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Mark Fisher, el maestro de la sospecha

Sobre K-Punk, publicado por Caja Negra

Matías Moscardi lee el reciente primer volumen publicado por Caja Negra que reúne los ensayos dispersos de Mark Fisher: "K-Punk es un libro insoslayable para pensar lo que vemos más allá de lo evidente, para hacernos las preguntas después de las respuestas".

Por Matías Moscardi.

 

 

Hace unos días vi The Professor and the Madman (Farhad Safinia, 2019), con Mel Gibson y Sean Penn. La película narra la historia de James Murray (Gibson), el filólogo escosés autodidacta que editó, desde 1879 hasta su muerte, el prestigioso y colosal diccionario Oxford. Resulta que Murray es ayudado por una figura polémica: el doctor William Minor (Penn), esquizofrénico erudito que asesina a una persona que confunde con su perseguidor imaginario y, por este crimen, es recluido en una institución mental dirigida por un fan de la lobotomía. En el título, el coordinante «y» une dos términos que, en una primera impresión, parecerían opuestos: el profesor y el loco. A medida que avanza la película, por el contrario, se advierte el alto grado de monomanía que hay que tener para editar una enciclopedia de esas dimensiones: una tarea digna de una obsesión demencial. Algo late constantemente detrás del film: la sospecha de que todo intento de organización de la lengua es emisario de la locura. Comento esto porque mientras miraba la película recordé que Mel Gibson, a pesar de ser un gran actor, trabaja en numerosas películas malas. Además, dirigió La pasión de Cristo (2004), que siempre me pareció conservadora y fanática.

Por esos mismos días, estaba promediando la lectura de K-Punk, de Mark Fisher, el reciente primer volumen publicado por Caja Negra que reúne los ensayos dispersos de este genio absoluto. Su ensayo sobre La pasión de Cristo es, en el reverso de mi interpretación lineal, anticatólica y antiautoritaria. Cuando terminé de leer el texto de Fisher sobre la película de Gibson, me dieron ganas de volver a mirarla. Algo de este efecto tiene que ver intrínseca y estructuralmente con la escritura de Mark Fisher. Mientras subrayaba un fragmento con el cual no estaba del todo de acuerdo, sobre el lugar del padre en la versión de Batman, de Christopher Nolan, ocurrió un movimiento crítico fundamental: ¡me convenció! Lo que quiero decir es que Fisher –como sucede con Rancière en El maestro ignorante– trabaja con un sistema argumentativo parsimonioso y, por lo tanto, generoso con el lector: pensamos con él, nos acompaña lentamente en el desarrollo complejo de sus razonamientos.

Hay otro aspecto que, para mí, define el pensamiento de Fisher. Voy a hacer un rodeo más para explicarlo. Matrix tiene un punto ciego de detención fundamental: Neo nunca duda de que la realidad en la que «despierta» sea efectivamente real, nunca esboza la posibilidad de que ese mundo sea otro programa de computadoras, una simulación recursiva dentro de la simulación. En otras palabras: la meta-realidad jamás es cuestionada; ese mundo postapocalíptico en el que despierta Neo es real por el simple hecho de levantar el velo sobre la realidad anterior. Digamos que Fisher es el lector de meta-realidades por antonomasia, es decir, un maestro de la sospecha. Todo se lo pregunta más de una vez; los puntos de apoyo o las conclusiones no son el final de su pensamiento: son un nuevo comienzo. Por ejemplo, cuando detecta que el enfrentamiento entre el bien y el mal estructura gran parte del cine hollywoodense, Fisher va más allá: suelen ser, en verdad, dos ideas distintas del bien las que parecen entrar en conflicto. Dicho de otro modo: habría, además de una banalidad del mal, como la concibió Hannah Arendt, una complementaria banalidad del bien, en el sentido que, muchas veces, es también una identificación desmesurada con el bien lo que termina causando estragos catastróficos.  

Por otro lado, estamos ante un crítico punk, es decir, un lector de restos. Ser un crítico punk significa, también, ser un crítico analógico. Cuando Fisher ve una película de Cronenberg, por ejemplo, se refiere a los viejos «comentarios del director» que venían con el DVD. Su sensibilidad como lector parece producto de la transición entre dos estructuras de sentimiento: la analógica de la adolescencia y la digital de la adultez. Sus objetos de análisis se encuentran formados, como decía, por los restos que la cultura descarta como material de lectura. Películas de grandes directores como la trilogía de Batman, de Christopher Nolan; Hijo del hombre, de Alfonso Cuarón; Una historia violenta, eXistenZ y Crash, de David Cronenberg; El resplandor, de Stanley Kubrick; Avatar, de James Cameron; y La caída, de Oliver Hirschbiegel; películas relacionadas con la cultura de masas como V de Venganza o las sagas de Star Wars, Terminator y Matrix; series televisivas famosas como WestWorld, Breaking Bad y Doctor Who; hasta clásicos infantiles como Toy Story y Wall-E: K-Punk podría leerse como un extenso ensayo sobre la televisión y el cine de nuestra Era en tanto modeladores de eso que Walter Benjamin llamó nuestro «inconsciente óptico».

La televisión y el cine son, para Fisher, los grandes aparatos ideológicos contemporáneos, si entendemos la ideología como aquello que permite la transferencia pulsional efectiva entre una película y su público. En otras palabras: para disfrutar de una película tenemos que adherir ideológicamente con ella. No hay placer en el rechazo ideológico. Como sea, K-Punk es un libro insoslayable para pensar lo que vemos más allá de lo evidente, para hacernos las preguntas después de las respuestas, e incluso para seguir sumando otras preguntas a las preguntas que vienen después de las respuestas, y más allá: un libro para no quedarnos quietos y callados ante los estallidos iridiscentes de la pantalla.  

 

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