Editorial

Veintiún placeres de traducir (y un rayito de luz)

La gran Lydia Davis regresa a Eterna Cadencia Editora con el segundo tomo de sus ensayos, del que tomamos este extracto.



Por Lydia Davis. Traducción de Eleonora González Capria.



Los problemas de traducción con los que más se lucha, esos para los que no encontramos jamás soluciones satisfactorias, nos acompañan un buen tiempo, se los puedo asegurar. Un día de junio, varios años atrás durante un viaje a Francia, algunas de mis amistades de allá me llevaron a una cata de vinos en la población borgoñona de Beaune, al sur de Dijon. Durante la cata, nos dijeron que debíamos mâchez le vin; ahora no recuerdo si fue mientras todavía lo estábamos paladeando o después de que lo habíamos tragado o escupido. Eso sí, apenas se articuló la frase, mis antenas de traductora se activaron y entré de inmediato en modo de alerta: el uso del verbo mâcher, “masticar”, para referirse a algo que en realidad es imposible de masticar era un problema que me había llevado horas cuando estaba traduciendo Madame Bovary más o menos siete años antes. La palabra aparece casi al comienzo de la novela, cuando al menos Charles Bovary todavía es feliz en su matrimonio, y Emma aún no lleva una vida del todo aburrida o infeliz. Es un pasaje que ilustra muy bien el antirromanticismo de Flaubert:


Et alors, sur la grande route qui étendait sans en finir son long ruban de poussière, par les chemins creux où les arbres se courbaient en berceaux, dans les sentiers dont les blés lui montaient jusqu’aux genoux, avec le soleil sur ses épaules et l’air du matin à ses narines, le coeur plein des félicités de la nuit, l’esprit tranquille, la chair contente, il s’en allait ruminant son bonheur, comme ceux qui mâchent encore, après dîner, le goût des truffes qu’ils digèrent.

Y así lo traduje yo:

And then, on the road stretching out before him in an endless ribbon of dust, along sunken lanes over which the trees bent like an arbor, in paths where the wheat rose as high as his knees, with the sun on his shoulders and the morning air in his nostrils, his heart full of the joys of the night, his spirit at peace, his flesh content, he would ride along ruminating on his happiness, like a man continuing to chew, after dinner, the taste of the truffles he is digesting.¹


A mí me gusta mantener el orden de las palabras y el orden de las ideas del original, siempre que sea posible. Flaubert termina ese párrafo, por lo demás lírico, con las palabras truffes y digèrent; en otras palabras, ese clímax retórico, al describir la plácida y sensual felicidad de un hombre enamorado, termina con una referencia a la digestión y a un hongo negro que huele mal. Es algo típico de Flaubert, a quien le divierte producir un efecto literario tradicional, sea romántico o sentimental, y después, cuando ya entramos en aquel trance, obligarnos a volver a la realidad de un porrazo con una imagen mundana, preferiblemente terrenal: las trufas en esta escena, las papas en otra.

Sin embargo, el problema fue, para mí, la palabra mâchent, que traduje como “chew”. Por supuesto, quería conservar la idea de masticar, ante todo porque sigue al simpático “ruminating”, que no solo es una palabra adecuada para las divagaciones de Charles mientras deambula a caballo, sino otra referencia velada a uno de los campos semánticos favoritos de Flaubert para las metáforas (el bovino), que aparece repetidamente en su obra, incluso en los nombres de algunos personajes, como Bovary y Bouvard. 

Pero ¿cómo se mastica un sabor?

Lo que no hice, durante la cata de vinos en Beaune, y me causó una cierta cuota de insomnio una vez que regresé a casa, fue preguntarle al profesional que nos estaba acompañando en el recorrido cómo traduce él mâcher al inglés, para los turistas angloparlantes, porque ya debe haber una traducción extendida, al menos en el mundo de la cata de vinos.

Igualmente, la experiencia respondió una de las preguntas: la palabra mâcher, a diferencia de “masticar”, puede usarse para algo que, en mi opinión, no se mastica.

Al traducir, nos planteamos una pregunta, o el texto nos la plantea; no hay una respuesta satisfactoria, aunque escribamos algo en un papel y después, años más tarde, se nos aparezca la respuesta. Sin duda, nunca olvidamos la pregunta.

Yo tuve dos ocupaciones, y preocupaciones, literarias durante toda mi adultez, ambas evidentemente necesarias para mí, cada una probablemente capaz de potenciar a la otra: la escritura y la traducción. Y acá está una de las diferencias entre las dos: en la traducción escribimos, sí, pero no solo escribimos; también resolvemos, o intentamos resolver, un problema determinado que no es de nuestra propia creación. No es posible eludir el problema, como sí lo es en nuestros propios textos literarios, y quizás después nos persiga como una presencia fantasmagórica.

Entonces, los siguientes serían los dos primeros placeres de traducir: 1) el placer de escribir; y 2) el placer de resolver un rompecabezas.






¹ “Y entonces, sobre la ruta principal que extendía sin fin su larga cinta polvorienta, por los caminos vacíos donde los árboles se curvaban como bóvedas, en los senderos en los que los trigales le llegaban hasta las rodillas, con el sol sobre los hombros y el aire de la mañana en las narinas, el corazón pleno de las dichas nocturnas, el ánimo tranquilo, la carne contenta, se alejaba rumiando su felicidad, como aquellos que, después de la cena, siguen mascando el gusto de las trufas que digieren”. [Todos los fragmentos de Madame Bovary corresponden a la traducción de Jorge Fondebrider (Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2014)]. [Todas las notas son de la traductora].Sin embargo, el problema fue, para mí, la palabra mâchent, que traduje como “chew”. Por supuesto, quería conservar la idea de masticar, ante todo porque sigue al simpático “ruminating”, que no solo es una palabra adecuada para las divagaciones de Charles mientras deambula a caballo, sino otra referencia velada a uno de los campos semánticos favoritos de Flaubert para las metáforas (el bovino), que aparece repetidamente en su obra, incluso en los nombres de algunos personajes, como Bovary y Bouvard.

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