Lovecraft revive en Buenos Aires
A 80 años de su muerte
Lunes 13 de marzo de 2017
Un día como hoy de 1937 el señor del horror cósmico dejaba este mundo. Mientras tanto, se está rodando en Argentina Necronomicón, una película que, con cierto aporte clave del Borges bibliotecario, se nutre del imaginario lovecraftiano.
Por Valeria Tentoni.
“Los hombres de más amplia mentalidad saben que no hay una distinción clara entre lo real y lo irreal”, creía Howard Phillips Lovecraft, señor del horror cósmico. Nacido en 1890 en Rhode Island, Estados Unidos, y muerto allí mismo, un día como hoy, hace 80 años, vivió apenas 46.
Su prodigiosa imaginación oscura quizás se haya visto agitada por primera vez a sus tres años, ante la noticia de la internación de su padre ―quien ya jamás regresaría a casa― tras un ataque nervioso. Por entonces, el pequeño H. P. ya sabía leer. O quizás haya sido su abuelo materno, alentándolo frente a la biblioteca, amén de las horas de soledad que se pasó en la infancia al no haber asistido, prácticamente, a la escuela, lo que blindó esa personalidad extrañísima: la de alguien capaz de odiar el mar, de declararse ateo con cinco años o de tener a la construcción de altares para Saturno como uno de sus pasatiempos favoritos.
Si no hubiese sido por un examen de matemáticas, sería el universo de la astronomía, al que aspiraba, el que estaría lamentando hoy su ausencia octogenaria. Pero, gracias a esa falla en la Matrix, entre otras, Lovecraft terminó en una conferencia de escritores aficionados donde se enamoró de la dueña de una tienda de sombreros, con la que después viviría en Nueva York. En esa ciudad inauguró una serie de colaboraciones en revistas pulp, las que hoy encontramos reunidas en sus libros.
Entre los múltiples filamentos que propulsan su imaginario encontramos los mitos de Cthulhu o el Necronomicón, un libro mágico ficticio. “Existen referencias (epistolares e, incluso, en relatos) en las que H. P. Lovecraft menciona que hay un ejemplar del Necronomicón en Buenos Aires. Dicen también que, a partir de esas referencias que dejó Lovecraft, cuando Borges fue director de la Biblioteca lo fichó como si existiera. Y entonces empezó a existir”, explican Ricardo Romero y Luciano Saracino, quienes estuvieron a cargo del guión de la película de ese “libro del infierno” que en este momento se está rodando en Buenos Aires, con dirección de Marcelo Schapces.
El plot es de lo más tentador: “Un ejemplar del Necronomicón, el temible libro de los muertos, descansa, oculto, en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. La misteriosa muerte de Dieter, quien fuera Guardián del Libro, lleva a Luis, un simple bibliotecario, a enfrentarse con las fuerzas que acechan al libro para conjurarlo, mientras la ciudad parece corroída por un clima apocalíptico”. En el elenco se cuentan Diego Velázquez, Daniel Fanego, María Laura Cali, Victoria Maurette, Cecilia Rossetto y Federico Luppi. Su estreno se proyecta para octubre de 2017.
Para construir este guión, los autores recorrieron en su investigación una larga lista de libros prohibidos y malditos, tratados de brujería y demonología, “y demás maravillas escritas por inquisidores y cazadores de vampiros durante los siglos XIV, XV y XVI”. Con ellos conversamos acerca de este proceso, el de revivir a Lovecraft en Buenos Aires:
¿Cómo adaptaron el imaginario de Lovecraft? ¿De qué los proveyó?
Ricardo Romero: Yo creo que el imaginario de Lovecraft se adapta solo. Porque eso es parte de su genialidad. Repta, se acomoda, se apropia de los paisajes. Algunos pueden hablar de su prosa envejecida. Pero sus monstruos no envejecen. Sus dioses tienen otra relación con el tiempo.
Luciano Saracino: En esta película Lovecraft está presente en todo momento. El experto irá viendo referencias aquí y allá (nos dimos el lujo, incluso, de “invitar” situaciones y personajes de diferentes relatos para que se hagan presentes) y nos tomamos el atrevimiento de intentar imaginar cómo sería un universo como el del escritor de Providence en la actualidad. En ese sentido, desde lo meteorológico hasta en lo ceniciento de los diálogos puede apreciarse su presencia. Es un relato que nace desde él y está inspirado en él.
¿Cómo fue traer ese imaginario a Buenos Aires, contactarlo con la Biblioteca nacional?
LS: Buenos Aires es una ciudad maravillosa para escribirle ficciones. Tiene de todo, y esconde más de lo que cuenta. Ahí están, para darme la razón, El Eternauta de Héctor Germán Oesterheld, La Ciudad Ausente de Ricardo Piglia o incluso la trilogía del fin del mundo, de Ricardo, por mencionar solamente algunas. Caminar de noche por un barrio cualquiera de Buenos Aires es todo un viaje. Ahí está todo y, por supuesto, Lovecraft también. En cualquier esquina.
RR: Buenos Aires, como toda gran ciudad, tiene su lado gótico, aunque más no sea porque en toda gran ciudad hay más muertos que vivos. Después está la Biblioteca. Su inmensidad, sus sótanos inaccesibles, la posibilidad del secreto. Todo eso hace de la Biblioteca un escenario ideal para que lo ominoso cobre vida y poder. Hay algo de sagrado en un lugar donde se guarda el registro de toda una cultura, sus desarrollos, sus hallazgos y sus desvaríos, sus orgullos y sus miserias. ¿De qué otra cosa pueden alimentarse los dioses?
LS: En la Biblioteca Nacional hay sótanos que bien podrían ser laberintos y buen podrían guardar un libro que contenga en su interior el fin de los tiempos y el despertar de los Antiguos. Y la humedad. Buenos Aires es una ciudad húmeda. De eso también habla, esta película.
¿Por qué les fascina Lovecraft, qué encuentran en él?
LS: En mi caso, Lovecraft me remite de un modo muy directo a mi juventud. Leer a Lovecraft a los, no sé, catorce años, es una experiencia muy difícil de empatar para cualquier ser humano. Es un poco la génesis de ese amor infinito que uno fue generando con los libros y que creció con los años como crecen los tentáculos de un gran monstruo. Y también, en mi caso, es el comenzar a entender cómo dar miedo contando historias. El trinomio Poe/Lovecraft/King fue el que me incentivó a escribir relatos de miedo y el que me dio las pautas de cómo hacerlos. La tristeza del primero, lo que no cuenta el segundo y la bestialidad del tercero hicieron una ensalada en mi cabeza que, creo, fue el inicio de mi amor por la narrativa.
RR: Hay algo inaugural en el terror cósmico de Lovecraft, que pone los miedos en otro lugar más cercano al instinto. Sus sombras no solo tienen textura, tienen intención, tienen mirada. El mal en Lovecraft es primigenio y larval, algo ajeno a la naturaleza del pensamiento, a la naturaleza humana. Estuvo antes y estará después de que nos vayamos.
¿Cómo trabajaron el guión a cuatro manos?
RR: Es mi primera experiencia en trabajar a cuatro manos, y ha sido muy divertida y enriquecedora. Las ideas iban y venían, con mucha libertad para opinar y ajustar. Porque lo importante es lo que está sucediendo con la historia. Creo que ese amor por el mundo que está apareciendo es lo primordial, y Luciano lo entiende como nadie. Además, la ecuación es perfecta. Mientras uno tipeaba el otro preparaba el Cynar. En estos casos, la confianza y el respeto son tan importantes como la imaginación.
LS: Nos juntábamos en mi estudio. Las jornadas (veladas) de escritura se preparaban previamente como se prepara una gran fiesta. Podía suceder que uno dictaba y el otro tipeaba, o que uno escribiera una idea y que el otro luego la revisara. Todas las ecuaciones resultaron perfectas. No hubo un solo momento de disidencia. Y, si lo había, para eso estaba el Cynar. A diferencia de otros trabajos que emprendimos con Ricardo, esta vez no teníamos muy clara la historia antes de sentarnos a escribirla. Tengo el recuerdo que fue apareciendo todo ahí, in situ. Y que fue maravilloso.