Nan Goldin y la balada de la dependencia sexual

Sobre la muestra de Kuitca en el CCK
Miércoles 04 de julio de 2018
"En la contemplación de las fotos de Goldin uno tiene la experiencia de asistir a algo más que fotos: son poemas, son pequeños y delicados cuentos, son historias condensadas". Una excursión a Les visitants, la muestra curada por Guillermo Kuitca en el Centro Cultural Kirchner (hasta el 24 de junio) que incluye obras de veintitrés prestigiosos artistas internacionales.
Por Luciano Lamberti.
A medida que crece, el hombre casado se ha vuelto insensible: son pocos las experiencias estéticas que lo conmueven. Los libros contemporáneos, en general, lo dejan bastante indiferente. Se aburre en los museos y en los recitales. No tiene paciencia para ver una película entera. Es un problema del hombre casado, naturalmente, no de las experiencias artísticas, pero de todas formas es un problema.
Entonces, una noche no tan extremadamente fría de junio, el hombre casado va, con un amigo, al Centro Cultural Kirchner, a ver “Le Visitans”, la muestra curada por Kuitca, con obras de la Fundación Cartier. Miran las fotos, los cuadros, las instalaciones, pero no dejan de hablar mientras tanto. El amigo del hombre casado le cuenta detalles de su separación, de su nueva vida, y el hombre casado le cuenta detalles de su vida de hombre casado. La muestra pasa como cualquier otra cosa, pero entonces entran a la sala dedicada a Nan Goldin y la cosa cambia.
(Hay que hacer un inciso acá: las puertas de la percepción del hombre casado y su amigo estaban entreabiertas. No abiertas de par en par, pero sí lo suficiente para que asome una mano flaca y desnuda del otro lado).
La sala donde se exhiben las fotos de Goldin tiene butacas, como si fuera un microcine, y el hombre casado y su amigo se quedan, al principio, de pie, detrás de las últimas butacas, y después deciden sentarse en las primeras. Se sacan los abrigos, las bufandas, los gorros y los guantes y se sientan. Y experimentan algo impresionante.
Una a una, acompañada de música especialmente elegida por Goldin para la ocasión, pasan series de fotos. Son series que dialogan con la música en distintos niveles. Algunas irónicamente (la de los bebés, por ejemplo), otras a un nivel emocional, otras de una forma mucho más literal. El hombre casado y su amigo no hablan. Se quedan cuarenta minutos, una hora, en silencio, lejos uno del otro, o más cerca, con la sensación de haber sido encantados por algo que no tiene nombre.
La muestra tiene un hermoso título: “La balada de la dependencia sexual”. Un nombre para la obra completa de Goldin, una suerte de work in progress que abarca los tardíos setenta, los ochenta y los noventa. Son fotos familiares, del círculo de amistades, íntimas, y a la vez universales, y a la vez sucias, por su tema y por su técnica (se sabe que Goldin, a diferencia de muchos otros puristas, utilizaba el flash casi como un arma de revelación), fotos infantiles que cuentan una historia, la historia de una generación: desde la fiesta interminable de los ochenta a las muertes por HIV en los noventa, desde las disputas de pareja que suelen terminar con un ojo morado hasta los matrimonios y los bebés engendrados sin control. Habitaciones desordenadas, ropa tirada en el piso, mucho tabaco y mucho alcohol y poca droga (la imaginamos dentro de los protagonistas). Ropa colorida, Bowie y el glam y la Velvet Underground.
Las fotos son una balada, sí, y su tema es el hambre enigmático y cada vez más creciente por el sexo, entendiendo a ese término en el sentido más amplio, que incluye el amor y la frustración, el deseo y el consumo, el cuerpo como consumo y la sed del consumo por sí mismo, sin otra justificación.
Como en todo el arte verdadero, en la contemplación de las fotos de Goldin uno tiene la experiencia de asistir a algo más que fotos: son poemas, son pequeños y delicados cuentos, son historias condensadas. Goldin no solo elige encuadres perfectos, en el límite entre lo artístico y lo desprolijo, sino que le da a la muestra el carácter de un libro de cuentos de lo que se ha dado en llamar minimalismo norteamericano, entiendasé el power trío conformado por Carver / Woolf / Ford, que suelen entenderse como un bloque minimalista aunque el que se tome el trabajo de haberlos leído perciba las diferencias bastante grandes que los separan, más allá de la amistad y el criterio estético que los unió. Sus paisajes, sus personajes, su tristeza de luces fluorescentes en el techo, pueden verse perfectamente como el completo ideal para entender esas décadas llenas de ruido y de furia.
Cuando el hombre casado y su amigo salen de la muestra ya no hablan tanto como antes. Algo ha cambiado en ellos, aunque sea mínimamente, sin necesidad de grandes palabras ni epifanías. La muestra seguirá resonando durante toda la semana en el hombre casado, que buscará la música en internet y las verá cada vez que cierre los ojos y pensará en esa perduración como en la marca del verdadero arte. Lo que impacta y lo que perdura. Lo que una vez que pasa a través nuestro no nos deja iguales. Y si las fotos de una norteamericana del Lower East Side de Manhattan de hace más de treinta años todavía son capaces de conmoverlo así, entonces hay esperanza.