Ramón Ayala: "La música es el gran misterio"
Con libro de poemas y relatos nuevo
Martes 13 de noviembre de 2018
“Este es un libro de amor”, dirá sobre Poemas, cuentos y relatos del camino, reunidos por la editorial de la Universidad Nacional del Sur, con ilustraciones de su cosecha, que se presentará el próximo domingo 25 de noviembre a las 19hs en La Cúpula del CCK. Una entrevista que repasa la vida del cantautor, pintor, viajero y escritor misionero de 91 años, que además, advierte, está por sacar disco nuevo cargado de inéditos.
Entrevista y fotos Valeria Tentoni.
Un grandísimo ventanal de vidrio repartido deja entrar la luz de la mañana, toda entera, en la cocina, y alcanza a una de las mujeres que pintó Ramón Ayala: vestida de rojo, el pelo negro y largo cayéndole por la espalda, lleva en perfecto equilibrio una canasta con frutas en la cabeza. Podría ser una de las mujeres que el cantautor, escritor, poeta y pintor (nacido en Garupá, Misiones, en 1927) vio desfilar en su infancia por la tierra roja, entre la “materia alucinante” de la selva.
“Este es un libro de amor”, dirá sobre su última publicación: Poemas, cuentos y relatos del camino, reunidos por EdiUNS. El tomo, como otras veces, viene ilustrado con dibujos también de su cosecha, hechos directamente a pluma. Siempre en paralelo a su música -infinitamente versionada, hasta convertirlo en uno de los referentes musicales populares ineludibles de Sudamérica– y a la pintura, estuvo la escritura. Confesiones a partir de una casa asombrada se publicó por Editorial Serapis en 2015, pero además publicó Cuentos de tierra roja, Juan de los caminos, Desde la selva y el río, Las historias de la abuela o la Guerra Grande (un tomo sobre la historia de la Guerra de la Triple Alianza, que le llevó una década completar) o Génesis del gualambao, (libro sobre el género musical que él mismo inventó para representar a su tierra).
Con 91 años, “el mensú” advierte que está por sacar un disco nuevo. Y que casi todas son obras inéditas. Ayala es, además, un viajero. Ha recorrido enormes extensiones de Argentina, pero también del resto del mundo. Antes de publicar su primer disco en 1976, ya se había pasado una década nómade, tocando lugares como España, Italia, Rumania, Uganda, Tanzania, o las islas de los pescadores de perlas en el golfo Pérsico. La guitarra, “esa alfombra mágica”, como la llamó, volverá a repartirlo por escenarios entonces.
Tenés una vida extraordinaria, ¿se podría decir eso?
Bueno, extraordinaria... Yo creo que es una vida natural. Creo que así debe ser el hombre: amar la naturaleza, quererla, tratar de sacar de ella lo más expresivo, lo más profundo. Y devolverla en obras. Porque la naturaleza no habla, ella hace. Nosotros somos los que tenemos que transformar las mudas palabras de ella. ¡Qué maravilla!
Este libro nuevo incluye poemas y cuentos, y no son los primeros para nada. Además de hacer música y pintar, escribís. ¿Cuándo sentiste el primer llamado de esta tarea de transformación?
Hay que ser un gran observador en la vida. Es decir: amar a la naturaleza, no ser un prisionero de ella, sino un portavoz de la naturaleza. Entonces, con ese criterio, vos estás siempre abierto a las voces naturales. Y estás recibiendo sus mensajes. No rechazarlos, ni verlo difícil. ¿Cómo no vas a recibirlo? ¿Cómo no vas a ser partícipe de ella? Vos sos un vocero de la naturaleza.
Y esa especie de conciencia de la inmensidad que tienen tu lírica, ¿de dónde viene?
Yo parto del hombre. Ahora, nadie sabe de dónde parte el hombre. ¡Es un misterio tan grande! Tan grande, que todo lo que se ha escrito es rebatible, no creíble: no increíble, no creíble.
¿No extrañás la selva?
Yo no extraño nada, qué notable, che... Mirá que estuve en Asia, África, Medio Oriente... Pero no, no extraño nada.
¿Fuiste a tocar o de paseo?
Nooo, de paseo no, ¡fui a tocar! Y a subsistir.
¿Trabajando como músico siempre?
Sí. Sí. Inexorablemente.
¿Y cómo hacías? ¿Cantabas en español?
Mirá, cantaba en un inglés que únicamente yo entendía.
La guitarra de diez cuerdas, ¿la inventaste vos?
Mirá, la propicié yo. La empujé yo. Y ahí anda la guitarra; tiene admiradores, tiene guitarristas que están locos con la guitarra de diez cuerdas.
¿Cuántas canciones tenés ya? Más de 300, dicen...
No sé ya, tengo muchas canciones. Ni sé yo. Pero ahí están, y están saliendo de a poco. Y las estoy descubriendo de a poco también, porque aparecen por ahí, en un fajo de libros viejos. Están dispersas por ahí.
¿Siempre fuiste tan prolífico?
Siempre algo hago. Siempre cosas positivas, y creo que lindas. O buenas. Pero las voy dejando por ahí.
Sos un artista muy popular, mucha gente conoce tus canciones, las canta. ¿Cuándo te diste cuenta de que esto era así? ¿Te pasó de escuchar una canción tuya versionada por sorpresa?
Sí, y hasta ahora me doy cuenta. Es una satisfacción escucharse en otros labios, en otra gente. En otra gente. Y bueno, es la ley de la vida.
¿Y por qué creés que se desparraman así?
Mirá, debe ser ese toque de sinceridad. Un día aparecen las canciones sinceras, con buena letra, con buena música, y la gente las adopta con cariño. Yo estoy muy feliz, porque soy consciente de que la obra mía es una obra buena. Que la estructura literaria es buena. Y estoy convencido también de que va a perdurar en el tiempo.
¿De dónde vienen las canciones, Ramón?
Es un misterio. No se sabe quién te inspira. Yo suelo ser un poco incrédulo con las diócesis detrás de las nubes, pero respeto mucho todas las creencias… Pero para mí la música es el gran misterio, porque vos podés creer en lo que quieras creer, en lo que puedas creer, pero todo es un misterio. No sé si te pusiste a pensar en que todo es un misterio. Todo, todo. ¡Qué barbaridad!
¿Cuándo conociste la poesía?
Creo que la conocí siempre, desde niño. Desde niño me fui atando a la poesía. Mirá, uno no sabe ni cuándo empieza. Desde que le gusta, es.
¿Siempre escribiste?
Siempre escribí, siempre a la par de la música
Estos poemas, ¿tienen música?
No, son sólo palabras.
En tus letras de canciones das como pinceladas, ¿no?
Sí. Tienen como cuadros adentro.
¿Cuadros impresionistas? Leí que te gustaban los impresionistas, ¿no?
Sí, me gustaban. Pero después no, no. Porque el impresionismo se quedó en el impresionismo, en cambio yo me fui más allá del impresionismo, me pasé de largo del impresionismo. Expresionismo, yo. Y me quedé en la expresión más que en la impresión. Mirá, yo soy un ser humano amante de la síntesis, entonces una de las formas es entrar en el cubismo. El cubismo es pura expresión. Yo ordeno el cuerpo del ser humano como si fuera un rectángulo. Vos mirás esa flor, por ejemplo, y son triángulos y rectángulos. Es una maravilla.
Estudiaste pintura, no sos un improvisado.
Es que yo tengo un poder de captación de los acontecimientos del mundo. ¡Qué bárbaro!
¿Es cierto que te compraste la primera guitarra a los catorce, trabajando en un frigorífico?
Sí. Mirá, tenía un primo con el que vivía; en realidad yo vivía en la casa de él, de su papá. Y mi primo un día me pidió que lo acompañe a comprar una guitarra. Era una guitarra fabulosa, yo nunca había visto una guitarra, nunca había tenido en mis manos una guitarra.
¿Y cómo aprendiste a tocarla?
Yo aprendí a tocar la guitarra de los demás. Entonces iba tomando notas, preguntando mucho. Y siempre fui muy accesible.
Te bautizaste “el mensú”, que es el nombre de un trabajador rural de tus pagos. Tus canciones, muchas de tus pinturas y tus cuentos también tienen como personaje principal al trabajador.
Sí. Yo siempre he tendido hacia el trabajador, a exaltar la imagen del trabajador. Darle voz al trabajador.
El músico también es un trabajador.
¡Pero claro!
¿Es cierto que lo conociste al Che Guevara?
Sí. El Che me dijo: "Ramón, yo he cantado tus canciones en los fogones de la Sierra Maestra". También estaba Salvador Allende.
¿Y cuándo volviste de Cuba te hicieron algo?
No, no me hicieron nada. Porque era peor para ellos, era aseverar el nombre mío o crear un mártir, si me metían un tiro. Fui dos veces a Cuba, la segunda ya muerto el Che.
¿Se puede enseñar a cantar?
Sí, se puede, pero hay que tener vocación natural, y darse cuenta qué es lo malo y qué es lo bueno. La voz cantada tiene que ser distinta a la voz hablada, eso es importante.
“Pero ves, siempre llegamos a un punto que no tiene explicación. Como si te asomaras a un abismo”, dice Ayala después de responder, sentado en su living. Detrás, la escalera que conduce al taller en el que pinta al óleo, rodeado por algunas de sus obras: hay verdes fogosos, aguamarinos, rojos, amarillos. De frente a los escalones, un gran lienzo con una mujer sentada entre el follaje, un cántaro entre sus piernas. Pregunto si estas obras suelen ser prestadas para las muestras, como la que se hizo en el Museo José Hernández. “Esta mujer no: si sale de acá no vuelve”, dice María Teresa, protagonista de los poemas de amor de Ayala en este último libro, y su compañera desde hace casi cuarenta años.
Rodeando una pequeña terraza, que deja entrar una luz enorme, está el taller. Antes de pasar se ve colgada en la pared uno de los retratos que le hizo el fotógrafo Marcos López, también autor de un documental sobre su vida. Una vez dentro, algunos diplomas con reconocimientos, los retratos de sus padres –su padre fue cónsul en Brasil, y con su madre y sus hermanos menores se mudó a Buenos Aires cuando él falleció-.
Los atriles: curiosidad ayaliana, entre los varios de pintura que hay, al fondo de bochinche, también hay uno perdido para partitura. Luego hay mesitas, que son varias también y ofrecen pinceles, óleos. Hacía unos tres años, dice, no pintaba: no es una cosa de todos los días, en su caso. “Yo no soy muy conocido como pintor”, aclara. Secándose en el piso, sobre una tira de cartón, hay una obra mediana, vertical, con cielo de tiras pasteles que van del apenas celeste hasta un rosa cremoso. Podría ser la iglesia de Auvers de Van Gogh, pero es el Museo Castagnino en Mar del Plata.
Ayala se sienta de espaldas a una de sus típicas escenas pueblerinas; las casitas, las figuras diminutas en el camino, el cielo en una implosión verde limón.
¿Hay pingüinos en aquél cuadro?
Sí, es que una vez estuve trabajando solito con mi guitarra en Tierra del Fuego. Ahí vi pingüinos. Qué se yo por donde anduve, ¡únicamente yo sé!
¿Y por qué creés que el verde es el color más fuerte en vos?
No sé si es así. No creo que sea así.
¿Qué color no podrías dejar de pintar?
El violeta. Está en todos lados. Porque el violeta es la descomposición de la luz. Cuando la luz se va apagando, aparece el violeta. Y el amarillo es el equilibrio del violeta, porque se convierte en violeta luego. Mientras tanto es amarillo, camino a ser violeta. Hay colores que son patrimonio de cada uno.
Y palabras. Hay muchas que pusiste en tus canciones que nadie las había usado. “Cachapecero”, por ejemplo.
¿Querés que te diga la verdad? Uno no sabe lo que hay dentro de uno. Ni el por qué de eso. Cada ser humano es un universo. Y por eso yo creo que nunca dos cuadros pueden ser iguales. Uno es el que no es, porque después de un tiempo ya vas a ser otro. Yo nunca pensé que iba a pintar una cara violeta, como esa, por ejemplo.
Hablando de violeta, parecés Violeta Parra, tan hábil en tantas cosas.
Y éramos parejos. Tendríamos que habernos casado. ¡Ahí vienen los locos del color y la música! Yo la conocí a ella, estuvo en un teatro acá, en la calle Corrientes. Fui a saludarla. Ella me dio el teléfono y la dirección y unas notas para su hermano Nicanor, que estaba escribiendo los antipoemas. Yo fui, y entonces él hizo preparar de comer. Gran tipo, muy simpático. Vivía en una especie de cerro.
¿Y a Neruda lo conociste, ya que lo versionaste?
No, no lo conocí personalmente. Pero él me conocía a mí a través de mi música puesta en su poesía.
¿A Horacio Quiroga, que es tu referente en la escritura, lo conociste?
No, no llegué a conocerlo, ¡y lo lamento tanto! Yo tendría que haberlo conocido a Quiroga, porque tengo un espíritu medio quiroguiano. Sí… No se dio. Él era demasiado personal, parece, y demasiado cerrado. Parece que era medio abrupto.
¡Qué suerte que además de todo lo que podés, podés pintar!
Poder hacer lo que uno quiera es lo más hermoso, y te hace ser dueño de la vida. La vida es una. Fabulosa, fulminante. Y pasa como un rayo. Entonces, si no vas a emplear tu vida en vivirla, ¿para qué estás?
Sí, pero no cualquiera, además de tener ideas, puede ejecutarlas.
Es calmarse, primero. No atropellarse. La ambición te nubla. La ambición y la precipitación. En cambio, si vos empezás a apartar las nubes de tu nublamiento, bueno. Empezás a trabajar despacito y vas agarrando velocidad a la medida en que lo necesites. Y vas a lograr mucho con poco. La síntesis, me entendés.