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Pablo Maurette: "Esta novela es un ensayo por otros medios"

Pablo Maurette

Natalia Gelós entrevistó al autor de La migración (Mardulce) "Los protagonistas de la novela son, antes que nada, lectores", advierte.

Por Natalia Gelós.

 

 

Pablo Maurette sabe habitar la frontera, traficar y cosechar los frutos que ahí crecen. Puede llevar la Divina Comedia a Twitter o pensar el cuerpo desde sus distintos campos de batalla como en La carne viva o El sentido olvidadoEl escritor y docente argentino nacido en 1979 en Buenos Aires actualmente vive en Estados Unidos, Tallahassee, donde enseña en literatura comparada. Desde allá responde por mail sobre su primera obra de ficción publicada, La Migración (Mardulce), sobre las nuevas formas de pensar lo físico en tiempos de pandemia y sobre esa eterna discusión alrededor del límite o el alboroto en el que se encuentran los géneros.

Si podemos reflexionar sobre muchas cuestiones a partir de su novela, que hace pie en una Buenos Aires de 2041, es porque Maurette maneja con destreza un modo de linkear ideas hasta volverlas una telaraña suave y compleja, telaraña que se teje línea a línea y que cuando nos damos cuenta ya nos envolvió. Este es el resultado de un ida y vuelta de mails que intentaron convertirse en una conversación.

 

¿Cómo fue para vos incursionar en la ficción? ¿Era una materia pendiente? ¿Se impuso la historia y te llevó para ahí?

Publicar algo de ficción era quizá una cuenta pendiente, pero eso es porque siempre, desde que empecé a escribir, escribí ficción; muchos cuentos, primero, e incluso una novela. Todo material que nunca publiqué porque no me parece que tenga valor literario alguno. Entiendo al ensayo y a la ficción narrativa como géneros que se entremezclan, y de alguna manera esta novela podría ser entendida como un ensayo llevado hasta las últimas consecuencias, liberado completamente de toda obligación para con la realidad "objetiva" (si es que tiene sentido hablar así) y para con la historia.

En las primeras líneas de La migración se mencionan los parásitos del almohadón de plumas y es imposible no pensar en Quiroga. ¿Fue tu modo de hacer un guiño? ¿Con quiénes dialogabas al hacer la novela?

Claro, es una referencia muy explícita a "El almohadón de plumas". Te diría que es casual en el sentido de que no fue pensada con un objetivo concreto de posicionamiento dentro de una tradición, ni mucho menos. Aunque, por supuesto, muy posiblemente lo sea. De ser así, la referencia estaría marcando al texto de entrada como un experimento en la intertextualidad. Los protagonistas de la novela son, antes que nada, lectores, de modo que referencias como esta están dirigidas a ese otro lector, el lector de la novela, que seguramente leyó el cuento de Quiroga. Debo decir también que cuando empecé a escribir la novela acababa de traducir el cuento al inglés para dárselo a leer a mis alumnos y lo tenía muy presente.

La novela transcurre en  2041, le han dicho “policial distópico”. En un año tiempo en el que las certezas volaron por el aire, ¿se abre una discusión sobre su sentido?

La novela imagina un futuro no muy lejano y una Argentina que ha sufrido dos grandes debacles. Dio la casualidad de que la publicación coincidiese con el ápice de la pandemia. No he leído mucha novela distópica, ni mucha ciencia ficción, la verdad. No me llama demasiado la atención el género. Si ubiqué la novela en 2041 fue por necesidades específicas de la trama. La distopía para mí es una sensación más de presente que de futuro. Es mi propia sensación de Buenos Aires, de un lado el lugar más familiar, mi casa, y del otro, con cada año que pasa y no vivo ahí (me fui del país en 2004), un lugar cada vez más foráneo y más ajeno.

Entre los trending topics culturales de 2020 en nuestro país ocupó su lugar en el podio la decisión (ahora cambió) de premiar a un género. ¿Qué te pareció esa decisión?

No seguí de cerca esa polémica en el FNA aunque no me atraen ni me interesan las obras literarias que encajan prolijamente en géneros. Los géneros existen desde siempre, por supuesto, y creo que las diferencias entre ellos enriquecen y dan variedad a la práctica literaria, pero las obras que más me gustan son las que se mueven entre géneros, yendo y viniendo, atravesando fronteras en una especie de contrabando hormiga de imágenes, temas, personajes, referencias y recursos poéticos.

De alguna manera, hay datos que se cuelan en la novela, como los de la memoria de los seres vivos, ese registro. ¿Eran cuestiones que salieron porque lo necesitaba la trama, porque sabías que en algún momento las ibas a incluir en una ficción?

Las ideas fueron apareciendo junto con la trama. Algunas están sacadas de fuentes específicas, otras son pura invención. La biografía de Ioan Culianu, por ejemplo, está en parte basada en hechos reales y en parte deformada hasta volverse un puré de pura ficción. Como te decía antes, de alguna manera esta novela es un ensayo por otros medios, un ensayo que se toma todas las libertades necesarias con la realidad para obedecer las leyes impuestas por la trama, que gobierna con puño de hierro.

¿El ensayo es el género más libre, el camino con más posibilidades?

Te diría que la fórmula que dio como resultado La migración, ese híbrido de géneros con una fuerte raíz en el ensayo, es uno que me interesaría seguir explorando. El ensayo propiamente dicho es un género que se practica cada vez menos y por eso creo que tiene tanto potencial. Hablo del ensayo entendido como lo entendió Montaigne, el primer ensayista propiamente dicho; el ensayo como intento invariablemente trunco de algo; el ensayo como ejercicio tentativo y metonímico, es decir como un discurrir sinuoso que sigue impulsos asociativos más que un afán demostrativo y que desemboca en puntos suspensivos. El ensayo entendido también como exploración estilística, en la que la sintaxis importa tanto como el tema; de hecho, en el tipo de ensayo del que hablo el tema es una ilusión, una excusa, un mero disparador del discurso, y no hay pretensión alguna de resolver algo, de llegar a conclusiones. Hoy en día la no-ficción está dominada, te diría, por tres subgéneros: la historia (incluyo acá la biografía), la auto-ayuda, y el "ensayo" temático (libros sobre los pulpos en la cultura, sobre el orgasmo, sobre el amor en los tiempos de coronavirus, etcétera). Estos sub-géneros, de manera más o menos explícita, ofrecen algo de utilidad, prometen cierta exhaustividad acerca del tema en cuestión; le garantizan al lector que, una vez leído el libro, habrá aprendido algo de valor, algo que le sirva. Creo que el libro que escribí sobre el sentido del tacto tuvo un buen recibimiento porque a simple vista promete algo así, la historia olvidada del sentido más sensual; y si bien tiene algo de esto a fin de cuentas una colección de caprichos. En el segundo libro, La carne viva, tuve que esforzarme en darle unidad a los ensayos y agruparlos bajo un tema común; es mucho más evidente que se trata de caprichos narrativos, quería contar ciertas historias (la del prepucio de Jesús, la del infierno de Ashoka) y les di forma ensayística. La novela es la continuación natural de esa misma búsqueda.

Antes te referías a Buenos Aires como un lugar a la vez familiar, a la vez extraño, y hablás también de traficar cosas de un género a otro. ¿En la frontera te sentís más genuino? ¿Qué te aporta pensar desde ahí?

Si me tomó tantos años de escritura lanzarme a publicar, en especial a publicar ficción, fue precisamente porque sentía que lo que escribía no era genuino. La escritura de los ensayos que me llevaron a la ficción me ayudó a encontrar un lugar en el que me siento un poco más eficaz aunque no por ello más cómodo. Creo que es algo que les pasa a muchos exiliados (voluntarios, como yo, o forzados) eso de no sentirse realmente en casa en ningún lugar y la escritura a veces parecería ser un intento de construir una casa. Pero es una casa muy precaria. El tema del tráfico y del movimiento a través de fronteras es, de hecho, el tema del proyecto en el que estoy trabajando ahora. Lo fue también en La migración, que narra el movimiento de personas, de textos, de almas a través del tiempo y del espacio. O sea que me parece que me sirva o no, me guste o no, es el único lugar desde el que puedo pensar/escribir.

¿Pensaste en tu ensayo sobre el tacto durante la pandemia? El tema del límite, el cuerpo, la distancia. ¿Le agregarías un capítulo a El sentido olvidado? ¿Se resignificó?

Distintas personas me hicieron pensar bastante en El sentido olvidado en estos meses, sí. Traté de imaginar cambios permanentes, o si no permanentes muy duraderos, que dejará el protocolo sanitario de la pandemia. En algunos lugares de Europa, después de siglos de epidemias, fueron cambiando las costumbres; en especial, ciertos hábitos táctiles, tocar y besar a la gente en el saludo y en la interacción cotidiana, etc. Lo veo posible, sí, que pueblos más toquetones como los nuestros se vuelvan reacios al amontonamiento y al besuqueo con extraños. En dos de los ensayos del libro ("En pedazos" y "Una cuestión de piel") hay bastante sobre el tema de la epidemia y del tacto como vehículo de contagio. La palabra misma es táctil, viene del verbo contingo, un compuesto de tangere ("tocar") y cum. El contagio es, entonces, un "tocar con", un toque que viene cargado de algo, una mancha, una infección, un extra contaminante. Claro que todo tacto viene cargado de algo. El mundo está constantemente dejando su rastro en nosotros y viceversa; estamos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseaos, como dice Discepolín. El contagio no es más que la variante más evidente de esto porque ese extra que trae nos enferma. El contagio, a fin de cuentas, pone en evidencia la imposibilidad absoluta de tomar verdadera distancia del mundo; nos podemos recluir y evitar un contagio en particular, pero siempre habrá otras instancias de contacto con el mundo que nos enfermen y nos maten. La pandemia de Covid-19, según la mayoría de los epidemiólogos, fue consecuencia de la proximidad entre ciertas formas de vida silvestre y el ser humano, algo muy común en estos "mercados mojados" de Oriente. Si sumás ese pegoteo entre personas y animales salvajes vivos y la velocidad a la que nos movemos por el mundo, tenés un desastre como este, que según algunos es el primero de una serie larga: la era de las pandemias. Bruce Chatwin cuenta una conversación que tuvo con un epidemiólogo húngaro en los años '80. El hombre estaba convencido de que el sedentarismo como modo de vida es el gran caldo de cultivo para el contagio, mucha gente junta mucho tiempo en lugares cerrados. Y también auguraba que en el futuro la brutalidad de las pandemias hará que las armas nucleares, que tuvieron al mundo en vilo durante casi medio siglo, nos parezcan un chiste. No estaría mal pensar el tacto en relación con el amontonamiento propio del sedentarismo contemporáneo. El horror del tacto constante y no deseado. El mundo es un lugar cada vez más pequeño y vivimos cada vez más hacinados; el hacinamiento y la proliferación indetenible de la especie humana está sin duda en la base del desastre medioambiental, tal vez más que los hidrocarburos. Si seguimos así, en 2100 vamos a ser más de 10 mil millones, todos pululando pegoteados en un páramo chamuscado. Es insostenible. También por eso es fundamental que se legalice el aborto en todos lados lo antes posible.

Me decías que ahora estabas pensando en la idea de frontera, ¿cómo te llegan los temas que trabajás? ¿De qué cuerda tirás?

Hay pequeñas obsesiones y fijaciones que calan muy hondo y que, felizmente, me resultan inescrutables. En cierto modo, todos mis proyectos, los del pasado, los presentes y los futuros, ya están ahí y siempre estuvieron. De pronto una imagen, una palabra, una idea los hacen salir a la luz y entonces van adquiriendo forma. En general me muevo pura y exclusivamente siguiendo impulsos bastante pedestres, gustos, caprichos, taras. Me fascinó una palabra, o un personaje, o una idea que encontré por ahí y la rastreo. Por defecto profesional, tengo la metodología del investigador de archivo, tomo muchas notas, páginas y páginas de notas. Tengo, además, el berretín de la exhaustividad, leer y ver todo sobre algo/alguien que me apasiona, aunque jamás lo sigo hasta el final. Hago listas, planeo itinerarios, escribo índices, armo planes de trabajo, y tal vez me guío un tiempo por todo esto pero casi siempre abandono todas estas prerrogativas y vuelve a tomar el mando el capricho. El tema de la frontera, central en esta novela en la que estoy trabajando, me interesó siempre. La frontera como espacio no que delimita sino que hace un gesto limitante, porque limitar en sentido estricto es imposible, todo a fin de cuentas se mezcla y se pegotea. Pero el gesto de trazar límites, como el hacer listas que intentan contener, compartimentalizar, separar, ordenar, es -creo- la esencia misma de las artes y de la cultura humana. Un gesto desesperado que aspira a poner orden en el caos abrumador que es el mundo que nos rodea, como alguien flotando en el medio del mar tratando de detener las olas.

¿En qué espacio físico investigás? ¿Cómo buscás las imágenes que usás? ¿Hubo algunas que buscaste puntualmente y te costó conseguir y luego las encontraste y te volaron la cabeza? ¿Te ayudan a pensar de igual manera que los textos?

Siempre trabajo en espacios diferentes porque desde que me fui de Buenos Aires en 2004 me estoy moviendo constantemente. En 2018 y 2019, estuve en Italia y trabajé mucho en bibliotecas (en la biblioteca de Villa I Tatti, principalmente), pero también yendo a iglesias, museos, pueblitos donde un pintor que me interesaba dejó un fresco, cosas así. Estudié mucho historia del arte ese año y escribí un libro que va a salir ahora en enero sobre el tema de la construcción de evidencia en la ficción, un libro corto que toma ejemplos literarios y de las artes visuales. Es un intento de comparar texto e imagen y el modo que nos compenetramos con ambos. Pero después me mudé a Tallahassee, un lugar dejado de la mano de dios, en el norte de la Florida, donde trabajé más que nada en mi casa y casi exclusivamente con material digital. Claramente no es lo mismo ver fotos de la Capilla de los Scrovegni en artstor que estar ahí; las artes visuales, sobre todo los frescos, tienen una relación simbiótica con el espacio en el que y para el que fueron pintados. Ahora en breve vuelvo a Italia por tiempo indeterminado. A veces busco imágenes o temas de manera muy deliberada y tenaz; a veces bajo la guardia y las cosas aparecen.

Volviendo al cuerpo, que es una especie de frontera, un tema que has pensando tanto… ¿sigue siendo un espacio de misterio?

El cuerpo propio es el mayor misterio. Nos es imposible verlo bien, no olvidemos que la vista es un sentido que precisa de la distancia. Lo oímos raro, todos hemos comprobado con extrañeza cuán extraño es el sonido de nuestra voz en grabaciones. Lo olemos distinto, nuestros malos olores no nos dan asco, por ejemplo. El tacto exteroceptivo, el de la piel, apenas nos ayuda a rozar su superficie. Y las otras variantes de lo táctil, las que mejor entienden el cuerpo y lo abarcan de manera más exhaustiva, como la propiocepción, el sentido de equilibrio, etc, nos resultan experiencias sensoriales muy difíciles de discriminar, ni hablar de entender y describir. El cuerpo propio es básicamente inapresable y, por lo tanto, inexpresable. Por eso es tan graciosa la expresión "tener un cuerpo". ¿Quién sería el sujeto? ¿El alma? ¿Yo? Y, ¿en qué sentido lo tengo? ¿Es mío? ¿Dispongo de él? Si hay algo que no tenemos es nuestro propio cuerpo. En el mejor de los casos, somos nuestro cuerpo. Aunque probablemente esto sea una ficción, el mito del cuerpo entero. En realidad somos un conglomerado de pedazos infinitesimales que varía segundo a segundo.

 

 

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