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Prólogos

Margaret Atwood y una obra maestra rescatada de la incomprensión

Doctor Glas, de Hjalmar Söderberg 

La escritora canadiense presenta Doctor Glas, de Hjalmar Söderberg: una novela publicada en Suecia en 1905 que se hacía cargo del yugo que oprimía a la mujer a través de la institución marital y del derecho a decidir sobre sus cuerpos. Rescate de Editorial Leteo en su colección "Abisal". 

Por Margaret Atwood. Traducción de Christian Kupchik.

 

 

 

Doctor Glas se publicó por primera vez en Suecia en 1905 y provocó un escándalo, en gran medida por su manejo de esos dos elementos perennemente escandalosos: el sexo y la muerte. Lo leí por primera vez en forma de libro en una versión rústica, desgastada, que me enviaron unos amigos suecos; era una reedición de una traducción de 1963, publicada para coincidir con la película basada en ella. En la contratapa de ese ejemplar se agolpaban varios elogios -bien merecidos- aparecidos en diversas reseñas de periódicos: “una obra maestra”, “el libro más notable del año”, “un libro de rara calidad, desarrollado con verdadera habilidad”. A pesar de ello, Doctor Glas permaneció agotado durante mucho tiempo en su versión en inglesa. Es un placer darle la bienvenida nuevamente. 

El escándalo en torno al Doctor Glas se debió a la percepción de que abogaba por el aborto y la eutanasia, y quizás incluso por una versión racional sobre el asesinato. Su protagonista es un médico, y tiene algunas cosas fuertes que decir sobre la hipocresía de su propia sociedad en estos asuntos. Pero Hjalmar Söderberg, su autor, ya por entonces un novelista, dramaturgo y cuentista exitoso, puede haberse sentido algo desconcertado por esto, porque Doctor Glas no procura plantear un debate, ni se trata de una obra taxativa. Por el contrario, es un estudio psicológico elegante, vigoroso y sólidamente tejido en torno a un individuo complejo que se encuentra frente a una encrucijada peligrosa pero decisiva, ante la que no puede decidir si atravesarla o no, o bien por qué debería hacerlo. 

El protagonista de la novela, el doctor Tyko Gabriel Glas, es un médico treintañero cuyo diario personal leemos por encima del hombro mientras lo redacta. Su voz resulta de inmediato convincente: inteligente, reflexiva, obstinada, insatisfecha, a la vez racional e irracional, y asombrosamente moderna. Lo seguimos a través de sus recuerdos, sus deseos, sus opiniones sobre las costumbres de su mundo social, sus elogios líricos o malhumoradas denuncias del clima, sus prevaricaciones, sus autodenuncias, su aburrimiento y su anhelo. Glas es un idealista romántico convertido en un ser solitario y triste, y afligido por el malestar fin-de-siécle, un compuesto de esteticismo fastidioso, anhelo por lo inalcanzable, escepticismo respecto a los sistemas morales establecidos y abierto disgusto por lo actual. Le gustaría que solo existieran las cosas bellas, pero lo sórdido se le impone por la naturaleza de su profesión. Como él mismo dice, es la última persona en la tierra que debería haber sido médico: eso lo coloca en contacto estrecho con los aspectos más desagradables de la carnalidad humana. 

Lo que sobre todo quiere es acción, una proeza que pueda encajar con el héroe que espera poder llevar dentro. En los romances, tales hechos a menudo involucran a un caballero, un trol y una doncella cautiva que debe ser rescatada, y este es el tipo de situación que el destino le ofrece al Doctor Glas. El trol es un pastor horrible, repugnante y moralmente repulsivo llamado Gregorius, a quien Glas odia incluso antes de descubrir que tiene buenas razones para su aborrecimiento. La doncella en cautiverio es su joven y hermosa esposa, Helga, quien confía al Doctor Glas que se ha casado con Gregorius por nociones religiosas equivocadas y ya no puede soportar sus atenciones sexuales. El divorcio es imposible: un clérigo “respetable” convencido de su propia rectitud, como el reverendo Gregorius, nunca lo consentiría. La Sra. Gregorius será esclavizada por este duende con cara de hongo para siempre a menos que el Doctor Glas la ayude. 

Al doctor Glas se le presenta ahora la oportunidad de demostrar su valía. Pero, ¿descubrirá que es el caballero valiente, un don nadie ordinariamente tímido, o incluso un trol como Gregorius, pero asesino? Contiene dentro de sí las tres posibilidades.

A primera vista, la estructura de Doctor Glas es encantadoramente casual, casi aleatoria. El dispositivo del diario nos permite seguir los eventos a medida que se desarrollan, pero también nos permite escuchar las reacciones de Glas ante ellos. El funcionamiento de la novela es tan sutil que el lector no se da cuenta al principio de que tiene alguno: la voz es tan inmediata, incluso contundente, que parece que estamos leyendo los pensamientos sin censura de una persona real. Glas promete franqueza: no dejará todo por escrito, dice, pero tampoco prescindirá de dar constancia sobre nada que no sea cierto. 

Hjalmar Söderberg 

Söderberg había leído su Dostoievski: a él también le interesan los descontentos de los hombres clandestinos, y trazar el impulso, la racionalización y el motivo, y la delgada línea que discurre entre el pensamiento violento y el acto criminal. Había leído a su Ibsen plagado de fantasmas y al maestro de las extrañas obsesiones, Poe. También conocía las teorías de Freud y sabe cómo utilizar el motivo semiconsciente, la marejada de lo tácito. Hay dos pistas en el texto que nos orientan hacia los métodos del libro: la meditación de Glas sobre la naturaleza del artista, que para él no es un creador sino un arpa eólica que hace música sólo porque los vientos de su propio tiempo suenan a pesar suyo.

(…) “La verdad es como el sol,” —dice Markel, amigo de Glas—, “su valor depende totalmente de que estemos a una distancia correcta de él”. Y así sería, sospechamos, con la Sra. Gregorius: ella puede ser valiosa para Glas como un ideal sólo si se la mantiene a una distancia correcta. 

Doctor Glas es profundamente inquietante, como lo son ciertos sueños o, no por casualidad, ciertas películas de Bergman, que con seguridad debe haberlo leído. Las espeluznantes noches azules en la plenitud del verano combinadas con una ansiedad inexplicable, el anónimo pavor kierkegaardiano que golpea a Glas en los momentos más ordinarios, la yuxtaposición de la pálida espiritualidad con una sensualidad vulgar, casi cómica, pertenecen al mismo contexto cultural. La novela parte del terreno del naturalismo establecido por los escritores franceses del siglo XIX, pero va más allá. Algunas de las técnicas de Söderberg —la mezcla de estilos, los fragmentos en forma de collage—,   anticipan, por ejemplo, a Ulises. Algunas de sus imágenes anticipan a los surrealistas: los sueños inquietantes con sus ambiguas figuras femeninas, el siniestro uso de las flores, las gafas sin ojos detrás, la caja de reloj sin manos en la que el doctor Glas lleva consigo sus pastillitas de cianuro. Unas décadas antes y esta novela nunca se habría publicado; unos años más tarde y habría sido apodada precursora de la técnica del flujo de consciencia. 

Doctor Glas es uno de esos libros maravillosos que parece tan fresco y vívido ahora como el día en que se publicó. Como ha dicho el escritor inglés William Sansom, “la mayor parte de sus escritos y gran parte de la franqueza de su pensamiento, podría haber sido escrita mañana”. Ocurre en la frontera de los siglos XIX y XX, pero abre las puertas que la novela ha estado anticipando desde entonces.

 

 

 

 

DOCTOR GLAS

(Tres fragmentos)

 

“Lo que escribo en estas páginas no es una confesión. ¿Ante quién debo confesarme? Tampoco cuento todo sobre mí. Sólo cuento lo que me gusta contar, pero nada de lo que digo falta a la verdad. No es con mentiras que voy a exorcizar la miseria de mi alma; suponiendo que sea miserable, claro...”

 

“La noche. ¡Qué hermosa palabra! “La noche es más vieja que el día”, según los antiguos galos. Creían que el corto y movido día había nacido de la inalterable noche. 

La gran e inalterable noche. 

Bueno, claro, también es una manera de decir... ¿Qué es la noche, a qué llamamos noche? Es la estrecha sombra cónica de nuestro pequeño planeta. Un menudo bolo puntiagudo de oscuridad en un mar de luz. Y ese mar de luz, ¿qué es? Una centella en el espacio. El minúsculo halo alrededor de una estrellita: el sol.”

 

 

“De oscuridad en oscuridad. 

Vida, no te comprendo. A veces siento cierto vértigo del alma, una náusea espiritual que se llena de susurros a mis espaldas, advertencias y murmullos que indican claramente que me he extraviado. Pude advertirlo hace apenas un instante. Entonces, examiné con detenimiento las actas verbales de mi proceso: las hojas del diario a través de las cuales interrogué a mis dos voces interiores, la que quería y la que no quería. Las he leído y releído, y estoy convencido que la voz a la que finalmente obedecí era la que tenía razón, en tanto la otra la que sonaba hueca. Tal vez era la más prudente, pero de escucharla habría perdido todo respeto por mí mismo.” 

 

 

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