un asilo de ancianos donde iba a permanecer hasta su muerte.


Cinco años más tarde, apareció en Irlanda uno de los primeros artículos sobre Brennan. Lo firmaba el escritor y periodista Fintan O’Toole, quien dijo: “A pesar de su deslumbrante éxito, es evidente que no se sentía cómoda ni en Irlanda ni en Estados Unidos. A pesar de su potencial como escritora de ficción, sólo podía escribir sobre Irlanda, un país donde no tenía lectores. No podía ser ni una escritora irlandesa ni una estadounidense. ¿Es tan sorprendente que su maravillosa imaginación finalmente se viera frustrada por la psicosis?”.²³


Maeve Brennan redescubierta


Según señala Kathleen Hill, “Christopher Carduff, editor principal de Houghton Mifflin a fines de la década de 1980, se topó por casualidad con la obra de Brennan y, como él mismo lo expresó, se enamoró de la autora y se propuso publicarla en su totalidad,incluyendo The Visitor, la novela corta recientemente descubierta. En 1997, por primera vez, los relatos de los Derdon y los Bagot pudieron leerse en secuencia al aparecer en The Springs of Affection: Stories of Dublin. William Maxwell escribió un prólogo para el volumen. Una de las muchas escritoras que aplaudió la publicación fue Mavis Gallant: ‘Cómo y por qué se permitió que la voz de estos relatos dublineses se perdiera de vista es uno de los enigmas literarios. Ahora, The Springs of Affection la recupera, como un favor para todos nosotros, y es tan verdadera y evocadora como antes’”.²⁴ Asimismo, esos textos fueron respaldados por Alice Munro y Edna O’Brien. Luego, en 1988, se reeditó una edición ampliada de The Long-Winded Lady: Notes from The New Yorker. Posteriormente, llegó el turno de The Rose Garden: Short Stories y de The Visitor –la novela previamente citada–, ambos volúmenes de 2000.


Luego, en 2004, Angela Bourke publica Maeve Brennan: Homesick at The New Yorker, una biografía de la escritora y, una década más tarde, la editorial irlandesa The Stinging Fly Press publicó finalmente sendas ediciones de The Springs of Affection y de The Long-Winded Lady: Notes from The New Yorker, con prólogos de las escritoras Anne Enright y Belinda McKeon, respectivamente. De este modo, el público irlandés descubrió la existencia de esta gran escritora.


Casi simultáneamente, Maeve Brennan fue traducida al castellano. Primero fue la novela De visita, en versión de Ana Nuño López (Barcelona, Lumen, 2005). Posteriormente, Crónicas de Nueva York, con traducción de Isabel Núñez (Barcelona, Ediciones Alfabia, 2005). Algo después, Las fuentes del afecto: cuentos dublineses, nuevamente con traducción de Isabel Núñez (Barcelona, Ediciones Alfabia, 2012). Estos dos últimos títulos fueron luego recogidos en un solo volumen titulado De Dublín a Nueva York, con las mismas traducciones de Isabel Núñez (Barcelona, Malpaso, 2019). Se suma ahora El jardín de rosas, en mi traducción (Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2025), volumen que reúne los cuentos publicados en 1969 y nuevos materiales posteriormente encontrados.


Por lo dicho, corresponde aquí advertir al público que ninguno de los libros de Brennan fue orgánicamente estructurado por ella, sino por sus varios editores. Por eso, en más de una oportunidad, los cuentos que ocurren en Herbert’s Retreat o los que tienen como protagonista a la perra Bluebell repiten la presentación de los ámbitos en que transcurren, lo cual se debe al tiempo que medió entre la publicación de cada relato en la revista The New Yorker. Es un modo de recordarles el contexto a los lectores, y esta publicación, ateniéndose al original en inglés, respeta rigurosamente esas introducciones








¹² Para que se tenga una idea aproximada de la importancia de su trabajo, durante sus años de editor, además de a Maeve Brennan, Maxwell publicó a Vladimir Nabokov, Frank O’Connor, John Cheever, Mavis Gallant, J. D. Salinger e Isaac Bashevis Singer, entre muchos otros.


¹³ La escritora estadounidense Dorothy Parker (1893-1967) publicó su cuento “Big Blonde” en 1927. Para mayores datos, narra la vida de una tal Hazel Morse, cuyas expectativas sociales, la desilusión personal y la búsqueda de una felicidad efímera concluyen en la depresión y el alcoholismo.


¹⁴ Jane Hu, “A Maeve Brennan revival”, artículo publicado en The New Yorker, 18 de marzo de 2014.


¹⁵ Heather Ingman, A History of the Irish Short Story, Cambridge, Cambridge University Press, 2009.


¹⁶ Kathleen Hill, “Maeve Brennan: On the Life of a Great Irish Writer, and Its Sad End”, en Nine Irish Lives: The Thinkers, Fighters, and Artists Who Helped Build America, editado por Mark Bailey, Carolina del Norte, Algonquin Books, 2018.


¹⁷ Maeve Brennan, The Visitor, Dublín, New Island Press, 2000


¹⁸ Maeve Brennan, The Long-Winded Lady: Notes from The New Yorker, Nueva York, William Morrow and Company, INC, 1969.


¹⁹ Ingman, ob. cit.


²⁰ Maeve Brennan, In and Out of Never Never Land, Nueva York, Scribner’s Sons, 1969.


²¹ Hill, ob. cit.


²² Maeve Brennan, Christmas Eve, Nueva York, Scribner’s Sons, 1974.


²³ Fintan O’Toole, “No Fairy Tale Ending to a Writer’s Life in New York”, en The Irish Times, 2 de enero de 1998.


²⁴ Hill, ob. cit



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