Memorias del dolor guardadas en la tierra
Por Natalia Gelós
Jueves 04 de julio de 2019
"La escritura de Dolores Reyes es cercana y poética, conmovedora sin golpes bajos, sin perder lo luminoso ni caer en artificios". Una reseña de debut de la autora nacida en Buenos Aires en 1978, publicado por Editorial Sigilo: Cometierra.
Por Natalia Gelós.
“La casa no sé. La tierra, abajo de todo eso, era mía”. Quien lo dice es Cometierra, esa chica solitaria, algo chúcara, que crece en el conurbano con un hermano, Walter, como todo cobijo ante la vida. Sólo están ellos, su madre ha muerto, su padre la mató; su casa es pared y techo, sobre lo que poco a poco avanza una madreselva salvaje, algo muy alejado de cualquier idea de hogar, y ahí ambos pasan los días y ella lleva adelante su don como quien carga una cruz. La tierra le habla, le cuenta secretos. Un personaje creíble, que está vivo, una historia que se ancla en el conurbano pero no lo acartona, una prosa que avanza entre el policial y el lirismo; editada por Sigilo, la primera novela de Dolores Reyes —docente, feminista, madre de siete—es un engranaje ultra aceitado que ofrece lo que toda literatura debe ofrecer: una historia bien contada.
La primera oración de Cometierra suena a canción: “Los muertos no ranchan donde los vivos. Tenés que entender”. Bien podría ser un tango. Hay una musicalidad, un aire embarrado. Pero la novela es otra cosa; varias, en realidad. Relato policial que hace pensar en The Killing, donde las mujeres mueren en una atmósfera que aquí se conforma de cerveza, Play Station, música en Cds baratos de las ferias. Y donde hay una pareja que investiga y avanza entre las dudas con sus propias historias pesando en la espalda. Cada cosa —el Fernet, la heladera vacía, la crema de enjuague gastada, las comidas baratas, los mates, esas piezas que no vemos pero adivinamos descascaradas— está donde tiene que estar. Todo habla de un abandono, que no es sólo el familiar ni el de esos jóvenes que pueblan la novela. Es un abandono estatal. Aquí el Estado no llega, y por eso el desborde y la violencia.
Cuando come tierra, nuestra protagonista accede a información. La tierra le cuenta cosas que por lo general son cosas amargas: mujeres y niños muertos, situaciones de violencia de género, de desamparo y pobreza. A las muertes que no tienen explicación, Cometierra se las encuentra y por eso en su patio empiezan a aparecer botellas con terrones que guardan secretos que ella puede descifrar y que los otros dejan, como contraseña para pedirle ayuda. Una difunta correa a la inversa, su patio no es un santuario pero sí guarda la desesperación de los otros.
Cometierra tiene ese tinte de realismo mágico que es bienvenido y nos regala a una niña santa, una heroína cuyo viaje requiere de aprender a amigarse con su don. Vemos crecer a Cometierra, la acompañamos en el pasaje de esas percepciones deformadas hacia una mirada más desencantada, más dura; del ojo de la infancia hacia el de la adultez.
“Si no me escuchan, trago la tierra”, dice al comienzo. Hay algo de lo no dicho, de eso que no se puede explicar, y que encuentra en lo material la forma de encarnar todo eso que está sobre nosotros. Ahí está Cometierra, esta niña vidente, para poder traerles a otros cierto sosiego, ciertas palabras que no dejan de doler pero que al menos están.
—Yo quería también quedar embarazada alguna vez. Tener una nena. Una piba así, como ustedes—. Me miró. Le esquivé los ojos.
—Yo ni loca. Desaparecen
La escritura de Dolores Reyes es cercana y poética, conmovedora sin golpes bajos, sin perder lo luminoso ni caer en artificios. Una voz sostenida a lo largo de las 173 páginas divididas en 53 breves capítulos. Si bien es su primer libro, Reyes ya venía construyendo su nombre en talleres y lecturas así que era una novela esperada. Dedicada “a las víctimas de los femicidios, a sus sobrevivientes”, planta una bandera pero luego no alecciona, no adoctrina, sino que se dedica a contarnos el recorrido de este personaje femenino fuerte y a la vez original, que no necesita desmarcarse de los otros personajes femeninos que solemos leer para pararse, sino que arma su propia tierra y desde ahí se eleva para narrar y explicarnos sus secretos.