Pasar a la historia
Por Enrique Lihn
Miércoles 13 de enero de 2021
"La historia no es, en la realidad, una divinidad personal. La hacen unos, la padecen otros y registra, indiscriminadamente, lo bueno, lo malo y lo peor". Un brevísimo escrito de Enrique Lihn, tomado de ¿Qué nos ha dado con Kafka?, publicado en Santiago de Chile por Overol.
Por Enrique Lihn.
Me parece que la expresión «pasar a la historia» es ambigua, un caso de homonimia. Se pasa o entra a la historia para quedar en ella. O bien cuando decimos: pasó a la historia, hablamos de algo o alguien al que / a lo que se tragó el olvido.
Quizás este doble sentido tenga un tercer sentido. Uno que pondría en solfa la reconocida afición o el deseo incontenible, a lo Eróstrato, de todos nosotros de figurar en la historia por las buenas o por las malas.
La conciencia de la propia historicidad del hombre de Occidente, presumiblemente aterradora en un principio y fuente de un constante desconsuelo, puede haber sido compensada con una idea de la historia que se parece bastante a la eternidad.
Esa historia hace inmortales a los suyos —a cada cual de acuerdo con el tiempo que le tocó vivir— y así, pues, rescata al sujeto de su disgregación en el tiempo, de su condición meramente fungible.
Aunque en cierta forma la historia es el polo opuesto del mito, existe un mito de la historia: se la supone poblada de acontecimientos permanentes que tienen lugar en un tiempo fuera del tiempo. Ella, en lugar del dios personal y autoritario, reina en un cielo jerárquico que descansa en la memoria de los hombres. Allí a los elegidos como a los mortales invitados de Zeus, se les daría a beber el aperitivo de la inmortalidad.
Ese dios escandaloso, engolosinado con el mundo, le habría venido a la dudosa religión de la historia como anillo al dedo; pero ella ha heredado, en la forma de un tic, el imperativo de perfección moral del cristianismo. Así entre los que pechan por convertirse en personajes históricos, trátese de personas honradas o de animales siniestros, existe la presunción de que la diosa Historia es razonable y premia a los virtuosos. El terrible Bokassa se creía, al menos, Napoleón. Para él, el modelo justificaría los errores de la copia. Y así otros.
La historia no es, en la realidad, una divinidad personal. La hacen unos, la padecen otros y registra, indiscriminadamente, lo bueno, lo malo y lo peor. Se parece más a un basural que al Olimpo. Está llena de monstruos. Debieron recordarlo las mujeres, por ejemplo, que se quejan de su anonimato porque la historia la hacen los hombres. Pues si la historia pasara a la historia y nadie entrase más en ella, ese sería, quizás, el anuncio de tiempos mejores.
[1987]