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Rodrigo Fresán: el joven narrador

Sobre Historia Argentina

"Es como si hubieran puesto a Borges, Bioy Casares, Kurt Vonnegut, Nabokov, las revistas de actualidad, la televisión, las películas viejas y todos los jóvenes escritores argentinos desde que el mundo es tal en una licuadora y lo hubieran servido todo en un alto vaso de vidrio transparente, con hielo".

Por Luciano Lamberti.

Este es la novedad de un narrador joven. Solo que no es una novedad, fue publicada en 1991, es una recopilación de cuentos que se llama Historia Argentina, y el narrador en cuestión se llama Rodrigo Fresán y nació en 1963, lo que le da una edad aproximada de 54 años, nel mezzo del cammin di nostra vita, según las expectativas de longevidad contemporáneas. Ha publicado otros, muchos, libros desde aquella bomba inicial, pero como lo dice él mismo en las efemérides finales, este es el germen de todo, la semilla de que nacería y crecería el árbol Fresan, autor más leído en España que en Argentina.

Es un libro de 1991, sí, pero es el espíritu el que vale y aquí el espíritu es joven, muy joven, levanta la bandera de la juventud como un estandarte de guerra, quiere ser el escritor más joven de su generación, y lo hace. Es el más joven, incluso, de la generación siguiente, y de la otra, y de la otra. Es más joven que los herederos de los 80, que en los 90 tenían caspa y mucho cansancio, y más joven que lo que se escribe hoy, novelas realistas que parecen malas copias de Silvina Bullrich.

¿Por qué es joven, por qué más joven que lo que hoy se escribe? Sus personajes hablan por teléfono de línea, no tienen Facebook ni ninguna red social, no debería ser así. Pero es joven la mirada del narrador, es joven por la atmósfera pop del libro, es joven porque sus personajes son todos bufones alegres en medio del Gran Desastre, es joven porque se toma con irreverencia y desparpajo temas como la Guerra de Malvinas o la Dictadura, hace una comedia (una comedia aterradora) y es más efectivo que el más efectivo libro llorón sobre esos temas, es joven porque quiere decirlo todo (y solo un joven puede querer decirlo todo) y es joven porque es original y divertido y porque nadie en ese momento estaba escribiendo así. Es como si hubieran puesto a Borges, Bioy Casares, Kurt Vonnegut, Nabokov, las revistas de actualidad, la televisión, las películas viejas y todos los jóvenes escritores argentinos desde que el mundo es tal en una licuadora y lo hubieran servido todo en un alto vaso de vidrio transparente, con hielo.

Leído en ese momento, debe haber sido el equivalente a un palazo en la cara para la mayor parte de los escritores, jóvenes o no. Gracias a este libro es que se inventó la denominación de joven narrador, o gracias al nuevo Boom Latinoamericano de libros como este, como los de Fuguet, como los de Ray Lóriga (y siguen las firmas) todos incluidos en esa antología que se llamó MacOndo, escrita en contra (y sobre todo, a favor) del realismo mágico que había convertido a Latinoamérica en una suerte de continente salvaje for export.

¿Historia argentina es una novela o una suma de cuentos con una columna vertebral? No lo sabemos, no importa. Los personajes que aparecen y desaparecen y vuelven a aparecer cincuenta páginas más allá se proponen entender el duro caos en el que vivimos los argentinos, que sigue siendo duro y sigue siendo caos, como si las preguntas que el libro hace o deja que el lector haga por él. La pregunta por la identidad de lo argentino, debidamente formulada primero como tragedia y después como comedia, esa vieja pregunta perimida que solo la literatura tiene el estatuto moral para hacer. ¿Qué es ser argentino? ¿Qué nos diferencia como tales de otros países? O como la pregunta inicial de Respiración artificial, de Piglia: “¿Hay una historia?”.

Hay una historia, contada por un bufón lleno de ruido y de furia en medio de una cocina inglesa al momento de la guerra de Malvinas. Lo que este libro parecía decirnos en aquella época, y vuelve a decirnos hoy, es que la historia es una suma de fragmentos inconclusos como las partes que no encajan de un rompecabezas, que la historia la cuentan los que pierden, que nunca vamos a entender nada y que en esa confusión se juega el valor.

En Puctum, de Martín Gambarotta, quizás el mejor poema de los años 90, se fusila a un joven narrador argentino (“uno de estos jóvenes narradores actuales con uniforme de la Marina”) y se festeja con los fusiles en alto recordando a los compañeros caídos. En el contexto menemista, era una buena venganza para esos escritores que reciclaban el espíritu frívolo de la época en sus libros.

 

 

 

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